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La viveza criolla

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Es falso, no hay viveza criolla, hay viveza alemana, hay viveza japonesa. Aquí lo que hay es un lento, dramático y desesperado esfuerzo de una sociedad por asumirse a sí misma, en un territorio y dentro de unas costumbres y unos códigos que ni le corresponden, ni la expresan y, en ocasiones, ni siquiera la sueñan. José Ignacio Cabrujas

En mi juventud tuve la oportunidad de leer muchos artículos de opinión por ser lectura obligada en el seno familiar. Manuel Caballero, Kotepa Delgado, Américo Martin, Gladys Socorro, Ibsen Martínez, Mario Vargas Llosa y hasta Gabriel García Márquez. Todos y cada uno de los nombrados y no nombrados han influido en mi libertad de pensamiento y en mi particular forma de escribir. Confieso que escribo con una mezcla indescifrable entre redacción y narración. Un legado intelectual producto de la hemeroteca y de la biblioteca.

“No hay peor cosa que considerar sabios a los picaros”, Francis Bacon.

La viveza criolla, destreza, mínimo esfuerzo o sentido del humor”. Es uno de los tantos artículos que recuerdo de José Ignacio Cabrujas, a quien conocí en la ocasión de un aniversario del diario El Nacional, por habérsele otorgado el Premio Nacional de Periodismo por su artículo de opinión “Madre, hay una sola”. Tengo una memoria horrible.

Los venezolanos hemos asociado la palabra “viveza” con inteligencia, con destreza, como una virtud que nos conducirá hacia el éxito. Carecemos de identidad, de nacionalismo, del sentido del deber. Hemos disociado la realidad con un sueño aleatorio -con esa oportunidad de ser rico sin esfuerzo-. Lo triste es que la esperamos. ¡No nos importa el tiempo o si sucede! La anhelamos.

¿Somos perversos? ¿Somos sumisos? No lo sé. Quizás somos un capítulo no escrito de la tragedia de Dante. Un colectivo que se debate en un dilema existencial e histórico. Una sociedad cruel y egoísta incapaz de asumir algún tipo de funcionalidad. Un caos histórico, sin valores, sin norte, sin futuro, sin país y sin nación.

La viveza criolla entregó nuestra geografía. Militares de mediano y alto rango prefieren medianos y altos ingresos en dólares, olvidando el honor y la patria. Venezuela es un país sin conciencia, sin visión y sin recuerdo. Sin leyes, sin instituciones ni códigos. Sin pasión y sin virtudes. Sin sentido.

Un país que nació con un liderazgo paradójico. Simón Bolívar. Un genio apasionado con sentimiento, fuerza y retórica. El soñador de una patria grande. Un venezolano sublime. Jose Antonio Páez. Astuto, pícaro y valiente. Quizás tildado en los años de independencia de mediocre e incapaz de soñar una patria. Un venezolano íntegro. A él le debemos nuestra República.

“Estimado general Páez, nos parece que el proyecto del general Bolívar es un disparate, hemos luchado abnegadamente por superar la colonia española, el poder español, nos hemos matado en los campos de batalla, por no pagar impuestos a los españoles, y qué, ¿vamos a pagar impuestos a los colombianos?, no”.

La historia se repite. Los últimos venezolanos con visión de país y valientes, fueron los integrantes de la Generación del 28. Líderes de diversas ideologías. Hombres de dignidad, de formación. Políticos honestos con sentido de nación y con la misión de construir una patria libre con gobiernos de libertades civiles.

Los patriotas herederos de esa generación se enfrentan al oportunismo. A quienes pretenden la riqueza fácil. A quienes no les importa el futuro sino su bienestar. Se enfrentan a una generación inmoral, que ni tiene patria ni la quiere.

Cambio jóvenes, vivos criollos por viejos nacionalistas. Abstenerse uniformados sin honor y sin vergüenza.

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