La parábola bíblica “muchos son los llamados y pocos los escogidos” pudiera traducir la escala de expectativas de potencias medias de convertirse en grandes y de estas en superpotencias. Una metáfora coincidente con la creencia generalizada de que China está en ascenso, mientras Estados Unidos se encuentra en declive terminal.
Y claro que sorprenden los logros de China de los últimos 45 años, al haberse convertido en una de las economías más grandes del mundo. Todo después de una guerra civil y de las deshonras causadas por las potencias occidentales, Rusia y Japón en lo que constituyó el Siglo de la Humillación entre 1839 y 1949.
Por eso ahora que la Asamblea Nacional Popular ascendió a Xi Jinping al panteón de líderes chinos, al reelegirlo para un tercer mandato hasta 2028, cabe preguntarse: ¿está China realmente en condiciones de disputarle el liderazgo mundial a Estados Unidos?, ¿No está acaso infravalorando sus debilidades y sobrevalorando sus virtudes impulsada por un nacionalismo impaciente?
A juzgar por su acelerada modernización y desplazamiento de Estados como principal socio comercial de Brasil, Chile, y como el segundo de Argentina, su ascenso es inminente. Un hecho similar al sorpasso estadounidense a Gran Bretaña como el principal socio comercial de América Latina a comienzos del siglo XX.
Pero a pesar del entusiasmo por una superpotencia con un modelo de gobernanza alternativo que promete paz y prosperidad a toda la humanidad, es posible que se incurra en una desacertada lectura de la capacidad de resiliencia de Estados Unidos y Occidente, y en una cándida mirada de las falencias del modelo chino.
Para empezar, si bien su estrategia sanitaria inicial para enfrentar la pandemia fue quirúrgica y exitosa, el manejo posterior fue penoso. Solo explicable por la ausencia de pesos y contrapesos y el temor a que contagios masivos provocaran descontrolados desabastecimientos y una implosión del régimen.
Un elemento profundamente asociado a la debilidad primaria de su sistema político por la ausencia de un Estado de derecho genuino, un poder judicial independiente, libertad de expresión y de las personas, aunque la Constitución en sus artículos 35 y 37 estipule lo contrario. Como señala James A. Dom, del Cato Institute, principios que son esenciales para alentar la capacidad creativa y evitar errores políticos importantes. Pese a la retórica, China continúa protegiendo sus grandes empresas y monopolios estatales, lo que viola los derechos de propiedad intelectual, restringe en parte la iniciativa privada, la entrada a los mercados financieros y engendra corrupción.
Una falta de libertad y de transparencia que agudiza los riesgos sistémicos de las instituciones financieras, como lo ocurrido con el Silicon Valley Bank en Estados Unidos, y del mercado inmobiliario, que desde 2021 ha lidiado con una crisis de liquidez. Además, que agrava la opacidad y los riesgos de deuda de megaproyectos, como la Nueva Ruta de la Seda, destinados a profundizar los lazos económicos y aumentar la influencia de China, aunque muchos amenazan con convertirse en impagables “elefantes blancos”.
Defectos que igualmente agudizan las medidas represivas contra las empresas de tecnología, los empresarios o los ciudadanos. Un nivel de control y represión similares a los de Corea del Norte, con espionaje y vigilancia digital masiva, aplicada a la minoría uigur en la región de Xinjiang, por “precrímenes” o la sospecha de que podrían cometer un crimen real.
Empero, los desafíos del régimen chino se extienden también a retos internos acumulados, entre ellos la disminución y el envejecimiento poblacional con los consecuentes costos pensionales, de atención médica, de reducción de la fuerza laboral. Asimismo, el aumento de la brecha de riqueza que amenaza la perspectiva de una economía impulsada por el consumo interno.
Sin duda, entonces, China continuará aumentando su gasto militar, se incrementarán las fricciones con Estados Unidos y Occidente, así como las críticas a lo que se considera estrategias de contención del gigante asiático o los desafíos por el contencioso de Taiwán. Pero es muy probable que su coronación como superpotencia, y el ocaso de Estados Unidos y Occidente, tenga que esperar muchas décadas más.
Analista político y columnista internacional
@johnmario
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