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La violencia como herramienta política

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En las dos  últimas décadas se ha incrementado, exponencialmente, la violencia política en América Latina: los delincuentes lucen como un elemento fundamental en la configuración de una sociedad y como una variable  esencial en las relaciones entre los miembros de ésta y los órganos del Poder Público. Todo ello, a través de nuevas formas o modalidades que son propias del tráfico ilegal de estupefaciente, seres humanos, armas, órganos, entre otros. Este tipo de violencia significa que existe una alianza entre la delincuencia común y las actividades políticas que antes se entendían como incompatibles. Observamos como la inserción social en estas bandas delincuenciales se ha convertido en un mecanismo de ascenso social.

Dicha alianza tiene como fin el manejo de la población y el Estado, para profundizar  en sus objetivos criminales. Si bien las representaciones de la violencia suelen ser estéticamente fuertes, no todas usan o abusan de ella para expresar su presencia. La violencia,  portadora de una estética que es la del espectáculo, requiere de mucha publicidad para que sea efectiva y, así, aterrorizar  eficazmente a la población. Ideológicamente adquiere una significación novedosa, donde aquellos ideales dejaron de ser sus principales banderas, para llegar a ser solo una delincuencia organizada y común o para convertirse en un vulgar arribismo social y político.

No es de extrañarse que lo ocurrido, recientemente, en Ecuador con Fernando Villavicencio, haya sido en medio de un acto de campaña electoral de amplísima resonancia. Este suceso ilustra muy bien cuán lejos ha llegado la alianza entre el crimen organizado y determinados sectores de la vida política. Curiosamente vemos como en países tan lejanos y con culturas tan distintas,  como los africanos, por ejemplo, simulan una estética de violencia  propia del modelo que se instauró en Venezuela en la primera década del presente siglo, con los consabidos despliegues cívicos militares, basados en la confrontación social y la exacerbada la disparidad de las clases. Ilustraciones de este comentario es el Capitán Ibrahim Traoré, en Burkina Faso, o uno más reciente, lo acontecido en Nigeria, por el general Abdourahamane Tchiani.

En la medida que fracasan o fallan las instituciones democráticas, aumentan directamente los actos de fuerza. De la misma manera que no se puede controlar la violencia doméstica por ausencia de las instancias más adecuadas, la alianza entre el crimen y la política, que utiliza todas las herramientas que estén a su alcance para perfeccionarse, puede ser controlada. Esto, acarreará una mayor crisis del Estado, que solo esgrimirá una nueva simbología, para acontecimientos tan reiterados y que conmueven a la colectividad mundial. Esta novedad se hace viral por medio de las redes sociales, y cualquier suceso o evento de agresión queda impune, pues no es condenada debido a la debilidad de las instituciones sobrevivientes.

Debemos estar atentos. Nuestro país se encuentra en medio de una contienda electoral que la deseamos pacífica y, convincentemente, democrática. El principal responsable del desarrollo cívico  y electoral  es el régimen y así lo sabe la comunidad internacional. Por ello, el mejor gesto para retomar la confianza y reconstruir las instituciones es la liberación de los presos políticos  en Venezuela. Nuestro objetivo es lograr que las elecciones del 2024 sean lo más transparente posible aunque sabemos que el régimen tiene el control. Es crucial evitar los discursos de odio, ya  que sabemos son generadores de violencia.  Cesar los ataques para tener una contienda con un verdadero carácter democrático, pues de lo contrario seguiremos bajando en el profundo abismo en el que ya no encontramos. Hemos insistido, resistido y persistido en el objetivo de la  gran unidad. Una unidad que nos lleve al fin de un régimen autoritario y violento, ya que la violencia solo genera pérdidas, dolor y más violencia.

Tw, IG: @freddyamarcano

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