OPINIÓN

La viuda de la champaña

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

La viuda de Clicquot narra la historia de la gran dama de la champaña, Barbe-Nicole Ponsardin, entre los siglos XVIII y XIX, al momento de convertirse en la primera mujer empresaria del sector de la viticultura.

El filme lo cuenta con el talante clásico de un largometraje de época, hablado y producido en inglés.

Por tanto, desde el idioma, la adaptación carga con algunos problemas de veracidad y de apego estético a la realidad de una trama francesa.

Es un poco la misma situación que ocurre con el enfoque británico de la última Napoleón, personaje que se cita, por cierto, en el contexto de la protagonista de La viuda de Clicquot, pues ella tuvo que lidiar con sus bloqueos y embargos en tiempos de guerra, para poder sacar adelante su negocio.

Aceptada la convención del lenguaje, del esperanto de Hollywood, la cinta se disfruta en su versión melodramática de la biografía de un ejemplo de empoderamiento femenino, adelantado a su época de pesadas legislaciones, reglas y represiones patriarcales.

La actriz Haley Bennet brinda cuerpo a la imagen cinematográfica de la señora Clicquot, a quien conocemos por sus retratos con mayor contextura y edad en pinturas académicas, donde aparece sentada y distendida, como una abuela regia capturada al instante de revisar un libro.

Por su parte, la cinta estiliza sus formas y líneas de expresión, seguramente en busca de una audiencia joven del milenio.

Se trata del típico tratamiento de “belleza”, al que la industria somete a la historia, con el propósito de vender y complacer el patrón de una chica de perfil antiguo, como de casting sexy de Juego de Tronos.

Por ende, es evidente la instrumentación que hace la película de una memoria, con el fin de ceñirse a los corsés del mercado de la influencia.

Sin embargo, la película logra sostenerse por su justa duración de hora y media, en virtud de los oficios del guion y la dirección, al plasmar las adversidades que encaró y superó la heroína para darse a respetar, por el bien del reconocimiento de las mujeres ante el oscurantismo y la cacería de brujas de otrora.

Conocemos el trasfondo de la viuda de la Champaña, el origen de su mezcla y del diseño de sus botellas, logrando conquistar al mundo con un sabor único, a la hora de celebrar y brindar en los rituales de la buena mesa.

Hay un antagonista, el padre del esposo fallecido, que merece más hondura en el libreto, para no lucir como un villano obtuso de telenovela, siempre mal encarado.

Por igual, solo atisbamos a entender el contexto por las citas de los histriones, referenciando las batallas de Napoleón y las técnicas de distribución en el extranjero.

De modo que casi toda la historia se relata en el viñedo de la viuda de Clicquot, a excepción del desenlace, en el que salimos a presenciar un juicio absurdo y kafkiano contra la víctima del Estado francés.

El tribunal de Torquemadas se describe de manera precisa en su maniobra leguleya de negar los derechos comerciales y humanos de la pionera de la champaña.

Notamos la determinación de la viuda por mantenerse independiente y autónoma, en defensa de su libertad como emprendedora y mujer.

Por tanto, una película que, más allá de sus fallas y licencias, cumple con una utilidad vital y moral, en el sentido de aportar un “storytelling” que inspira.