“Las elecciones europeas han marcado un punto de inflexión histórico. Nunca la extrema derecha había logrado el 40% de los votos en Francia, un resultado que hay que relacionar con la transformación del partido llevada a cabo por Marine Le Pen. Agrupación Nacional (RN en sus siglas en francés) ya no es un grupo proclive al autoritarismo, abiertamente racista y antisemita, hostil a las instituciones y a las elites, que cultiva la violencia. Muy al contrario, se presenta y es percibido como el partido de la estabilidad y del orden, lo que le permite atraer votantes y cargos electos de otros grupos en torno a una estrategia de unión de las derechas. Ya no es un partido de protesta, sino de membresía”. El párrafo pertenece al artículo publicado esta semana por Nicolas Baverez, ese moderno epígono de Raymond Aron que escribe regularmente para Le Figaro. El hundimiento del macronismo en las europeas del pasado 9 de junio ha producido un auténtico terremoto en la política francesa, cuyos efectos amenazan extenderse, cual imparable tsunami, al resto de la UE y, si me apuran, al llamado mundo occidental. Emmanuel Macron reaccionó a los malos resultados de su partido disolviendo la Asamblea Nacional la misma noche electoral y llamando a nuevas legislativas que tendrán lugar el próximo domingo, 30 de junio (primera vuelta), y el domingo siguiente, 7 de julio (segunda y definitiva). Francia vive desde entonces en el estado de excitación propio de las grandes citas históricas, aquellas en las que se juega el destino de un país.
Porque al arrollador triunfo de las huestes de Le Pen reaccionó la izquierda con el anuncio de un Nuevo Frente Popular (NFP), que, en torno a La Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon, reúne a los restos del PCF, al devaluado Partido Socialista de Raphaël Glucksmann (un vagón al que se acaba de subirse el ex presidente François Hollande), a Los Ecologistas y al Nuevo Partido Anticapitalista de Philippe Poutou, un violento grupo antisistema. Y todas las alarmas han saltado en esa Francia tradicionalmente rica, envidiable en tantas cosas, pero inmersa desde hace tiempo en una senda de imparable decadencia, producto de malas políticas tomadas por malos Gobiernos, que se han traducido en estancamiento económico, desempleo masivo, empobrecimiento de las clases medias, marginación de sectores enteros de la sociedad, pérdida de identidad, explosión de inseguridad (un robo cada tres minutos), parálisis institucional y desconfianza radical hacia la clase política. El programa económico adelantado por el Frente Popular, más que una carta a los Reyes Magos es un disparate propio de la extrema izquierda: derogación de la reforma de las pensiones, congelación de precios, salario mínimo en 1.600 euros, indexación de sueldos a la inflación, aumento del 10% de la plantilla de funcionarios, rechazo al pacto de estabilidad de la UE… Sólo volver la edad de jubilación a los 60 años (Macron la ha elevado a los 64) costaría 54.000 millones en 2025 y 68.000 en 2027. Según la Fundación Ifrap, las medidas del NFP se traducirían en un aumento del gasto público de 233.000 millones de aquí a 2027. Para hacer frente a tal derroche, la ultraizquierda propone subidas de impuestos por importe de 40.000 millones año (restablecimiento del ISF -”impuesto solidario sobre la riqueza”-, abolición del impuesto único sobre los rendimientos del capital mobiliario, nueva progresividad del IRPF -que pasaría a tener hasta 14 tramos desde los 5 actuales-, aumento de donaciones y sucesiones, expropiación de herencias a partir de los 12 millones…)
Bruno Le Maire, el elegante ministro de Economía de Macron (“el más intelectual de los miembros del gabinete”, según Iñaki Gil, ex corresponsal de El Mundo en Francia, en su muy recomendable “Arde París”, Ed. Círculo de Tiza), ha calificado de “locura” el programa económico del NFP, una locura que llevaría al país a la quiebra, con los demoledores efectos que ello tendría para el euro y el proyecto europeo, naturalmente también para España. En efecto, con las cuentas de Mélenchon y compañía “el déficit público galo aumentaría en 193.000 millones al año, lo que supondría duplicar con creces su nivel actual”, lamenta Agnès Verdier-Molinié, directora de Ifrap, una fundación de financiación privada dedicada a la fiscalización de las políticas públicas. “Un gobierno con un programa así no duraría dos semanas: muy rápidamente sería sancionado por los inversores. Hay que tener en cuenta que Francia necesita pedir prestado en los mercados financieros alrededor de 300.000 millones al año entre déficit y refinanciación de deuda. Con un déficit público que supera los 340.000 millones, nadie querría prestarnos un euro más o lo haría a unos tipos prohibitivos”. Pero no es solo la ruina económica lo que un eventual triunfo del NFP, en absoluto descartable, traería a Francia y al continente entero. Una extrema izquierda partidaria de Putin y declaradamente antisemita, que se niega a calificar a Hamás de organización terrorista, supondría también y sobre todo una evidente pérdida de libertades. “La primera de todas, la libertad de ser francés y de beneficiarse de ello”, sostiene Marine Le Pen. “La libertad de la propiedad, la libertad de manifestación, la libertad de expresión. La izquierda quiere el desarme físico y moral de la policía y persigue el derrocamiento de nuestra estructura constitucional y republicana. La destrucción llevada a cabo por Macron es más sutil. Nos deja un país en ruinas donde los servicios públicos no funcionan, donde la inmigración está fuera de control y donde la inseguridad está destruyendo la paz civil. Ambos son peligrosos, pero es obvio que la lucha prioritaria debe centrarse contra el bloque islamo-izquierdista”.
