Ya Moscú procedió a cortar el suministro eléctrico a Finlandia. Fue la primera reacción de retaliación del Kremlin a la determinación de ese país de hacerse parte de la OTAN. Pero Moscú promete muchas más.
No hay nada nuevo en el deseo de estos dos países nórdicos, Finlandia y Suecia, de ser miembros de OTAN. Desde 2014, cuando Rusia se anexó Crimea comenzaron ambos a dar pasos de avance para su equipamiento bélico y así lo evidencian sus compras de aviones de combate F-35 a los americanos, buscando mayor compatibilidad militar con los países de la Alianza. Hay que pensar que a la protección solidaria que estos países alcanzarían con su adhesión se le suma la capacidad nuclear que adquieren también, toda vez que dentro de los socios de OTAN tres de ellos son ya potencias nucleares.
Otro elemento que causa legítima urticaria a Putin es que con el ingreso de estos dos países a la OTAN el mar Báltico, excepción hecha de Rusia, estaría circundado por fuerzas militares occidentales lo que estratégicamente no puede convenir a las fuerzas comandadas por los generales desde Moscú.
Si Rusia considera realmente una amenaza para su seguridad la sola expresión de voluntad de Suecia y Finlandia o si la oposición de Moscú a su ingreso forma parte de una postura política radical ante el fortalecimiento y la solidaridad militar occidental en las cercanías de sus fronteras, es algo imposible de discernir. Pero es preciso reconocer que en ello los políticos y los estrategas rusos han sido irreductibles.
Rusia lleva años rechazando los avances de Estados Unidos, líder de la Alianza Atlántica, ya que es innegable que – con razones o sin ellas- Rusia ha estado siendo cercada por las naciones occidentales. Yo misma lo había escrito hace pocas semanas: “La aproximación hacia el este de OTAN se inició con Bill Clinton. En 1999 ingresaron la República Checa, Hungría y Polonia. En 2004 fueron Bulgaria, Estonia, Latvia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. Albania y Croacia llegaron luego en el 2009”. La accesión de Suecia y Finlandia le agrega un pelo a la sopa, pero no podemos dejar de reconocer que la reluctancia rusa data de bastante más atrás.
El problema sobre el tapete de hoy no es solo si Rusia considera a Finlandia y Suecia una amenaza sino si estos dos países se sienten seguros en su interior luego de haber sido espectadores de los desquiciados avances rusos en suelo ucraniano. Finlandia además no olvida la invasión de su territorio por las fuerzas rusas en 1939 y la cesión a los invasores de 9% de su geografía.
La prensa europea y los analistas de los eventos internacionales en todos los idiomas de la Unión aseguran que la voluntad de adherir a la Alianza de los dos países nórdicos que aún no están en sus filas – Finlandia y Suecia- va a representar un vuelco significativo en su interior así como también al interior de la OTAN.
Lo cierto es que este ente tenía tiempo ya siendo cuestionado por su inutilidad y su pobreza de resultados cuando la realidad es que justamente evitar una conflagración resulta ser la esencia misma de la Organización. También es claro que, en los tiempos que corren, una redefinición de sus instrumentos, metas y objetivos es una prioridad, mas allá del remozamiento a que haya lugar dentro de la Institución al cabo de más de 70 años de existencia y de importantes cambios en el abordaje de la seguridad en el planeta.
Lo que el conflicto de Rusia con Europa ha estado poniendo de bulto es la imperativa necesidad de contar con una muy fuerte alianza capaz de defender a cada uno de sus miembros de agresiones de terceros, con compromisos inquebrantables de actuación conjunta ante las amenazas y con fórmulas de disuasión que realmente funcionen.
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