Uno de los momentos más difíciles vividos por la sociedad venezolana fue asumir sin piedad que los pocos gobernadores electos por la oposición en las elecciones de 2017 debían subordinarse ante una espuria asamblea constituyente, tal como ordenaba Nicolás Maduro: «Todos los gobernadores que van a ser electos el domingo tendrán que juramentarse ante la asamblea nacional constituyente y el que no se juramente no toma su cargo y punto y que vaya a llorar pa’ Washington».
Frente a este desafío dictatorial, Guanipa del Zulia se declaró en rebeldía, mientras que el resto de los elegidos decidió presentarse ante la ANC.
“Informo al pueblo venezolano por coherencia, dignidad, por amor al Zulia y a Venezuela; no voy a someterme a la juramentación ante la asamblea nacional constituyente”, dijo Guanipa.
Por su parte Laidy Gómez declaró: “Si por el pueblo debo humillarme, lo voy a hacer”.
Hoy, tres años después, podemos intentar hacer pedagogía política con ambas decisiones. El Zulia ha tenido la peor experiencia histórica de toda su existencia, en manos de un gobernador impuesto por Maduro. Sometida a una banda delincuencial dirigida por un sujeto de turbios antecedentes como Omar Prieto. Espantosa situación que me atreví a describir hace algunos meses de la siguiente manera: El Zulia hoy es como una gran herida en nuestra alma, es imposible aceptar que esa tierra pródiga que nos ha alimentado durante más de un siglo, donde prosperó la industria petrolera como principal fuente de generación de riqueza, esté soportando tormentas peores a las de Haití o Biafra, sin alimentos, sin luz, sin agua, la basura y todo tipo de deshechos invadiendo las calles, azotados por las invasiones de insectos, roedores, reprimidos por bandas delincuenciales que saquean los comercios sin compasión, sembrando pánico entre los hogares, hasta el punto de creer que nos acercamos a un fin del mundo. Los demócratas venezolanos y el mundo no pueden ser indiferentes ante la destrucción que se ha desatado en el Zulia una especie de venganza del madurismo.
Ambos territorios, Zulia y Táchira, han sufrido las inclemencias de la dictadura, pero una diferencia se alza por encima de todos los escenarios: en Táchira la presencia de un protector ha sido enfrentada por la valentía de Laidy Gómez acompañando a su pueblo en cada circunstancia, en toda las incidencias del narcorrégimen, mientras que en el Zulia ha cundido la imagen de estar abandonados por la mano de Dios. Prieto y sus compañeros ejercen como solo ellos saben hacerlo, un poder sin límites; destruyen, no muestran piedad con ancianos, infantes, desvalidos, con enfermos, actúan como tropa devastadora de invasores. Una versión de Atila, el rey de los Hunos.
Laidy es hoy una de nuestras líderes políticas en ejercicio, con un futuro sin límites por delante, nunca ha dudado en saltar por encima de las consignas rígidas y los mitos fantasiosos para ponerse al lado de su gente. Sin resquemores, sin odios, trabaja y no se deja doblegar por imperativos o exigencias que le impidan estar al lado y dentro de cada uno de sus laboriosos pueblos tachirenses.
Hoy deberíamos usar la libertad de pensar cuál fue la mejor decisión para sus pueblos: ¿Guanipa o Laidy? Esta inquietud se impone al leer a esa magnifica líder tachirense Sebastiana Barráez, quien afirma: “No basta votar. A una gobernadora que ganó en buena lid como Laidy Gómez le usurpan el cargo con la figura del “protector”, que se agarró el poder y la administración de recursos, sin que haya una institución legal que restablezca el Estado de Derecho”. Ante esta declaración surgen dos inquietudes: la primera, solo se vota si existe como condición básica el Estado de Derecho; y la segunda, es acaso el Estado de Derecho una entidad natural que existe por sí solo, sin la decisión humana de los pueblos. La respuesta que se puede hilvanar ante estas interrogantes solo puede ser esta: no podemos esperar que las instituciones surjan por sí solas. Hay que esforzarse en crearlas, no existen, cierto, vamos a construirlas. El ejemplo de Laidy Gómez es contundente. El Estado de Derecho es un logro de las sociedades, no una preexistencia natural.
Si nos devolvemos a la historia de Laidy Gómez y Juan Pablo Guanipa, vemos cómo los dos casos, que pueden ser legítimos en sí mismos, arrojan enseñanzas. Guanipa: «Mis valores no son intercambiables, me impiden subordinarme ante la ANC»; Laidy : «Si el pueblo lo pide, me humillo». ¿Son comparables ambas posiciones? ¿Qué piensan los tachirenses y los zulianos de lo que aconteció después en el Zulia con Prieto, un autócrata sin compasión con el pueblo, o con Laidy enfrentando al inclemente Freddy Bernal. Una última pregunta: ¿Cuánto vale hoy una asamblea constituyente que el dictador ha decidido “cerrar” para fin de año? Y cuánto vale Laidy Gómez para los tachirenses y para Venezuela.
El lector que haya acompañado estas reflexiones no puede quedar indiferente, pasar la página, está obligado a usar cinco minutos de sus meditaciones en este tema, por Venezuela y por sí mismo.