OPINIÓN

Laboratorio del terror

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Doctor Sueño trabaja el tema del doble como secuela de The Shining, habida cuenta del enojo de Stephen King por la adaptación, nada literal, de Stanley Kubrick.

En la historia de la continuación vemos a Danny Torrance, sufriendo los mismo dilemas de su padre. El personaje luce agotado, agobiado por su pasado, trastornado psicológicamente.

Acompaña a los muertos en el trance de emanar su último aliento de vida. Quiere superar un trauma de alcoholismo en una terapia grupal de autoayuda. Pero los fantasmas van dominando su inconsciente, al extremo de conducirlo de regreso al origen de todo: el Hotel Overloock.

La cinta fracasa en su intención de construir una narrativa autónoma, independiente y distinta al filme estelarizado por Jack Nicholson en su sobreactuado papel de loco vociferante.

El resplandor de 1980 opaca al desangelado y extraviado largometraje de Mike Flanagan, quien dirige la peor película de su carrera, poniendo en duda su futuro.

Lo mejor de su trabajo radica en revisar un clásico del cine de terror, desde una nostalgia entrópica y estéril.

El ejercicio de reproducción, cuadro a cuadro en el final, revela la crisis del género en la industria, siendo incapaz de trascender el marco profundo de un legado tan monstruoso.

El problema no es solo ostensible al espectro del pánico mundial. El conflicto llega hasta la realidad cultural de Venezuela con dos claros ejemplos.

En el primer caso, el Museo de Ciencias dedica una exposición al laboratorio del movimiento expresionista, exhibiendo piezas de Frankenstein, Metrópolis, Doctor Jekyll y Mr. Hyde, El Hombre Invisible y otros representantes del kitsch fantástico. En el contexto actual de la institución, cuesta entender la pertinencia de la muestra (colmada de clichés propios de una entrada superficial de Wikipedia).

La curaduría se limita a regodearse en una estética subsidiaria de un parque temático, de una mansión del horror, de un recorrido del plagio “for dummies”.

A la salida del recinto cabe preguntarse si es una simple tapadera, una cortina espesa del comunismo en su fase decadente, o una indirecta lanzada al cerebro del espectador irónico.

Si acaso funciona para los niños. Los adultos, con las pilas recargadas, verán una metáfora del tiempo actual de engendros bolivarianos. Algo así como la pantalla demoníaca de los experimentos de la revolución en la mente de un pueblo con la moral escindida, rota, quebrada, corrompida.

Por último, reseño brevemente el reinado de la ilusión de la nueva individual de José Antonio Dávila en la GAN espantosa, cuyo acceso es un descenso al infierno de la pestilencia.

Alrededor huele a baño de carretera, a letrina de calabozo, a cementerio (por la falta de alma y de gente).

Las contradicciones de la retrospectiva del pintor son las de la esquizofrenia nacional bajo la sombra del chavismo.

Por un lado, sus lienzos de los años cincuenta describen la situación del país, al día de hoy, con hacinados en las cárceles, colas para conseguir agua, estallidos de protesta contra la tiranía. Un artista comprometido con la verdad, con el dolor, con la crítica ante la indolencia de la clase gobernante.

Lamentablemente, el autor ahora se refugia en la comodidad, en el aburguesamiento de sus inanes bodegones llenos de gatos, frutas y colores chillones (justificados por el blando, izquierdoso y condescendiente texto de sala).

La pura banalidad de una ilusión que apenas sirve para lavar la imagen y la plata del Estado, en función de su nula contribución al sostenimiento del gremio artístico, al cual censura, persigue y condena al exilio por razones políticas.

En nuestro laboratorio del terror, rigen las leyes de la hipocresía, de la mentira, de la cacería de brujas, de la inquisición, del sectarismo.

Toca hablar y actuar con ética.