«Estoy pensando en lo que Lenin dijo de la Apassionata, de Beethoven: “Si sigo escuchándola no terminaré de hacer la revolución”. ¿Puede alguien que haya escuchado esta música, pero que la haya escuchado de verdad, continuar siendo una mala persona?». Esta pregunta, que parece traslucir nostalgia por los atributos que los clásicos solían atribuir a la belleza, forma parte de un diálogo entre el dramaturgo Dreyman y su novia Christa-Maria, dos de los protagonistas de La vida de los otros (la película alemana de Florian Henckel von Donnersmarck, del año 2006). Ambos ignoran que aquellas palabras —al igual que el resto de su vida íntima— están siendo grabadas, a través de cables secretos y micrófonos escondidos, por un agente de la Stasi encargado de espiar a Dreyman y verificar su fidelidad al régimen comunista de la República Democrática Alemana.
No es necesario contar con cables secretos ni micrófonos escondidos para enterarse de la vida de los otros en estos tiempos de brutal y efímero exhibicionismo. Aun sin buscarlo todos nos hemos convertido en espías más o menos involuntarios. Al igual como los autoritarismos se valen del espionaje para controlar a sus enemigos, la sobreinformación presente puede volverse una forma de totalitarismo que pende amenazante sobre la vida de todos. Pero esto, en contrapartida, debería también ser un problema para aquellos que detentan poderes espurios y liderazgos equívocos. No debería de ser inteligente sucumbir a tentaciones muy notorias cuando se funge de reivindicador de los desposeídos. Tampoco que lo hagan los parientes y las demás personas del entorno cercano. Los verdaderos líderes no son aspiracionales. Los verdaderos líderes no cambian de indumentaria ni de costumbres.
A lo largo de la película, y conforme el agente de la Stasi va llevando a cabo su misión, Dreyman, Christa-Maria y los de su entorno irán revelándole diversos aspectos de la vida que le habían sido totalmente ajenos. La contemplación de la Apassionata será apenas una de entre las varias lecciones que recibirá de quienes ignoran haberse convertido en sus maestros. El descubrimiento del goce estético será capaz de provocar una especie de redención personal en aquel frío espía, al punto que decidirá manipular la información destinada a sus superiores para salvar a Dreyman de la represión que debía corresponderle por sus actividades de disidente.
¿Podrán los que espían a quienes ayer decían representarlos y hoy sucumben a las tentaciones de un consumismo pueril, sentirse conmovidos o experimentar algún tipo de cercanía? Difícil cuando no hay nada de sobrecogedor en lo que se está observando. Nada capaz de despertar admiración o respeto. Sólo envidia. Envidia de la mala. Los delincuentes también pueden ser aspiracionales. Qué desastre. La vida de los otros luce cada día más imbécil, más materialista, menos sublime.
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