La cultura Guarao (Guarao con g en memoria del padre Julio) se ha destacado por su pacificidad.
Familias enteras, una especie de nación -en término socio-antropológico-, buscaron refugios en los intersticios y recovecos de la multitud de los ríos y caños del Delta del Orinoco.
Admitimos, como razón incontrovertible, que únicamente los Misioneros Capuchinos lograron establecerse, en actos de convivencia y cooperación, en territorio de esta etnia, por muy invivibles que fueran esos lugares.
Para los misioneros, por su incansable labor pastoral de legar amor a sus semejantes, nunca hubo ni encontraron parajes inhóspitos ni momentos escabrosos. Su corazón marcaba la pauta devocional, y Julio obedecía en inmarcesible acto reverencial.
Por imposición de su cultura ancestral y milenaria, tradicionalmente, nuestros aborígenes vivían, en estos espacios naturales de la recolección de frutas y del múltiple aprovechamiento del moriche: árbol de la vida. Y ciertamente que siempre ha sido así.
La agricultura, tal vez, constituyó la primera “estrategia” comunal introducida por los evangelizadores.
Otra actividad que les confiere suficiente arraigo en un sitio específico es la pesca, mientras que la caza siempre ha sido muy reducida.
Los Capuchinos animaron a la etnia a conformarse en núcleos poblacionales, de cierta consistencia demográfica; con la finalidad de que entre todos –mediante un hermoso esfuerzo conjunto- pudieran resolver y satisfacer sus necesidades existenciales, con sentido comunal.
El padre Julio fue un promotor y fundador de bastantes conformaciones poblacionales en nuestro Bajo Delta. Mencionemos a propósito a la comunidad de Ajotejana: su criatura predilecta y quizás la preferida.
Deseo afincarme para los efectos de este breve relato, en homenaje al padre Julio Lavandero Pérez, en lo que siempre resultó una pasión inescurrible: la estructura morfosintáctica, fonética-fonológica y léxico-semántica del idioma de los guaraos.
!Cuántas horas dedicadas a escucharlos, a intercambiar signos lingüísticos, a asimilar los vocablos que denotan específicamente unas cosas; pero que al tiempo connotan otras.
Con seguridad, una muy buena parte de su intelecto y de su corazón lo ocupó la indagación detallista de cómo los Guaraos construían los actos de habla; así también, la utilización versátil de la lengua para decir y hacer; su manera de designar la realidad y comunicarla.
El padre Julio fue un estudioso incansable de que los Guaraos poseen su particular modo de objetivar las cosas, de aprehenderlas y darles significados.
En bastantes ocasiones me señaló, con autoridad de quien sabe lo que dice: el idioma Guarao no es contradictorio con el castellano o español. Sentenció algo más: ambas lenguas guardan algunos elementos de entroncamientos filológicos.
El Guarao ha tenido, por milenios, una hermosa cultura que se expresa, esencialmente, desde la oralidad.
El padre Julio rechazó la tesis peregrina que califica a los recursos expresivos de nuestros Guaraos como una derivación dialectal, para aproximar una comunicación –más a o menos apreciable– de este grupo humano. Tal teoría lingüística no resiste el menor análisis.
Quienes disfrutamos los asuntos idiomáticos fundamentalmente de los actos de habla, reconocemos los enjundiosos trabajos de investigación de arqueología social de nuestro reverendo Julio Lavandero Pérez. A los resultados de sus disciplinados y aquilatados estudios nos sometemos
El padre Julio, toda una vida en estas tierras, nos ha enseñado a partir de sus indagaciones gramaticales que el Uarao y el Castellano responden y provienen de sistemas culturales diferentes; no obstante, complementarios entre sí.
El admirado padre Julio, quien se desempeñó como miembro correspondiente por el Delta del Orinoco en la Academia Venezolana de la Lengua, había nacido el 14 de agosto de 1930, en Casar de Periedo, en la Cantabria española de entonces.