La formación del Frente Popular galo vino de inmediato seguida de un anuncio que ha conmovido los cimientos de la política francesa y que tiene enormes resonancias en clave española: la decisión del líder de Los Republicanos (LR), el viejo partido gaullista, el del ex presidente Sarkozy, de anunciar por su cuenta y riesgo, sin consulta previa a los órganos del partido, una alianza con la Agrupación Nacional de Le Pen. Ëric Ciotti, que ha ganado en los tribunales el intento de la cúpula de LR de destituirlo, ha justificado su decisión en “la necesidad de enderezar el rumbo de un país en grave riesgo existencial, obligado a contrarrestar el peligro que representa la ultraizquierda. Francia está desapareciendo, Francia se está derrumbando, hay que restaurarla, y yo invito a hombres y mujeres de buena voluntad a unirse en este intento”. Naturalmente, las contradicciones de esta unión quedaron pronto en evidencia, porque, frente a la ortodoxia de Los Republicanos, los lepenistas proponen también aumentos del gasto público inasumibles para una Francia cuyas finanzas públicas atraviesan por una situación dramática, cuyo rating acaba de ser degradado por las agencias de calificación, con la quiebra financiera llamando a la puerta a menos que el Estado sea capaz de ahorrar 80.000 millones de aquí a 2027, un Estado, en fin, que se ha endeudado en casi un billón de euros entre 2017 y 2023 y que ostenta el título de campeón de Europa, e incluso del mundo, en términos de presión fiscal y gasto público (57% del PIB).
Promesas como la reducción del 20 al 5,5% del tipo del IVA sobre la energía y los combustibles, o como la jubilación a los 60 años para todo aquel que haya empezado a trabajar antes de los 20 años y haya acumulado 40 de cotizaciones, o la carísima idea de nacionalizar las autopistas cuyas concesiones expiran en 2030, entre otras cosas, supondría llevar las cuentas públicas a un estrés insoportable. Dicho lo cual, Jordan Bardella, el joven líder de RN y candidato a ocupar el Hotel Matignon (palacete que sirve de residencia oficial al primer ministro del Gobierno galo), ha empezado ya a matizar las promesas electorales de su partido. “Debemos restablecer la razón presupuestaria en las cuentas públicas antes de prometer cualquier cosa», ha manifestado esta semana, añadiendo que, en caso de victoria electoral el 7 de julio, pondrá en marcha una auditoría de las finanzas del Estado antes de tomar decisión alguna. A nadie se le escapa que la presencia de los “republicanos de derechas” de Ciotti en la alianza tendrá un efecto sedante sobre la pulsión al gasto público del lepenismo. Preguntado esta semana por el futuro del “impuesto a la riqueza financiera” anunciado por la RN, Ciotti fue muy explícito: “Siempre he considerado injusto gravar mucho más los activos inmobiliarios que los flujos financieros. Discutiremos el alcance de ese impuesto teniendo en cuenta que la francesa es una economía abierta y que debemos adaptarnos a ella si no queremos que el capital huya a otra parte”.
