Putin dijo el 24 de octubre -como si poseyera una varita mágica- que Maduro “ganó limpiamente” las elecciones del 28 de julio y que es “presidente legítimo”, pero el mandatario venezolano tiene dificultades crecientes para imponer resultados comiciales basados en la fórmula de la mafia putinista.
Maduro felicitó a Putin el 17 de marzo “por el abrumador triunfo” en las elecciones que le dieron un quinto mandato como presidente en Rusia, pero la oposición al Kremlin no pudo concurrir a los comicios porque la Comisión Electoral Central (CEC) no registró a sus candidatos.
Para ello la CEC de Putin recurrió a motivos técnicos o defectos de forma, por apoyar la paz en Ucrania. Esa fórmula truculenta de inhabilitaciones es la que ha pretendido normalizar la mafia madurista y su CNE en Venezuela, aunque sin poder extrapolar los resultados obtenidos por su socio ruso.
Putin, que seguirá en el poder hasta 2030, podrá volver a presentarse a la reelección porque en 2020 reformó las disposiciones de la Constitución que se lo impedían. Cuando los rusos todavía votaban en el plebiscito de entonces, el texto de la nueva carta magna ya estaba a la venta en las librerías.
En la rueda de prensa final de la cumbre de los Brics el 24 de octubre en la ciudad rusa de Kazán, el mandatario no desperdició la oportunidad de declarar a Maduro “presidente legítimo”, probablemente con el deseo de que también se perpetúe en el poder y como premio de consolación ante el fracaso rotundo del chavista, que ansioso de reconocimiento no pudo entrar al grupo.
La condición que parece querer obsequiarle a Maduro la Rusia de Putin, uno de los Estados externos que impactan la región a través de Venezuela y prosperan con la corrupción, tropieza sin embargo con las exigencias en la mayor parte de la comunidad internacional para que Miraflores publique las actas de las elecciones.
Pero interés oscuros hacen que el régimen de Maduro se resista a mostrar esos resultados y responda con crímenes como el secuestro y asesinato del dirigente político Edwin Santos, a finales de octubre en el estado Apure, en medio de la persecución contra opositores por uno de los aparatos de represión más crueles del mundo.
Es otro calco del régimen ruso. El arresto de Alexéi Navalny, el enemigo formidable de Putin, en enero de 2021 al volver de Alemania marcó el inició de la represión masiva contra la oposición en Rusia, que incluyó el asesinato en prisión del abogado moscovita un mes antes de las elecciones fraudulentas de marzo.
Ese sistema de mafias de Putin y sus aliados había merecido la terrible maldición de que “su tiempo terminará e irán a quemarse en el infierno”, que el mártir ruso ahora parece recordarles desde ultratumba. Algo que tal vez ni siquiera pueda cambiar la varita mágica de Putin.