Hace unos días atrás, en medio de uno de tantos momentos de frustración camino a casa, noté que había un caballero que lloraba a cántaros en la parada del bus. Primero pensé que se trataba de una reacción a una mala noticia; pero, al ver que no se calmaba ni dejaba de llorar aun cuando el sol había bajado en su intensidad, decidí acercarme a hablar con él, a ver qué le pasaba. Era un joven, de veintitantos y le pregunté por qué estaba llorando y me respondió: “Lloro porque mi pequeña hija se fue hace algunos meses con su mamá a Argentina, lloro porque decidieron irse y ya no la tengo acá, lloro al ver cómo actúa el régimen, pero no lloro de tristeza; lloro porque sé que luchar es el único camino que nos quedó para hacer que mi hija vuelva a estar conmigo y sé que aunque es doloroso y hoy te lo digo entre lágrimas, chamo, mañana sonreiré cuando me acuerde de esta conversación mientras se lo cuente a mi hija en nuestra casa”. Quizás este testimonio sea uno de millones, pero la razón que movió al caballero debe ser la misma en esos millones.
Las confesiones de una jovial mente sin memoria, sin experiencia, sin bagaje hacen estremecer los sentidos. Vivimos en guerra, nuestra generación está en guerra en contra de la tiranía, el atraso y la miseria. Nuestro rostro se nubla con lágrimas de sangre y nuestros oídos rechinan con testimonios de una realidad inimaginable porque no conocemos la prosperidad del ayer, sino la aniquilación del hoy que cada vez nos destruye sin piedad. ¿Cómo seguir hacia adelante?, ¿cómo empacar nuestros sueños, nuestras metas, nuestros anhelos en una maleta?, ¿cómo conquistar costas extranjeras si no hemos podido conquistar nuestra casa?, ¿qué hacer pana, hay futuro en nuestro país? Han sido y serán una de las interrogantes más difíciles de responder, pero no todo está perdido.
Andar por el Serengueti político ha sido una de las decisiones más trascendentales y difíciles en mi vida; es un oficio mágico capaz de convertir un problema en una causa y una causa en un cambio para millones de personas; es un oficio que siempre debe entenderse como servicio y entrega. No está bien que, pensando en la realidad nacional, se baje la cabeza y se reconozca un régimen que se ha impuesto a costa de sangre y fuego en nuestra nación. No hay cómo justificar que lo que millones de venezolanos rechazamos de mil maneras todos los días -y el mundo entero desconoce- sea simplificado como un trámite en nombre de una “venganza”.
Nuestra lucha debe tener la solvencia de ser coherente para siempre poder ver a los ojos a quien siente desespero y que sienta la confianza de seguir los caminos que se marcan. No es verdad que vale lo que sea para lograr las cosas. Las visiones llenas de dicotomías solo nos hacen daño: ni los radicales, ni quienes justifican al adversario pareciendo más interesados en mantener el statu quo que en lograr que las cosas cambien, deben ser quienes se conviertan en nuestra referencia del por qué y del cómo luchar.
Sigo creyendo que nuestro país y nuestra gente merecen vivir radicalmente mejor que como lo hace hoy.
Creo que la política es la trinchera de lucha para conquistar ese futuro que la mayoría soñamos y un grupo minoritario nos niega. Y, sobre todo, siguiendo la inamovible convicción de que merecemos mucho más, merecemos mejor política, merecemos mejor ciudadanía, merecemos ver el mañana con gallardía y no con incertidumbre ni tristeza. Podemos dar más, debemos dar más, no existe otra alternativa.
Hace milenios existió un hombre, en la antigua Grecia, el maestro de Platón y Aristóteles, lo llamaban Sócrates y entre una de sus inmortales frases dijo: «Cada uno de nosotros solo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde». Pues, empecemos a hacer.
#RendirseNoEsUnaOpcion
@JorgeFSambrano