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La vergüenza debe cambiar de bando

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192 heridos protestas venezuela

Foto: EFE

Esa frase corresponde a Gisèle Pélicot, la ciudadana francesa que fue víctima de sucesivas violaciones por decenas de agresores sexuales auspiciados por su marido que la dopaba y grababa. Un crimen horrendo por donde se mire. Ojalá la justicia francesa pueda castigar a esos despreciables agresores. Entre tanto, la frase dicha por la víctima tiene un profundo significado, es un llamado a revertir la tendencia a reducir a la pena y la culpa a las mujeres que sufren agresiones sexuales, a ser conminadas a tener que esconder el rostro. Los que deben sentir vergüenza son los victimarios.

La frase de Gisèle Pélicot puede hacernos reflexionar sobre otros escenarios y situaciones en que las víctimas son castigadas con la incomprensión y la total carencia de empatía. Por ejemplo, las redes sociales están copadas de comentarios que denigran e insultan al venezolano por creer en el voto como instrumento del cambio político, se burlan de los presos políticos afirmando que son torpes por haber exteriorizado sus ideas y por tanto merecen estar en alguna de las mazmorras del régimen o sufrir tratos crueles y degradantes, o que aquellos que se refugian en alguna embajada o son conducidos al exilio son cobardes. Ciertamente mucha de esa toxicidad proviene de las potentes herramientas de propaganda del régimen autoritario venezolano, pero no son pocos los que consumen alegremente esa bazofia. 

Toca, es necesario, hacer que la vergüenza cambie de bando. La responsabilidad de cometer tortura y prisión arbitraria contra manifestantes pacíficos debe ser, siempre y eternamente, de los efectivos policiales y militares cuya cadena de mando obedecen sin chistar, por cobardía o complicidad, las órdenes que permiten la violación sistemática de derechos humanos. Las víctimas son víctimas y los victimarios son victimarios. 

Es imprescindible que los voceros autorreferenciados como intelectuales, empresarios, rectores universitarios, periodistas o “influencers” que repiten, sin sufrir censura alguna, argumentos que hacen concluir que no importa que Maduro robe descaradamente la elección presidencial, que lo relevante es que “se mantenga la estabilidad” que solo él puede proporcionar. Eso sí debe avergonzar. Mil veces preferible exponerse a la represión, a la cárcel, el exilio o la muerte que engrosar la nómina de quienes se enriquecen en medio de la crisis humanitaria compleja. 

Podrán finalmente vencer, podrán convertir un presidente electo con el voto mayoritario del pueblo venezolano en un exiliado, esclavizar a los trabajadores con el excluyente y exclusivista “modelo chino”, podrán bañarse con el usufructo del asalto al tesoro nacional que llaman “revolución”; sin embargo, la vergüenza de lo hecho hasta ahora contra todo un país los perseguirá siempre. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque la justicia terrenal puede fallar, la divina es solo una presunción, pero la plena conciencia de los crímenes cometidos, del dolor causado, de las vidas destruidas, en la última hora, volverá furtivamente como un fantasma devorador de almas. Nada borrará la infinita vergüenza. Nada.

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