La historia discurre al compás de interacciones de colectivos humanos con los factores condicionantes que favorecen o hacen posible determinados eventos. Si bien el historiador escocés Thomas Carlyle destacaba el papel decisivo de individuos protagónicos en ese proceso, convendremos ahora en que esto sólo tendría sentido como producto de sus respectivas sociedades, que son las que proveen las oportunidades para que pudiesen fructificar. Las potencialidades vivenciales del ser humano estarían ajustadas así a la comprensión de sus circunstancias, como nos explicaría Ortega y Gasset.
La anterior digresión permite hacer referencia a las ventanas de oportunidades que se le presentan a las sociedades para producir cambios deseados. Pueden ser o no aprovechadas. En esta tercera década del siglo XXI asistimos, alarmados, a los efectos deletéreos, ya bastante visibles, del cambio climático urdido por la civilización industrial. La comunidad científica internacional, de manera cada vez más consensuada, nos alerta de que, de no tomar a tiempo medidas pertinentes, se irá cerrando la ventana para revertir este proceso, con lo que la situación se pondrá peor. Está en la voluntad colectiva del liderazgo mundial evitar que así sea. En la Unión Europea aumenta la toma de conciencia sobre la necesidad de intensificar los esfuerzos de apoyo a Ucrania, tanto financieros como en equipos y logística militar, para evitar que prospere la ambición del dictador ruso, Vladimir Putin, por quedarse con porciones de su territorio, so pena de ver también aumentada la vulnerabilidad de los países miembros ante futuras aspiraciones imperialistas del autócrata eslavo. Y, en Estados Unidos, asiento emblemático y, hasta hace poco, ejemplo de la institucionalidad democrática liberal, se encienden las alarmas respecto a las posibilidades de triunfo de un personaje narcisista, altamente resentido, quien, con cada arenga, destila sus pretensiones neofascistas por lacerar, profundamente, esas instituciones. En fin, pudiéramos continuar con otros ejemplos, desiderátums ante cuyas eventualidades no hay nada escrito y que está en la acción colectiva tomar las acciones pertinentes para anticipar y evitar consecuencias adversas.
Por razones obvias, viene el caso de Venezuela. La realización de elecciones presidenciales este año abre posibilidades de conquistar el cambio político tan largamente esperado por los venezolanos. Están enmarcadas en unas reglas de juego convenidas, con testimonio de facilitadores internacionales, entre Jorge Rodríguez, representante de Maduro y Gerardo Blyde, negociador por la oposición: los acuerdos de Barbados del 17 de octubre de 2023. La oportunidad de cambio obedece, claramente, a la conjunción de circunstancias que la hacen cada vez más ineluctable. Por un lado, está el hartazgo, cada vez menos contenido, de gruesos sectores de la población con la situación de miseria a que han sido condenadas por el (des)gobierno chavo-madurista. Las protestas y movilizaciones no dejan de parar.
Luego está el resultado de la elección primaria del 22 de octubre que desbordó todas las expectativas. A pesar de las dificultades interpuestas, movilizó a más de 2 millones de compatriotas que salieron a asentar, abrumadoramente, su preferencia por María Corina Machado. Fue un evento que le devolvió la confianza a la gente, proveniente de todos los sectores de la sociedad, de que está en sus manos doblar la correlación de fuerzas a favor del cambio democrático, dado el poder de sus números. Esta confianza no ha hecho más que acrecentarse al calor del entusiasmo y del espíritu de compromiso producidos por la candidata en sus incansables recorridos. Entre otros efectos, ha logrado forjar la unión en apoyo a su candidatura desde abajo, que el liderazgo opositor (mayoritariamente) ha consentido en asumir. Encuesta tras encuesta muestran la ventaja indiscutible de MCM en la intención del voto de los venezolanos. Se ha puesto de manifiesto un pueblo cada vez más activado en hacer valer sus demandas por soluciones valederas, alentado por las perspectivas de que, ahora sí, tiene cómo concretarlas.
