Lo ocurrido en Buenos Aires el pasado 24 de enero constituye otro triste ejemplo del escenario surrealista en el cual se mueve un indolente y, en algunos casos, descarado liderazgo regional al que solo parece importarle mantener las formas político-diplomáticas, como cobarde garantía y salvaguarda de intereses bastardos asociados al status quo, en detrimento de valores y principios fundamentales que deben ser siempre la base y guía de las relaciones entre Estados y del bienestar de los pueblos.
Y es que, desafortunadamente, no hay duda de que la narrativa política en nuestra región sigue estando influenciada pobremente por eso que algunos llaman los humores ideológicos dominantes. En los tiempos que corren, una suerte de engendros entre regímenes de izquierda de distinto cuño y otros de corte visiblemente autoritarios y despóticos, marcan los parámetros y límites de supuestos consensos.
La recién celebrada VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), acogida por el alicaído presidente argentino, Alberto Fernández, es una muestra vergonzosa más de cuán acosada y vilipendiada se encuentra la democracia en este extraviado subcontinente.
Alberto Fernández, sometido a la cuenta regresiva de lo que resta de su mandato, quiso aprovechar esta Cumbre para inyectarse un poco de ánimo e intentar revivir momentos gloriosos del pasado relativamente reciente, en el que descollaron los responsables de los lodos que hoy día deben recoger justos y pecadores, entre otros, Hugo Chávez, la pareja Kirchner, los Castro, Evo Morales, Rafael Correa y el mismo Lula Da Silva, quien regresa al ruedo internacional seguro de seguir ostentando el liderazgo de otrora.
Lula da Silva y Alberto Fernández, junto al otro compinche que se quedó en su casa: Andrés Manuel López Obrador, son los principales valedores de ese adefesio de declaración final surgido de esta VII Cumbre de la Celac, y que representa un verdadero canto de sirena e insulto a la inteligencia de cualquiera que se tome la molestia de leer su cínica y aburrida lírica.
Hay en esta declaración varias perlas insoportables por su obvia disonancia, que los jefes de Estado y de Gobierno firmaron, seguramente volteando la cara para el lado que les era más cómodo, y que, sin rubor alguno, nos dice, por ejemplo, que “la democracia es una conquista de la región que no admite interrupciones”; y que, por tanto, ofrece “su más firme compromiso con la preservación de los valores democráticos y con la vigencia plena e irrestricta de las instituciones y del Estado de Derecho en la región”.
Y otro detalle que no escapa: la reivindicación que hace de “la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo”.
Al observar esta declaración resulta frustrante pensar en los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que, muy campantes ellos, tienen sus puestos asegurados en este club de los cínicos; estos últimos, algunos por acción, y otros por omisión.
Por supuesto que en esta ocasión el anfitrión del cónclave, Alberto Fernández, se lleva los mayores “méritos” de este despropósito. Para el presidente argentino, la democracia se circunscribe a la simplona noción de la legitimidad de origen. Palabras más, palabras menos, dijo algo así como que a la VII Cumbre de la Celac asistirían los jefes de Estado y de Gobierno que hayan sido elegidos “democráticamente”. ¡Ah! y que era imperativo respetarse en la diversidad.
Pero lo más irónico de su banal argumento es que ni siquiera esas mínimas condiciones cumplen sus protegidos Miguel Diaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. La historia todo el mundo la sabe. Claro está que, a los alcahuetes y demás cómplices,desde su zona de confort, sólo les basta saber que en esos países existe algo que se llama “elecciones”, no importando las absurdas condiciones impuestas por esos regímenes que hacen imposible la competencia en términos de igualdad y, por tanto, la alternabilidad del poder.
¡Un poco de dignidad, por favor!
El único que le aguó la fiesta a Fernández fue su homólogo de Uruguay, Luis Lacalle Pou, quien, por cierto, a la hora de posar para la foto de familia de la Cumbre, optó por el extremo derecho del grupo, bien lejos del anfitrión. El presidente uruguayo sintetizó en breves palabras el principal mal que aqueja a los foros e instituciones multilaterales intergubernamentales; esto es, la tentación ideológica que a la postre atenta contra los objetivos para los que han sido creados.
Respondiendo a la defensa ciega que hizo el presidente argentino de los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, Lacalle Pou, criticó duramente a la Celac -sin mencionar nombres ni países-, por la falta de correspondencia entre su falso discurso principista, que pregona el respeto a la democracia y los derechos humanos, y la realidad de un organismo que acepta dentro de su seno a países que, precisamente, “…no respetan ni las instituciones, ni la democracia ni los derechos humanos”. Todo ello, gracias a lo que Lacalle califica como una “visión hemipléjica” que favorece el perfil ideológico del país miembro.
Lacalle Pou destacó por su mensaje directo y contundente: dejar el discurso y su pesada carga ideológica y populista, y dedicar verdaderos esfuerzos a la creación de una zona de libre comercio regional. Una advertencia y sugerencia serias que encuentran respaldo en los pasos adelantados que le lleva el gobierno uruguayo a sus pares latinoamericanos y caribeños, tras la decisión ya tomada de celebrar un tratado de libre comercio con China, y su visión de lograr –a través del Mercosur- arreglos similares con la Unión Europea, mientras los centros gravitacionales de la Celac (Buenos Aires, Caracas y México) siguen hablando del intervencionismo imperialista, respeto a la integridad territorial, soberanía de los pueblos y de las injustas sanciones unilaterales. En el caso de Brasil, Lula da Silva tendrá que ver lo que hace de ahora en adelante.
La VII Cumbre de la Celac es otro más de los tantos eventos que quedan para el fácil registro y triste olvido. A pesar del ciclo actual favorable a las izquierdas en la región, que, a fin de cuentas, fueron los fieles artífices de este esperpento de organización por allá en 2010, de la mano de Hugo Chávez y sus compinches, es poco el verdadero impacto político de facto que se espera logre tener en la dinámica continental actual y a corto y mediano plazos.
El propio Nicolás Maduro se ha referido a la misma Celac como un cascarón vacío, carente de estructura propia y de una secretaría general que “articule todas las iniciativas” de sus países miembros. Bien lejos se está del sueño de Andrés Manuel López Obrador de crear una entidad subregional que reemplace a la Organización de Estados Americanos.
Después de todo, y como bien lo dijo el mismo Luis Lacalle Pou en Buenos Aires, “cualquier organismo unido (solo) por la ideología tiene corta vida”.
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