Una vieja conseja atribuida al general Juan Crisóstomo Falcón en tiempo de la borrasca social de la recién finalizada Guerra Federal decía: “Que el pueblo se burle de un presidente y haga chistes y chanzas sobre el primer magistrado nacional, no tiene mayor importancia para la vida pública republicana de una nación; lo que sí sería extremadamente grave es que el presidente, -el primus inter pares– se burlara constante y sistemáticamente del pueblo. En estos días, haciendo un esfuerzo sobrehumano e intentando vencer los escrúpulos que me suelen impedir ver y oír en cadena nacional de radio y televisión al “primus inter pares” (del latín: primero entre los iguales) casi me voy en vómito escuchando la verborragia destemplada de quien se ufana de ejercer “legítimamente” la primera magistratura nacional de este desvencijado “carro escachapao” (sic) que aún tenemos por país.
El rasgo más significativo que sobresale en las infumables peroratas disléxicas del inquilino miraflorino es el chalequeo semántico contra quienes él considera, literalmente, “indignos traidores a la patria”, el grupo de “las 4 ratas pelùas” y otras perlas del lenguaje sicalíptico no apto para todo público ni para consumo de la familia venezolana. Las cadenas sintácticos-verbales de la oralidad del locatario de Miraflores se distinguen por ostentar un delirante torrente de invectivas y denuestos donde el anatema y la saeta mordaz es violentamente direccionada contra lo que el hegemòn cívico-militar suele llamar a la oposición democrática con el adjetivo descalificativo de “cipayos del imperio” o “mercenarios terroristas al servicio del imperialismo norteamericano”.
La verbalización disociada del discurso presidencial paradójicamente va a contravía de la más elemental sindéresis expresiva y de las más básicas pautas de morigeración sintáctica oral. La alocada expresividad enervada de Nicolás, las más de las veces, va en detrimento del imprescindible e insoslayable comedimiento que debe dictar la necesaria racionalidad política que debe regir la inevitable polémica característica de toda “vindicta pública”. No olvidemos que “polémica” viene del dios Polemos, que en la antigüedad era el dios de la guerra. La verdad de Perogrullo de la “revolución bolivariana” se afinca en la premisa básica de que la mejor ofensiva política y moral es la ofensa y el escarnio del adversario que en el caso venezolano es el “enemigo” acérrimo, antagónico e irreconciliable al cual hay que liquidar físicamente.
De la coacción psicológica y la amenaza simbólica la revolución ha decidido pasar a la coerción física y represiva. En las calles y avenidas, en pueblos y caseríos de la Venezuela profunda se oye un lugar común: el presidente con un micrófono es más peligroso que un mono con hojilla. De allí que cuando monta en cólera y prende el ventilador de denuestos contra su “otredad” de su opositum político pierda los cabales y convierta sus alocuciones en un degredo pseudolexicogràfico y en un pandemónium semiológico digno de los peores encomios…