En 1958, después de haber derrocado a la dictadura militar de Pérez Jiménez, los venezolanos comenzaban a reconstruir la democracia a través de serias negociaciones y acuerdos entre las diversas tendencias para un entendimiento político y la reconstrucción de las instituciones, cuando irrumpieron violentas acciones armadas provenientes de militares y civiles de izquierda, alentados por la dictadura cubana, pieza caribeña de la URSS en el tablero de ajedrez de la Guerra Fría. Fidel Castro, el artífice de todas las conspiraciones, trataba de impedir el establecimiento de la democracia promoviendo la subversión en el país.
Lo vivido y registrado durante los años sesenta en Venezuela se proyecta calamitosamente en el presente como resultado del imaginario de la izquierda en ese entonces. Se trataba de imponer por las armas el comunismo cubano, inspirado a su vez en el estalinismo soviético. Es imposible pensar que estos hombres y mujeres, muchos de ellos de brillante inteligencia, no estuvieran informados y conscientes de lo que el socialismo real estaba perpetrando en el mundo: de los 20 millones de disidentes asesinados en la URSS, los 65 millones de asesinatos políticos en la República Popular China, de los 2 millones en Corea del Norte, del millón en los regímenes comunistas de Europa oriental o en los campos de la muerte en Camboya. No hay espacio suficiente para exponer las estadísticas del horror de los regímenes comunistas que inspiraron y motivaron a esos subversivos. Es una pregunta muy inquietante.
De haber triunfado la guerrilla en esos años, el resultado hubiera sido aún más terrible, ya que importantes cuadros fueron enviados por La Habana a entrenarse militarmente e inspirarse en los programas sociales de los Khmers rouges en Camboya. Cuando los Jémeres Rojos tomaron por asalto el poder, su líder, un psicópata conocido como Pol-Pot, formado en Francia, ordenó la confiscación de todas las propiedades privadas y el traslado a la fuerza de los habitantes de las zonas urbanas concentrándolos en granjas colectivas donde, según él, surgiría el “Hombre nuevo”.
En el programa de trabajos forzados para recuperar la agricultura, murieron 1.900.000 personas en solo 3 años, aparte de las ejecuciones sumarias que ascendieron a más de 300.000 en cuestión de semanas. Un genocidio en nombre de una visión denominada “El paraíso verde”, muy parecido al “Mar de la felicidad”, a la “Revolución bonita” o al “Hombre nuevo chavista”, que años después adoptaría Chávez, repitiendo el perverso guion orwelliano del comunismo.
Como la democracia respeta y promueve la diversidad política, en 1969 se puso en marcha el proceso de pacificación, que dio como resultado que guerrilleros, terroristas y secuestradores se reintegraran a la sociedad. Sin embargo, salvo contadas y honrosas excepciones, la mayoría de estos hombres y mujeres continuaron conspirando y recibiendo instrucciones desde Cuba.
Algunos ex guerrilleros despachaban desde las cómodas esferas de la administración pública donde habían sido recibidos sin trabas ni represalias, los mismos que conspiraron junto a Chávez y militares de izquierda en los golpes de Estado sucedidos en 1992 y que, a partir de 1998, estando Chávez en el poder, mordieron la mano a quienes les dieron de comer y apoyaron la demolición del Estado y de la infraestructura productiva del país, la exclusión y persecución de los opositores y la confiscación de la libertad.
Fue una gran ingenuidad creer que esa izquierda resentida cesaría sus actos subversivos contra la república. El cinismo y la mentira a la que nos han habituado durante estos últimos veinte años nos impiden creerles que ahora, en medio del desastre humanitario que han creado y debido al cerco democrático internacional, deseen de nuevo vivir en democracia después que la destruyeron con saña y perversidad. Como si la fábula del escorpión y la rana fuese una ficción y no la cruda realidad en estos personajes.
