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Ilustración Javier Otero

Primero, quiero pedir excusas a mis lectores por no haber escrito el mes pasado, pero la muerte de mi querida madre, Michelle Lazzari de Otero, me afectó mucho. No fue sino hasta que pudimos juntar sus cenizas con las de mi papá en Caracas, hace pocos días, cuando logré recuperar algún sentido de normalidad en mi vida. Sin embargo, el agridulce viaje de una semana me permitió experimentar de primera mano el profundo cambio que se está llevando a cabo en Venezuela y que no es económico ni político, sino mas bien sociológico.

Como no hay una manera diplomática de decirlo, lo voy a expresar como lo siento: la mayoría de los venezolanos estamos hartos de la división y de los políticos que la practican impunemente. Sí, es verdad, hubo un momento en que grandes masas de todos los sectores de la sociedad salimos a la calle y tengo muchísimo respeto por todos aquellos que dieron sus vidas y sacrificaron su seguridad para buscar un cambio total en el país. Sin embargo, hoy en 2022 el mundo que conocíamos ya no existe y tenemos que ser conscientes de que esto ha afectado nuestras mentes en formas que todavía no hemos podido medir.

Por ejemplo, todos mis amigos empresarios, comerciantes y profesionales, así como cerca de 70% de los venezolanos, incluyéndome, rechazan abiertamente las sanciones internacionales no individuales, ya que lo único que han logrado es una bandera para que el gobierno le eche la culpa de todo al tío Sam y a la guerra económica de los escuálidos venezolanos. Se la pusimos bombita al castro-chavismo y al G2, que son expertos en el tema, o si no cuenten los largos anos de dictadura en la bloqueada isla y los que faltan.

Para lo otro que sirven las sanciones es para lograr que los cientos de miles de venezolanos que desean volar directo desde Estados Unidos tomen más del doble del tiempo de vuelo necesario para llegar a su patria; o, como en mi caso, incurran en significativos costos de viaje para acceder a los consulados venezolanos en los países donde se emiten pasaportes. Yo no sé ustedes, pero para obtener el mío tuve que viajar dos veces a México y junto a los costos del pasaporte me gasté más de 2.000 dólares. La gente se queja mucho de los retrasos y montos del Saime, pero para obtener aceleradamente la renovación de su pasaporte estadounidense, mi hija pagó como 180 dólares y le llegó en alrededor de 1 mes… De nuevo, el mundo pandémico en acción, por lo que cambio el tema preguntando: ¿alguien ha probado sacar un pasaporte aceptable internacionalmente en una embajada del autoproclamado gobierno interino?

Para los que mis comentarios les parezcan antipáticos e incluso herejes, les recomiendo mi articulo anterior apropiadamente titulado: “Yo no soy de oposición”. Para ser todavía más especifico, yo no soy de esa oposición que lo único que ha hecho es cometer múltiples y costosos errores político-estratégicos, empezando por el fracasado Carmonazo de 2002 y seguido por el regalo del Congreso Nacional en 2005 que permitió que el castro-chavismo se diseñara un país a la medida usando su mayoría legislativa absoluta. No quiero recordar las oportunidades perdidas y la falta de liderazgo contundente para lograr el cambio. De nuevo, mis respetos para los que marchamos, pero todas esas protestas fracasaron. Tampoco apoyaron al comandante papachongo, como llamaba una querida amiga al difunto Oscar Pérez, quien lo que no tuvo en estrategia, lo tuvo en cojones, con el triste resultado que todos conocemos. También me pregunto a veces ¿quién autorizó la triste Operación Gedeón?

Más recientemente, la autoproclamación del gobierno interino selló su fracaso desde el primer día y aunque el apoyo de 56 países suene importante, más grandes son los 110 países que votaron por el régimen de Maduro para incluirlo en el Comité de Derechos Humanos de la ONU. ¿Y qué me dicen de los recientes escándalos en Citgo y Monómeros Colombo Venezolanos? ¡Basta ya! El país reclama y exige nuevos liderazgos, no los mismos egos de siempre con sus discursos rayados y extemporáneos que solo atraen a los más recalcitrantes fanáticos. Pero no se confundan, mis palabras no tienen ni un ápice de apoyo al gobierno y sus políticas fallidas. Como he venido escribiendo estos últimos dos años, Venezuela ha perdido 90% de su valor con la caída del PIB de 400 millardos de dólares en el apogeo de Chávez, hasta los 45 millardos de dólares que hoy reporta el Fondo Monetario Internacional. Tampoco condono los abusos de poder como el decomiso de las instalaciones de El Nacional, ni la cautividad de los presos políticos ni la presencia de irregulares extranjeros o la destrucción y robo de nuestros recursos naturales.

Así que, todavía no he comprado mi boleto para la imaginaria gira de las Morillo “Venezuela se arregló”, pero gracias a recientes conversaciones con personas de variados sectores de la vida nacional, veo tres factores claves que son catalizadores de los recientes cambios: primero, el descenso en la crispación en las clases A, B y C se debe a que ya han pasado 23 años de guerra y no estamos ni un centímetro más cerca de lograr cambios, por lo que una gran cantidad de venezolanos, de todos los niveles, están financiando un boom de consumo basado en sus ahorros en dólares y en el alivio de no estar en constante conflicto. Segundo, el renacer del espíritu emprendedor de los venezolanos y la creación de miles de nuevas pequeñas y no tan pequeñas empresas, incluyendo varias que están logrando financiamiento de riesgo internacional, cosa que no pasaba desde hace muchos años. Por ejemplo, se rumora que la pronunciada baja de la criminalidad no es por la efectiva acción policial, sino porque las empresas de entregas, tipo Uber Eats, están contratando a grandes cantidades de exmalandros con moto que se han convertido en generadores de ingresos sin los riesgos generados por la actividad criminal. Y, tercero, la dolarización de facto de la economía, empujada, no por el régimen, sino por la férrea voluntad y la habilidad de los venezolanos para resolver todo tipo de situaciones, combinada con la creación de las nuevas elites del chavismo, que están liderando este cambio sociológico, muy al estilo de los adecos después de la caída de Pérez Jiménez. Salvando las distancias de estos grandes venezolanos con el castro-chavismo, pareciera que a todo el mundo se le olvidó que Rómulo Betancourt fue cofundador del Partido Comunista de Venezuela, junto a nombres como Gustavo Machado e incluso mi abuelo Andrés Germán. Los ricos en la Venezuela de hoy no son las familias tradicionales, sino los chavistas y sus adláteres boliburgueses. Estos “nuevos ricos” ya se dieron cuenta de que no pueden disfrutar de su dinero en el exterior, por lo que se han visto obligados a adaptar un modelo de capitalismo de Estado muy al estilo de la China de Xi Jinping y la Rusia de Putin, así que en mi siguiente entrega exploraré varios posibles futuros escenarios para nuestro país en el nuevo mundo pospandémico.

@andyoteroL

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