El insigne escritor deltano, d. José Balza, Individuo de Número, el reconocido d. Horacio Biord Castillo, presidente de nuestra Academia Venezolana de la Lengua y quien escribe continuamos tributando respeto absoluto a la obra imperecedera del padre Julio.
Su otro corazón, la vocación para el sacerdocio pudo haber sido estimulada por la condición de disciplinados practicantes del catolicismo de sus padres, Julio y Joaquina, quienes conformaron una prolija familia de 12 hijos.
Fijémonos en este detalle destinal: sin haber terminado su carrera sacerdotal -le faltaban, según nos relató, dos años denominados de Elocuencia Sagrada- por urgencia fundacionales vino al Delta, a cumplir su misión pastoral en el recién creado Vicariato de Tucupita.
Se le abría, con motivo de tan espléndida circunstancia, un abanico de posibilidades para sus diversas manifestaciones. Hacía de todo: oficiaba misa, promotor de las fiestas patronales, marinero de las curiaras de la parroquia, enfermero, organista de la Iglesia San José, fundador de varias instituciones escolares, escritor e investigador cultural; en el Concejo Municipal de esta entidad ofreció aclamados recitales de música venezolana, como cantante lírico. Creador de la cátedra y profesor del idioma Guarao en el Instituto Universitario de Tecnología de Tucupita. Agreguemos a su tesonera labor por la Deltanidad un larguísimo etcétera.
Varios corazones repartidos en tantas tareas.
El padre Julio, en amena conversación, tuvo la ocasión de re-crearme una extensa parte de su vida; dedicada, plena y absolutamente al Delta y su gente.
Nos detalló, casi que como una expresión premonitoria: “Deseo que me recuerden, como un misionero que Dios envió para acá, por intermedio de sus superiores. Yo me entregué a este apostolado con obediencia. Sabes por qué. Porque los que obedecen no se equivocan, si los que mandan lo hacen obedeciendo la Ley de Dios.”
“La vocación es un proceso, que comenzó en mí desde que era niño, y que ha ido creciendo; y como proceso continúa todavía. Pues, aún estoy en ese proceso vocacional. Porque uno es una persona humana, siempre hay amenazas, peligros, tentaciones, luchas…”
“Ya dije, mi vocación viene desde niño, entregada de por vida. Nunca pensé en retirarme; y cuando yo vine al Delta, vine de por vida. He recorrido todos los caños. En todas las comunidades me conocen. He prestado mis servicios como misionero…”
“Toda mi vida me he apoyado en Dios y en mi Fe, y en algunas cosas que he aprendido. Dios es el único guía y destino que tiene uno el misionero. Dios es el compañero continuo en la vida del misionero.
Gracias a Dios, por haberme dado la honra de mantener, muchos exquisitos diálogos con el padre Julio. La mayoría de estas conversaciones las entablábamos, simultáneamente a sus labores de cada día, en la Casa Parroquial.
Recuerdo que, ya cuando estábamos concluyendo una de esas tertulias, le expuse. Padre Julio, los reconocidos escritores siempre tienen una palabra que los identifica; que adquieren mayor uso en su particular constelación vocabular, que parecen una carta de presentación. Otros términos, por el contrario, quedan a un costado, jamás los pronuncian, permanecen escurridos, nunca mencionados.
En tal sentido, le habíamos solicitado al padre Julio pensar en la palabra más difícil en su vida, y la que le ha sido, relativamente, más fácil.
Nos dijo, esa vez, con firmeza y marcada determinación: “La palabra más difícil para pronunciar es la fidelidad. Ser fiel durante toda la vida; y la más fácil, ir por la vida, como los pajaritos., como lo decía y hacía San Francisco”.
Padre Julio, entonces me atreví a insistir, qué parte de su vida ocupa el Delta.
“El Delta del Orinoco está en todo mi corazón”.