Lo que acontece hoy en Venezuela no solo es responsabilidad de la izquierda. El pacto de los partidos democráticos en los años sesenta, no fue lo suficientemente riguroso y efectivo en el tiempo debido a que las herramientas de búsqueda de conceptos, estrategias y soluciones colectivas concertadas para aglutinar al país en una causa común, en un destino común de democracia y desarrollo, degeneraron durante la cuarta república en individualismo, populismo y corrupción, sin reposicionar el modelo rentista del Estado petrolero, fuente de enriquecimiento de los políticos y de las élites a la sombra de los sucesivos gobiernos, fueran democráticos o dictatoriales.
La miopía de los partidos políticos que había debilitado en extremo la democracia, sumando a esto la ignorancia e inmadurez política de los venezolanos y a la voracidad de ciertas élites que deseaban acceder a las mieles del poder, propiciaron la construcción del escenario ideal para que la sociedad se sintiera embelesada por un nuevo caudillo militar, el mismo que había comandado un golpe de Estado, un justiciero que acabaría con la pobreza y la corrupción.
En realidad, era una pieza de Fidel Castro disfrazado de demócrata, que una vez electo demolería la institucionalidad democrática, incluyendo la que aún quedaba en el ejército, invitando a Cuba a ocupar el país sin disparar un solo tiro. Allí se inició la vuelta al futuro de los objetivos que se habían propuesto esta misma gente en la década de 1960.
Cumplieron con éxito sus metas, que hoy estamos padeciendo: la violación masiva de los derechos humanos, las muertes a consecuencia de la escasez de alimentos y medicinas, el terrorismo de Estado con sus 25.000 personas asesinadas anualmente, producto de la inseguridad y la violencia adoptados como política de un régimen que ha propiciado que militares y grupos de civiles armados denominados “colectivos”, asedien, repriman, secuestren, encarcelen, torturen y asesinen a quienes se les oponen. Estas últimas son las mismas UTC o Unidades Tácticas de Combate, creadas en los años sesenta por la guerrilla urbana: una liga compuesta por delincuentes, guerrilleros y militantes con el objetivo de controlar los espacios y a los habitantes de cada barrio en las principales ciudades del país, con la notable diferencia que es ahora el Estado y el alto mando militar quien las nutre de armas, recursos y les da órdenes para que actúen con absoluta impunidad.
Voy a utilizar el símil de la fotografía corporativa, ya que es habitual la foto en grupo frente a un determinado paisaje o motivo cuando se ha llegado a la meta o cuando se han cumplido los objetivos de una organización. El motivo de esta fotografía tomada hace 60 años, negativo que fue revelado en 1998 con el triunfo de Hugo Chávez, muestra en primer plano al grupo que ha causado con éxito la destrucción de la nación y sus recursos, el desastre humanitario y la diáspora de 5 millones de venezolanos. En segundo plano de la imagen se observan los cientos de miles de millones de dólares robados durante estos 20 años de revolución socialista, los carteles del crimen organizado que conviven en el país controlando el territorio y los nexos con organizaciones terroristas internacionales a los que se les ha permitido usufructuar nuestras riquezas. El ideal totalitario y el terrorismo de Estado que en los sesenta deseaban fervientemente los ideólogos del exterminio, se cumplió. Lo que observamos no es otra cosa que una fotografía forense.
Esta y otras treinta reflexiones las encontrará el lector en el libro La violenta década de los sesenta en Venezuela, una compilación de testimonios, libres de todo corsé académico, realizada por Enrique Viloria Vera, José Pulido y Petruvska Simne, publicado en 2020 por Barra Libros Editores. En la introducción se lee: “Esta década venezolana no ha podido ser más violenta, más cruel y sanguinaria, y lo que es peor, una generación de jóvenes sacrificados, inmolados en el indolente altar del castro comunismo. Ciertamente, la monserga, la prédica, el inhumano consejo del Che Guevara a sus correligionarios alzados en armas, fue aplicado a rajatabla en el país: El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. ¿No es acaso lo que viven los venezolanos en el presente?
@edgarcherubini