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La vida del proscrito Sergio Ramírez

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Ramírez que

Foto Europa Press

Sergio Ramírez es uno de los más importantes escritores nicaragüenses, latinoamericanos. En esta época el más importante autor de la valiente Nicaragua. No es de quienes escriben, como sueñan algunos torremarfilistas, alejado de su país, de su vida circundante. Evidentemente, Sergio no puede realizarse en Managua o cualesquiera otras de las ciudades del país centroamericano.

Nicaragua padece uno de estos feroces tiranos latinoamericanos que parecen estar de moda nuevamente, debido a la influencia cubana. Ya no se trata de la Internacional de las Espadas, sino de una corporación mafiosa del terror. La Iglesia Católica, que en su cúpula más alta parece ignorar casi por completo lo que allí ocurre, por razones estrictamente políticas, sufre dentro el rigor de la persecución y la prisión.

Doscientos veintidós nicaragüenses fueron expulsados de su tierra por el sensible dictador que los tenía presos, torturándolos como ellos, los tiranos banderas, hacen en esta competencia extendida en Latinoamérica, tal cual otra peste para hacer ver ante el mundo quién es el más malote. El religioso, el obispo Rolando Álvarez, no aceptó el avión ni la cómoda acogida que brindaron los amables estadounidenses. Prefiere representar en sí el sufrimiento de sus coterráneos, se martiriza, lo martirizan.

A Sergio, como a centenares de nicaragüenses opuestos frontalmente al régimen, disidentes para con el terrorismo político de su Estado, lo arrancaron de su terruño, porque hace tiempo se separó del acompañamiento a Daniel Ortega, de cuando en el Frente Sandinista de Liberación Nacional se enfrentaron al internacionalista de las espadas Somoza. Pero no lo hizo taimadamente, como al cruel Ortega le hubiera convenido y hubiera querido ciegamente. Era imposible que aquel hombre que enfrentó también con la palabra a los Somoza, se hiciera el loco con las atrocidades de los Ortega. Para muestra la novela también proscrita donde lo nombra directamente y a su mujer, Tongolele no sabía bailar, aludiendo a la pesadumbre que sus solas existencias causan en Nicaragua.

En principio Sergio se encuentra en la obligación de aclarar en su texto que es de ficción, para que el lector no se confunda:

«Ortega permanece en la presidencia a través de sucesivas reelecciones, la tercera de ellas en 2016, ocasión en que su esposa, la señora Rosario Murillo, primera dama, y cabeza ejecutiva del gobierno, es electa vicepresidenta de la República».

¿Le importa a Ramírez que eliminen su nombre de la lista de ciudadanos nicaragüenses, como ha previsto por estos días el abominable tirano? Para nada. Porque no aparecer en un registro legal no lo hace menos que ninguno allí. Es más, lo enaltece y lo engrandece superlativamente no pertenecer a la Nicaragua que se diseña el sanguinario sujeto como él la quiere, sin disidencia notable, pura en la aceptación de sus desmanes. Porque la Nicaragua de los desterrados, de los presos y de los innominados allá, es otra, muy distinta, democrática, como bien ha señalado el propio Sergio Ramírez.

No le importa el accionar que contra él considera crudelísimo el otrora compatriota de luchas contra los Somoza. Ramírez es mucho más Nicaragua que Ortega. La novela prohibida, como está seguramente la circulación en Managua y sus alrededores de todas sus obras, anda tranquila por allá, más compenetrada con el común de la gente que todos los discursos vengativos del otro sátrapa latinoamericano. Circula abiertamente en PDF y es discutida, comentada, como nada en el país centroamericano.

Las grandeza literaria de Ramírez, del Ramírez de la literatura comprometida, para nada ajena a sus circunstancias, como solicitaba Sartre, resuena inocultable. Es la demostración viva de la trascendencia de la palabra y con la palabra en acción. Desdén debe causar en quienes de verbo y actividades realizan cualquier escaramuza para evadirse, como si fuéramos suizos o suecos. Participes reales aquellos en esta eterna discusión del valor solo en sí de los términos y el valor de los vocablos en procura de modificar la realidad, la realidad política.

Ramírez es tan de Nicaragua, tan de Latinoamérica que no dejará de ser el ciudadano del mundo que combate a los tiranos que nos agobian, que nos apresan, que nos torturan, que nos destierran, que nos roban, que nos desnacionalizan, que nos matan. Sergio está más vivo que nunca, dentro y fuera de Nicaragua, de la que sí sueña que de verdad nunca hubiera existido un Daniel Ortega con su mujer, para también postrarlos a padecer las remembranza maléfica de los Somoza.

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