Siempre escuchamos que, aunque más que esencial, la vocación docente no es suficientemente valorada en nuestro país. Tanto se ha dicho esto, que me parece que algo ha ayudado a una nueva percepción. La crisis educativa, igual que la de la salud, por ejemplo, ha derivado en su apreciación. Cuando algo escasea, su contrario se muestra necesario. Tal vez no es generalizada esta visión, pero muchas más personas ven esta vocación como fundamental para el desarrollo del tejido humano del país.
Son miles los niños que no están escolarizados en el país. Miles los que no están creciendo con unas bases que les ayuden a soñar en un futuro mejor. Miles los que crecen con una mente poco estructurada y una vida abierta a la indeterminación, a lo que venga, a lo que se presente. Esto incide en que son miles los que están quedando fuera del sistema laboral organizado. La disciplina, la laboriosidad, la perseverancia, la concentración, virtudes todas, entre otras, que se adquieren en la escuela, brillan por su ausencia en miles de venezolanos que solo conocen la informalidad.
Por otra parte, a los que sí tienen acceso a la educación, bien sea escolar, bien sea universitaria, hay que mantenerlos estimulados en un ambiente que se vislumbra desesperanzador como el nuestro. Si bien no es fácil ejercer ninguna profesión en Venezuela, la de docente se percibe como de las más difíciles. Hay que mantenerse estimulado para estimular a jóvenes que alegan haber votado y dicen no volverlo a hacer más nunca. Si las materias tienen que ver sobre el país, como Historia o Geografía, la necesidad del estímulo es mayor aún, pues se trata de enseñarles a conocer un país con el que mantienen una relación conflictiva, como me dijo una vez un alumno.
Debería ser fácil enamorar a los alumnos de un país con tan variados relieves y recursos naturales, y con un clima, además, envidiado por tantos. Lo cierto es que la mayoría desconoce al país. Sucede que muchos han viajado más al exterior que al interior del territorio y tristemente critican lo propio por considerarlo inferior. Recuerdo a un muchacho que hace años se burlaba del país, contando cómo desde que se pisaba tierra al llegar de viaje, se encontraba uno con huecos en el piso de Maiquetía. Sucede que estos son los privilegiados: los que pueden estudiar y viajar. Estos son esos a los que los docentes deberíamos hacerlos sentir responsables ante el país por razón del impacto social que podrían ejercer, pues “al que mucho se le ha dado, mucho se le pedirá”.
El docente no solo debe enseñar el contenido de la materia, sino debe inculcar un sentido de responsabilidad, disciplina, orden, limpieza en el trabajo bien hecho, por un lado, y por otro, amor al estudio, al conocimiento, al país, a sus circunstancias difíciles, a los más necesitados y desprotegidos, de modo que los alumnos sientan un poco la carga de una ayuda y colaboración que se espera que presten a la sociedad en la que habitan.
En el país hay docentes que trabajan con las uñas; otros que no pueden ejercer por sus condiciones infrahumanas; otros que siguen sin cejar, para no dejar espacios vacíos y otros que trabajan en mejores condiciones. Todos haciendo una labor de oro por un país que amerita de educación para trascender momentos oscuros como los que vivimos. Hay que mantenerse estimulados para estimular: esto no se nos puede olvidar.
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