La preocupación en la Francia del dinero es palpable. El presidente del Medef, Patrick Martin, ha expresado su temor al “riesgo de estancamiento de la economía francesa y europea, una situación que comprometería el mantenimiento del empleo y pondría en peligro el modelo social al que todos estamos apegados”. Para el jefe de la patronal gala, “el potencial retorno de los impuestos punitivos, tan característicos de nuestro país, conduciría inevitablemente a un mayor deterioro de nuestras finanzas públicas y a aumentos de impuestos para hogares y empresas». El miedo domina hoy a millones de franceses preocupados por el futuro de sus ahorros, ante la eventualidad de una crisis de deuda que llevaría a la ruina a muchas familias, perjudicando especialmente a jubilados y trabajadores más vulnerables. Un cierto número de empresarios ha parado ya la contratación de personal, al tiempo que se han frenado las nuevas inversiones. No pocos “ricos” se plantean ahora abandonar el país aduciendo motivos fiscales, y todo recuerda aquel viento de pánico que recorrió Francia en 1981 con el peor de los Gobiernos Mitterrand. La preocupación, con todo, está centrada en el Nuevo Frente Popular de Mélenchon & Cía, más que en la alianza Bardella-Ciotti. Para el líder de LR, “los sepultureros de la economía se llaman Macron y Le Maire, no Le Pen y Bardella. Mi prioridad y la de Bardella será poner en orden las cuentas de Francia y restaurar el poder adquisitivo de los franceses”.¡
Y es que, como sostiene Báverez, “RN se ha transformado en un partido populista”, lejos ya del calificativo de partido de extrema derecha que el zurderio galo insiste en adjudicarle. Un populismo con anuncios tan tentadores para el francés de a pie como esa promesa de “eliminar totalmente los subsidios familiares para los padres de menores delincuentes”. Con todo, ese populismo de RN está lejos del postpopulismo de Giorgia Meloni, una fórmula que mezcla la firmeza en materia de seguridad e inmigración con una política económica favorable a las empresas, la plena integración en las instituciones de la UE, la solidaridad con la OTAN, la oposición a Rusia y el apoyo a Ucrania. El RN se ha convertido en un partido populista anclado en la década de 2010, que no ha sabido adaptarse a los cambios provocados por la invasión de Ucrania, la amenaza existencial que la Rusia de Putin representa para Europa, la implosión de la globalización, etc. ¿Caminamos hacia una Francia ingobernable? La última oleada de la encuesta Ifop-Fiducial para Le Figaro, LCI y Sud Radio publicada este jueves, con una participación estimada en primera vuelta del 64%, otorga a la «unión de derechas» un 34% de los votos (15 puntos más que en las legislativas de 2022), por un 29% para el Frente Popular y un 22% para el bando de Macron, que resiste mejor de lo esperado. La cohabitación entre un primer ministro y un presidente de la República de distintos partidos no sería una situación nueva, aunque ello requeriría que la alianza de RN-Republicanos, a la podría añadirse en segunda vuelta la Reconquête de Éric Zemmour, lograra mayoría absoluta en la Asamblea. Lejos de esas insufribles elites parisinas que desprecian a la Francia profunda, un sentimiento ocupa hoy a millones de franceses: el de oponerse frontalmente al regreso de esa “odiosa izquierda” (Mathieu Bock-Côté) que sueña con purgar a todo aquel que se oponga a su inmigracionismo militante, su multiculturalismo radical, su declarado islamismo, su represión de las libertades (la excusa del odio), su ecologismo enfermizo, su asfixiante estatismo, su guerra de sexos, ah, y el estraperlo del decrecimiento, la miseria para todos, la abominable “paguita”, porque para la izquierda no se trata de acabar con la pobreza, sino con la riqueza.
La lectura de lo que ocurre en Francia resulta obvia en clave española. La situación de nuestro país es objetivamente más grave que la del vecino, donde al menos no existe el riesgo cierto de desintegración territorial. Pero, al revés que en Francia, donde la preocupación por lo que ocurre se plasma diariamente en prensa, radio y televisión, aquí reina la paz de los cementerios, con nuestra elite empresarial oficiando de enterradores a las órdenes del sátrapa. La situación española es tan grave, tan dramática, que lo normal sería que PP y Vox (lo de Alvise es una anécdota que ya vivimos en tiempos de Jesús Gil y de Ruíz Mateos) estuvieran en conversaciones para establecer una alianza electoral destinada a desalojar cuando antes a Sánchez de Moncloa. Conforme pasan las semanas aumenta el riesgo de que no volvamos a tener elecciones libres, de que Sánchez disfrace las próximas generales, cuando sean, de plebiscito con cambio de régimen. Una alianza electoral bien explicada a los ciudadanos, como Ëric Ciotti ha explicado en Francia el apoyo de Los Republicanos a los lepenistas. Nada de eso está ocurriendo. Cada día que pasa se oscurece más el horizonte para esa España urbana, moderadamente liberal, que acude diariamente a su trabajo y que quiere seguir disfrutando de la prosperidad ganada con su esfuerzo. El PP de Núñez Feijóo parece a punto de entregar al capo socialista el control del CGPJ, la llave para los nombramientos de un Tribunal Supremo que un día debería juzgarlo a él y a toda su parentela por flagrante corrupción. Lo del PP es inexplicable. Sanchez acaba de birlarle la cartera en el Senado, al colar una enmienda en la Ley de Paridad por la que arrebata a la mayoría la capacidad de tumbar los objetivos de estabilidad presupuestaria y deuda pública, paso preceptivo para la elaboración de los PGE. No aprenden, no escarmientan, no acaban de comprender que se enfrentan a un capo mafioso. Si Feijoo termina cediendo las llaves de la Breda judicial, habrá puesto fin a su carrera política y habrá cortado de raíz las posibilidades del PP como alternativa de Gobierno. Y qué decir de Vox. ¿Dónde está Santiago Abascal? ¿De qué se ocupa? Cómo es que no está ofreciendo al PP ese pacto electoral , apartando a futuro cualquier tipo de diferencias ideológicas. No perdamos la esperanza, armémonos de valor, forcemos esa alianza. Como el viernes nos recordó Javier Milei en Madrid, no permitamos que el socialismo arruine nuestras vidas. ¡Viva la Libertad, carajo!
Artículo publicado por vozpopuli.com
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