Jamás lo negaré: confieso haber sentido infinito amor por la casa de estudios superiores en la cual transcurrió gran parte de mi vida, universidad en cuyo sello está inscrito: «El temor a Dios es el principio de la sabiduría» [Initium sapientiae timor Domini]. Igual admito mi reproche a las manipulaciones de diócesis que distorsionarían ciertas categorías filosóficas como: la libertad, equidad, fraternidad, auxilio, humildad, veneración, misericordia, el perdón y la paz entre los seres humanos. Durante el alba de su existencia, aparte de instruir, fue acomodaticia: con el pudendo y de facto Poder Militar, con el de la Sociedad Civil pudiente y el clerical aristocrático e inquisitivo: prejuzgó, persiguió para dar captura a presuntos impíos, enjuició y dio muerte. Ello la estigmatizaría tanto que logró poner la verdad en territorio cenagoso y donde el cultivo del conflicto es de «altísimo celsius»
Ningún asunto puede emparentar la virtud con la gloria: prosapia de la iniquidad que prospera en la incesante contienda que emprendemos seres que nos calificamos racionales y humanos, víctimas de pertrechos que adquirimos en armerías primermundanas y de una agitación doctrinaria ininteligible para la mayoría.
A las letras y ciencias se debe el nacimiento de la institucionalidad universitaria. Empero, en el curso de la Era Postmoderna, la primera de las mencionadas es, con sevicia, preterida. Los actuales son tiempos de fascinación por las tecnologías. Qué no decir del socialmente «depreciado» [por la monstruosa «Plus Valía»] oficio de «artista». Ello aun cuando algún erudito [profeso de la «prolepsis»] pudiera enervarse y decir que las letras, ciencias y artes conforman la «tríada» de la cual en la Antigüedad Platón (428-347 a. C., junto con quienes en su rededor discernían en el gimnasio de un presunto héroe de la Épica de Estado llamado Academo) se basó para dar forma conceptual a eso que conocemos como Academia. «Mea sententia est»: -la universidad no mereció un acta de nacimiento espurio, cual la tuvieron la Historia, Política y ejército.
El empuje y pugilato intelectual entre los profesos de la epiqueya tuvo propósitos y consecuencias severas, como el agravio a los anónimos hacedores a causa de la «legitimación» [ya transmutada durante siglos] de lo que definimos «universidad»: quiero decir, se impuso la «versión única» de Platón y sus discípulos o veneradores que no se sabe si más enamorados del «¿púgil?» o «gladiador» de esa especie de histriónica aristofanesca que divertía a los atenienses que de la sabiduría. El hombre ha sido más proclive fatigar su ocio en canchas deportivas, envites dionisíacos y shows circenses, la mayoría sangrientos, que instruirse.
En ese írrito y cesáreo parto de la Academia, Sócrates (470-399 a. C) no fue el epistemólogo del ungido «filosofo de oratoria» [al cual simuló admirar] ni hacedor de una doctrina personal, sino explícito «apógrafo» y redactor de textos con discursos o discernimientos «apocryphus» que atribuía al ya fenecido Platón. Mediante dictata o dictatorum, arrogándose aires de prolixus o proiectus [individuo próspero y prominente], publicó las lucubraciones de su maestro titulándolos Diálogos.
La institucionalidad universitaria tuvo, infaustamente, un nada dignísimo advenimiento: y lo afirmo visto que, en su profundo, de «unus-versum» procede. Fue anatema [instrumento para persecuciones y excomuniones], pero, con excesiva diligencia acudía a los llamados de la Corte del Rey: a quien, por paga, divertía con bufonadas y también revelaba sus secretos científicos o premoniciones de la demencia alcohólica o la provocada por opioides. Todavía, quien tiene el conocimiento de lo oculto o Cábala es reticente al momento de instruir y encofra la fórmula para la preparación de la pócima o dopamina que genera la gnóstica e intelectual euforia al erudito o ermitaño. Pero corroe –idéntico al salitre- la civilización. Hasta los novísimos [engendros] «intellegit» de la ocultación y sepultura de lo oculto que estaban por venir se apartaron y refugiaron en abadías, desiertos, cuevas o inhóspitas zonas montañosas. Más tarde prorrumpirían los de esvástica comunicación, masones, y otros: como los «templarios» y «pravos opus» del Estado Vaticano con la figura de un Pope of Deus filius.
A la universidad no concedo la inflexión semántica de universalidad, que, por uso y costumbre, se asocia con majestad presunta de corva organización con instructores falaces y fraudulentos epistemólogos que dictan la verdad de libreto [sería mejor que descartásemos el término universo para describir al cosmos: mi moción es llamarlo Helios]
La pluri-versión es la necesaria antítesis fenomenológica de los más exactos fundamentos universitarios. Quizá por ello, en cátedras humanísticas, la vandálica doctrina de Estado ha logrado imponerse. Sin excusas ni perdón, se han apoyado y difundido ideas que lesionan los inmanentes, inalienables y de Helios [humanos] derechos. La universidad debería ser un claustro para la pluri-versión de conocimientos, y llamarse Luxquo («luz guía»). Un lugar donde se defienda y custodie, con vehemencia, la lógica: fundamentada en el librepensamiento, instrucción, discernimiento y discusión. Es perenne categoría filosófica la inmutabilidad de la razón.
Venero todavía un hipotético claustro mater que, personalmente y a partir de ahora, llamaré Luxquo. Es y será la «Luxquo» institucionalidad para el desarrollo de las letras, artes, ciencias y tecnologías que blindarían la humanidad ante hostiles y letales que la acechan. Sus franquicias transnacionales que fomentan genocidios, y propenden criminar la diversidad de creencias políticas o cultos religiosos: que asumen, mediante fábricas de armas de guerra y redacción de compendios apologéticos de la abrupta ventaja, el exterminio y segregación de la disidencia que desacata la «non iustitia» de forajidos con mando.
A causa del insólito alejamiento de los académicos en perjuicio de la sociedad civil auténticamente progresista, del proletariado cobarde [al cual, morbosa, denigra por su distanciamiento de la iconoclasia], el claustro materno eligió tener una «representatividad de Estado» basada en la servidumbre frente a espadachines. Eso que fue universidad, aun cuando de bastardo origen, está herida de muerte y supura. Es de la fraternidad, socorro, misericordia, conocimiento y libertad sólo mampara eclesiástica. Nunca Palacio de Castalia y Castálidas.
Entre los adoradores de https://www.plusesmas.com/nostalgia/biografias/aristocles__(seudonimo_platon)/ hubo numerosos efebos, hijos de adinerados e influyentes en el gobierno de Dionisio II, a quien fallidamente tutoró en estudios filosóficos (370-360 a. C.) porque al tipejo la «Dictata Aristoclesca» no cambió su comportamiento. Innecesariamente convertibles en truhanes, los sabios de la Antigüedad eran soberbios con el descalzo: empero rastreros y cómicos para el agrado de reyes e ignorantes cortesanos.
@jurescritor
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