Parece no haber manera ecuánime de hablar sobre la empresarialidad en Venezuela. Es un tema que eleva los ánimos, sea para emitir posturas críticas y de rechazo, o para reconocer y felicitar. Esto se acrecienta más en medio de la realidad económica que vivimos, donde muchos capitales y vínculos no son bien vistos. Pero no podemos arropar a todos los empresarios con la misma cobija, porque sería injusto. Hay muchos que apuestan genuinamente al país, y necesitamos más de ellos.
Se puede criticar y con razón a quienes usan sus conexiones políticas para asegurarse prebendas, contratos o ventajas legales y hasta legislativas. De eso no se trata ser empresario, por más que se hiciese normal en el país durante la etapa democrática, y ni hablar durante las últimas dos décadas. Esto no implica que los empresarios no puedan involucrarse la política, pero ello queda para consideraciones futuras. El punto crítico aquí es: ¿en qué consiste la actividad empresarial?
Porque se nos dice que Venezuela necesita de líderes políticos formados, que actúen bajo la ética y la legalidad. Eso es cierto, pero, ¿por qué no se eleva la misma demanda de empresarios honestos y capacitados? Escasean los programas de formación o los posgrados en liderazgo empresarial, pero maestrías y doctorados relativos a la política y su aplicación práctica hay de sobra.
El entendimiento de la actividad empresarial parece comenzar mal desde ahí. Es como si no fuese necesario tener formación o criterio para su ejercicio. Nada más alejado de la realidad, y amerita que nos ocupemos de ello.
Comencemos diciendo que el empresario está ligado a la resolución de necesidades. Toda empresa grande comenzó siendo un pequeño negocio que buscó crear, proveer o innovar algún bien o servicio escaso (incluso inexistente). Esto es tan válido para Apple como para Farmatodo, Alfonzo Rivas, Ama de Casa o incluso para un negocio emergente como Ávila Burger. Siempre hay detrás un impulso por llenar un vacío identificado.
En ese proceso, el empresario requiere de trabajadores, de servicios y de suministros o materias primas que adquiere con terceros. Con todo esto no solo se genera empleo y se crea valor, aportando bienes o servicios de utilidad, sino que se dinamizan indirectamente otras fuentes de empleo, como las de proveedores o transportistas. Ya aquí vemos dos cosas buenas que poco se dicen.
Tal vez la mayor crítica venga porque se asocia a los empresarios con la usura o el egoísmo. Casi como si fuese un delito poseer algo y querer beneficiarse de ello, cosa para nada vanidosa o usurera. Aplica igual para quien pone en alquiler un apartamento, como para quien inventa un detergente nuevo. Puede que dicha premisa crítica esté influenciada más bien por prejuicios y recelos, no muy lejanos a preceptos ideológicos.
En Venezuela esto es muy claro. Los empresarios han sido blanco de ataque de los grupos políticos desde hace mucho, y no solo en los últimos años. Si bien esto se ha acrecentado durante los gobiernos de Chávez y Maduro, claramente marcados por su perspectiva socialista, sería erróneo decir que es exclusivo del siglo XXI.
Siempre ha existido una trinchera desde la que se odia a los empresarios, por considerarlos como agentes de un sistema explotador de los trabajadores. Esto, como escribió Emeterio Gómez en su monografía “La economía venezolana y la cultura de izquierda” (1986), es algo que llegó no solo a grupos sindicales, sino también a espacios académicos y culturales, e incluso partidos políticos.
Es algo que podemos considerar vigente al día de hoy, donde además se han sumado otras narrativas, como aquella de que todos los empresarios se vendieron a la clase política chavista, o bien que todo nuevo negocio posee vínculos con capitales y personeros cercanos al gobierno. Aunque hay mucho de cierto en ello, insistimos, no es algo que se pueda generalizar.
Es un hecho que la nueva Venezuela nos presenta muchas empresas cuyo origen suele ser dudoso. No se trata de un secreto, pues se exhibe con mucha gala en avenidas y locales. Es el grupo social que surgió con el socialismo del siglo XXI. Pero no representa en absoluto a la clase empresarial que ha sobrevivido en el país, tanto con negocios de tradición como con emprendimientos cada vez más y mejor posicionados.
Esa clase que apuesta por el país es la que debemos reconocer, porque lo hace de manera honesta y competitiva, sin necesidad de recibir prerrogativas estatales. Es esta la que está creando puestos de empleo, la que está otorgando sueldos en divisas extranjeras y la que está involucrando al segmento joven de la fuerza laboral. Si la economía en efecto tiene un ligero crecimiento este año, es en buena medida por esta clase.
Ahora vemos con más claridad en qué consiste el rol del empresario, vital para el crecimiento y desarrollo de una sociedad. El sector público no crea valor y hoy no es atractivo laboralmente. No necesitamos más burócratas que fijen regulaciones, impuestos o trabas. Ya tuvimos y tenemos muchos. Ahora el país demanda líderes empresariales que puedan incidir positivamente. A ellos debemos apostar los ciudadanos, esperando que se multipliquen cada vez más.
@anderson2_0