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La urredización de AD

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Acción Democrática, el otrora glorioso partido del pueblo, el de las conquistas sociales, laborales y educativas, hoy asiste a un proceso de desaparición lenta y dolorosa.

Ha dejado de ser la poderosa maquinaria electoral del pasado. De partido político de la resistencia a las dictaduras ha pasado a ser el más empecinado colaborador de la tiranía que encabeza Nicolás Maduro.

Cuando Bernabé lo dividió en dos por motivos eminentemente crematísticos, muchos pensamos que se había ido lo peor. Que su nombre y su gloria continuaría para dar lo mejor de sí a fin de sobrevivir y contribuir con el rescate de la democracia en Venezuela.

Carlos Prosperi, un joven dirigente y diputado en aquellas esperanzadoras elecciones de 2015, quien fue presentado por Henry Ramos Allup como el candidato de la AD sana y buena, sería el encargado de demostrarnos que la verdadera AD había muerto. Que los dos bandos se disputaban como zamuros los residuos que el régimen les dejaba.

Hoy son los comodines en los que se apoya Maduro para liquidar las esperanzas de Venezuela. Es el más triste papel del que fuera el más importante partido no solo de Venezuela sino de la América toda.

Atrás deja ejemplos de sus inicios, de sus conquistas y de la valentía de sus dirigentes.

¿Hasta dónde llegará? ¿Cuánto le falta? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos, vemos y escuchamos es que ahora mismo es la organización que más repudio se ha ganado con el triste papel de peón de Nicolás Maduro.

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