Amanecen hoy con resaca muchos de los celebrantes de la fecha histórica, caricaturizando al extremo la gesta del 23 de enero de 1958. El régimen que la ha querido para sí, definitivamente frustrado el esfuerzo de magnificar la asonada febrerista de 1992, cual excelso acontecimiento patrio, regó por todas partes de la ciudad a sus agentes de seguridad y paramilitares, como los piquetes de funcionarios que ha forzado al pie de una bulliciosa tarima, en el intento de neutralizar a los sectores sociales abanderados de una irreprimible inconformidad con la pujanza de una protesta a la que tanto temen por los confines de la catástrofe humanitaria.
Algunas individualidades políticas que frecuentemente ignoran de cuáles eventos creadores y audaces se hizo la vida libre y republicana, creyéndola todavía fruto de un golpe de dados, piden enfermizamente los planos de las jornadas que dieron al traste con la dictadura perezjimenista. Olvidan que sintetizaron un fenómeno irrepetible que espera por otro –enfaticemos– superior e inédito, imposible de prefabricar, avanzando el presente siglo.
La universidad había sufrido amargamente los embates del régimen, incluyendo el cierre por largas temporadas, y la persecución de sus dirigentes estudiantiles y profesorales. El contexto del país sofocado por un feroz autoritarismo y la corrupción obligó a la inexcusable conformación de una instancia pluralista de lucha denominada Frente Universitario, consecuente con las pautas generadas por la Junta Patriótica.
El dictador estaba en su mejor momento al incurrir en el fraude plebiscitario de diciembre de 1957, gozando de un aparente boom económico y un marco continental todavía favorable, en medio de la Guerra Fría. Que sepamos, líder alguno del estudiantado, inexorablemente opositor, departió con ningún rector de universidad pública designado por el gobierno nacional; tampoco con el ministro de Educación y, mucho menos, con Pérez Jiménez, excepto pretextara las circunstancias harto diferentes a las de 1928, o 1936, por lo que surgía la necesidad histórica (e historiográfica, nos permitimos añadir) de superar el conflicto con el Estado, ampliar en todo lo inverosímilmente posible el diálogo, y acelerar los trámites de graduación.
Todo lo contrario, como ha ocurrido en cada etapa de nuestro historial republicano, renovamos y profundizamos en el perfil de un liderazgo estudiantil y docente que sintió el terrible miedo de no hacer nada con el miedo, actuando decididamente. Y las acciones de calle de un extraordinario alcance nacional, pudieron sintetizarse y ejemplificarse con la no menos extraordinaria protesta de la UCV, alcanzado el Aula Magna para denunciar a la dictadura en el marco de un congreso científico mundial de enorme prestigio, irradiando por doquier un acto de rebeldía igualmente con la contribución del estudiantado de la UCAB y de los liceístas de la ciudad capital.
Tronaron las demandas de la muchachada, a favor de la universidad que solo puede explicarse en libertad y democracia, reivindicando un papel tan característico de América Latina y, particularmente, Venezuela: el del liderazgo estudiantil ahora tan pusilánime, apocado y, triste citarlo, pesetero de acuerdo con la perversa pedagogía de más de dos décadas de socialismo bolivarista, con las rigurosas excepciones del caso. Luce urgente revertir la situación para reencontrarnos con el testimonio de un dirigente auténtico y eficaz que, en lugar de acoplarse y rentabilizar las coyunturas, se atreva a soñar y comprometerse con ideales, iniciativas y sentimientos que son tales de traducirse en hechos palpables, sonantes, concretos, trascendentes.
Sobre todo, la última década ha sido la de una purga, desaprendizaje, quiebra de la continuidad y tradición del gremio estudiantil, ocurriendo algo muy semejante con el profesoral. Además de los muertos, malheridos y prisioneros, la última gran refriega, la de 2017, significó la salida del país de dirigentes estudiantiles que temieron por su integridad física, muchos de ellos imposibilitados de continuar la carrera académica; o, cuando han resistido y asumido posturas muy firmes, repentinamente flaquean y hasta suscriben cartas pidiendo por el perdón de las autoridades universitarias, por muy intervencionistas que sean.
Ha sido con la libérrima disposición y masiva remodelación de la UCV, incluyendo la presencia nocturna de Maduro Moros que redondea una violación del recinto y la autonomía universitaria, la mejor demostración de la crisis y, acaso, inexistencia del movimiento estudiantil que jamás protestó, clara, inequívoca y convincentemente una bofetada como jamás se la dieron a la casa de estudios. Millones de veces fue denunciada la situación de nuestras casas de estudios y advertidos sus posibles desenlaces y, por obstinación, se harán y festejarán las elecciones de autoridades, pero con la aceptación y capitulación correspondiente: nada del artículo 109 constitucional para alzar las copas, convirtiendo la celebérrima sentencia número 0324 en un hito para el país que ha de resignarse a la universidad dizque comunal bajo el molde del socialismo que la convertirá en trinchera de milicianos: ¿hace falta una nueva Ley de Universidades cuando realmente la es el IV Convenio Colectivo?
Hecha cuadritos la vida del aula superior en Venezuela, volvemos nuestra mirada a aquel Frente Universitario del cual heredamos una misión por siempre inconclusa: bregar por la libertad, salvando al país de la barbarie. No existe otra opción, aunque todavía proliferen los ilusos que se juren con un infinito talento para reacomodarse, sin que nadie pueda notarlo.
@Luisbarraganj
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