Los engaños sustentan a la amnésica Cubazuela, lo que exige repetir hasta el hartazgo evidencias recomprobadas.
La FAES, la Dgcim, el Sebin y similares no son cuerpos de seguridad del Estado destinados a proteger vidas, derechos y propiedades de los habitantes, sí son organismos represivos de miembros delincuenciales, policía terrorista estatal entrenada para espiar, perseguir, secuestrar, torturar y liquidar a la disidencia activa proyectada hacia la sociedad pasiva. Dependen de la Fuerza Armada Chavista (FACH ) cuya cúpula elige a su élite corporativa del generalato, dos mil y tantos generales nombrados solo con base en una jurada lealtad incluida la post mortem a su fundador golpista, quien junto a sus huestes subversivas criminales fracasó en su intento de asesinar al legítimo presidente de Venezuela en ejercicio Carlos Andrés Pérez. Cuando el cabecilla fue indultado por el gobierno democrático de Rafael Caldera, se pasó por alto el delito específico del intento de magnicidio.
Patria o muerte, venceremos, frase castrense legada por el castrismo, es lema de falso dilema. El territorio minero que fue patrio se entregó en venta regalada a los imperios y subsidiarios actuales, China, Rusia, Irán, guerrillas narcoterroristas de las FARC, ELN, Hezbolá y similares de modo sistemático, la muerte para esta clase de patrioteros no es la del verdadero soldado constitucional dispuesto a entregar su vida para eliminar al enemigo foráneo sino la práctica fija de liquidar mental y físicamente al adversario, sea hermano, pariente, amigo, paisano, a todo miembro de la sociedad civil que desobedece las órdenes del isleño G2 invasor y venceremos es la coba definitiva pues la FACH fue vencida y convertida sin batallas, en súbdito del militarismo involucionario cubano al punto que en nombre de la soberanía armada fratricida, divisionista y excluyente, su burocracia de medallas, casinos, bodegones, islas propiedad privada para el bonche y la narcorrumba sobre charcos de sangre, sigue aniquilando cualquier signo de liberación.
Hugo Chávez no fue un militar de altos ni medianos méritos. Paracaidista del montón, cantinero y comandante por obra y gracia del golpismo electoraloide, movimiento subversivo disfrazado de republicanismo democrático que alcanzó el poder para violar su propia Constitución, la carta magna que permitió su primera elección presidencial. Junto a la de 2015 que eligió a la actual Asamblea Nacional, son las únicas no fraudulentas hasta hoy. La correcta del referéndum ganado por la oposición de 2007, calificada por el mandamás como “victoria de mierda”, se dejó con ese calificativo y de ese tamaño cuando la disidencia no insistió, se limitó al reclamo sin activar una contundente respuesta como por ejemplo huelgas generales, negativa a pagar impuestos estadales y municipales, y el régimen siguió su curso autocrático modificando a su antojo leyes y reglamentos.
A los niños parias que Hugo Chávez aseguró que sacaría de las calles para educarlos como solidarios camaradas y con ellos forjar al hombre nuevo, los acuarteló y pasaron de víctimas a victimarios, adoctrinados, uniformados, listos para obedecer de inmediato al recibir la criminal señal de costumbre. Son los ejecutantes robotizados que conforman a los señalados cuerpos represivos más las milicias, “colectivos” motorizados y tantos más guardianes de la revolución. Estilo soviético actualizado por Fidel y sumisos malhechores que continúan allá, aquí, más allá, en su rol de verdugos cainistas.
El castrochavismo no es bolivariano. En ningún texto registrado como autoría de Simón Bolívar se utiliza el vocablo “revolución” para referirse a campañas militares ni a la construcción civilista de los países independizados. La revolución constitucional más admirada y emulada de modo público, tenaz y notorio por el Libertador fue la que sobre bases conceptuales de la Revolución francesa gestó a los Estados Unidos de Norteamérica aunque lo reconociera como el país imperial del momento, tal cual sucede con todo imperio, ahora con el chino, el ruso, el iraní, que sometía y somete a sus intereses comerciales su injerencia en políticas gubernamentales de las Américas central y del sur. Musiúes con otros cachimbos.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte-Andrade y Blanco no fue pueblo descalzo, ni chusma, ni zambo, ni ambicioso embustero que gritara “ser rico es malo”. Provino de una encumbrada familia de blancos criollos, dueña de propiedades agrícolas, esclavos y las minas de Aroa, fuentes de cobre que arrendó a los británicos para sufragar gastos de la hazaña independentista y luego quiso resguardar para sus familiares. Su documentación dictada y manuscrita en guerra y paz se expresa con lenguaje libertario emanado principalmente del constitucional ejemplo estadounidense.
No fue practicante de alguna religión específica. Bautizado católico, apostólico y romano tuvo vínculos intelectuales de “compañero” con gentes y principios de la francmasonería, movimiento institucional que para aquel entonces difundía los valores libertarios precursores y colaboradores de las ideas independentistas contra los colonialismos. Bolívar lo hizo en la clandestinidad pues los inscritos en su doctrina filosófica eran perseguidos en especial por la Iglesia Católica. Tampoco tuvo algo que ver con la tradicional santería cubana y mucho menos con su secta de los paleros. La francmasonería admite por igual a religiosos, agnósticos y ateos. George Washington, Francisco de Miranda, entre otros, se adhirieron a sus postulados.
El títere cubano de Miraflores Nicolás Maduro, ahora nómade, bajo pánico, escondido en diferentes cuevas palaciegas y laberintos subterráneos del Fuerte Tiuna, disfrutando privilegios de oligarca, desde hace siete años funge de presidente legítimo, no lo es de raíz y en principio porque la Constitución original mantiene vigente que el cargo presidencial puede ser ejercido únicamente por nacidos en Venezuela. El usurpador tiene al menos cinco distintos presuntos certificados que lo presentan como oriundo en cinco diferentes sitios de la capital. La página colombiana donde aparece la constancia de su auténtica inscripción natal en ese país es la única hoja desaparecida del volumen correspondiente a esa fecha de registros y fue arrancada, asunto que se develó durante la presidencia de Juan Manuel Santos. El resto de su actuación sigue la misma ruta mentirosa avalada por un supremo tribunal de las injusticias presidido por un delincuente de marca mayor, un fiscal que no ve, ni oye, ni sabe que él y sus jefes asesinan por acción y omisión, un consejo no precisamente nacional ni electoral sino votacional cuya primaria misión renovada fue quemar aparatos añosos de veinte años donde había pruebas de sus fraudes programados. Incendio provocado para inaugurar así la maquinaria de la nueva farsa, un supuesto sufragio que usurpe al legítimo Parlamento hoy presidido por el legítimo Juan Guaidó.
Verdades de Perogrullo. Se necesita repetirlas cuando se dejaron pasar, se olvidaron y ya no duelen, quizá recordarlas sirvan como estímulo para activar reacciones en una población deprimida, cansada, ofendida, descreída por igual de la mercenaria dictadura cínica y de la irresponsable oposición desunida.
Sobre el simulacro sostenido que es la revolución castrochavista, régimen levantado sobre un pantano ensangrentado y movedizo, hay infinidad de testimonios derivados. Adentro y afuera, nacionales y foráneos, lo sustentan personal o institucionalmente con diversos montajes, silencios, oratoria de la disculpa encabezada por el “estamos consternados”.
Ahora, develado por fin el otro engaño, también imperdonable por electoralista del trumpismo, resumido como “todas las opciones están sobre la mesa”, queda un recurso.
Fuenteovejuna señor… en Tierra de Gracia…
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