A lo anterior hay que sumar un entorno internacional expectante, interesado en que se observen las condiciones para un proceso electoral confiable que asegure la libre expresión de la voluntad popular. Su presencia vigilante se acompaña, como se sabe, de la amenaza de volver a imponer las sanciones internacionales suspendidas al régimen de Maduro, si éste no cumple con su palabra.
Ahora bien, como se ha evidenciado en las últimas semanas, las fuerzas del atraso y de la opresión que controlan al país están empeñadas en cerrar esta ventana de oportunidades, negándoles a los venezolanos las posibilidades de reconquistar la democracia y de tener una vida digna, en libertad. A los secuestros y detenciones arbitrarias de dirigentes asociados con la opción opositora y con las protestas, y con la censura y persecución de fuentes de información independientes, se le suma, ahora, la imposición de un cronograma electoral expresamente diseñado para perjudicar las posibilidades electorales de la oposición, así como la inhabilitación de numerosos partidos y de algunos dirigentes. En este orden se encuentra la ratificación de la inconstitucional inhabilitación de María Corina Machado. Como ella no ha sido juzgada ni mucho menos condenada por algún delito, no hay razón ni base para imponer, administrativamente, una sanción accesoria como es su inhabilitación política. Constituye un abuso que pone en evidencia la intención de los fascistas de patear el tablero. El hecho de haber designado para representarlos a su peor candidato, Nicolás Maduro, culpable de la tragedia que aflige la población, pone en evidencia que las reglas con las cuales pretenden jugar no son, precisamente, las del respeto por las normas constitucionales que aseguren la expresión confiable de la voluntad popular.
Pero he aquí una paradoja con repercusiones significativas. En la medida en que el chavo-madurismo echa por la borda los acuerdos de Barbados y, con ello, intenta clausurar la ventana abierta a la transición democrática, va cerrando la suya propia, es decir, aquella referente a las posibilidades de que pudiesen abandonar el poder sin que, obligatoriamente, la cárcel fuese su destino, dados los crímenes cometidos. Si es que quedan todavía algunos que sinceramente crean algunas de las propuestas que, inicialmente, atrajo a gruesos sectores de la población, debería estar en su interés sobrevivir como fuerza política capaz de defenderlas bajo un régimen democrático. Porque la observación de las garantías para una salida electoral confiable se ha asociado, implícitamente, a la exploración de posibilidades de una justicia transicional que suspendiese, difiriese o redujese la penalización por muchos de estos crímenes, de forma de facilitar o hacer menos traumática el eventual desplazamiento del chavismo. Seguir añadiendo a los ya abultados prontuarios por violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad contra el pueblo venezolano, recopilados por las misiones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, su Consejo de Derechos Humanos, la Corte Penal Internacional y por numerosas ONGs de prestigio, no hacen sino dificultar las posibilidades de llegar a algún entendimiento al respecto.
Es cada vez más evidente que, bajo su forma actual, la dictadura de Maduro no tiene vida. Sí puede mantenerse unos años más reprimiendo y metiendo presos a cada vez mayor cantidad de gente. Puede sobrevivir, como afirmó Delcy Rodríguez, con las sanciones que se les volverán a imponer. Sus redes con Estados forajidos y bandas delictivas seguirán proveyendo oportunidades para expoliar la riqueza nacional. ¿Pero, continuará siendo suficiente como para satisfacer las apetencias de la cúpula militar traidora, de intermediarios y demás cómplices que los sostienen? ¿Podrá sobreponerse al aislamiento internacional asociado a una deuda pública de más de 150 millardos de dólares, que crece año a año por los intereses no cancelados, y la probabilidad de más sanciones? ¿Cómo contener la protesta de un pueblo convencido de que no tiene vida con la gestión de Maduro? ¿Cuánto tiempo más y a qué costo?
Es de prever que las tensiones no harán más que acumular. Eventualmente, algo tendrá que ceder. Es aconsejable negociar pautas para que los cambios inevitables se conduzcan por canales mutuamente aceptables, que quedar expuestos a una explosión que destruya indiscriminadamente lo que consiga a su paso. Las garantías para un proceso electoral confiable es pieza central de esa negociación. Recordando el fin de Mussolini, le convendría al chavo-madurismo no dejar que se cierre esa ventana.