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La única vía a la paz perpetua

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Uno no sale de su asombro, y no es en razón al país en que vivimos, como tantas veces se dice por España, sino por lo que está sucediendo en casi todo el mundo, con Europa en el centro del escenario. Cuando hace sólo cinco años parecíamos ser los europeos los definitivamente evolucionados para la paz y los derechos humanos, en una sociedad basada en el acuerdo y la cooperación, la verdad es que ahora nos encontramos en una actitud feroz, en una confrontación belicosa, inevitable y letal.

Para empezar, se ha olvidado por completo la Declaración Schuman de 1950, proclama de la paz perpetua en Europa. Después de dos guerras mundiales que rompieron la ‘belle epoque’ desde 1871 a 1914, llevándose por delante el librecambio y el progreso en general. La Primera Guerra Mundial, el armisticio de 1918 y el Tratado de Versalles de 1919, a la postre no significaron la paz sino diecinueve años de tensiones y rearme, para entrar en la segunda parte de casi la misma contienda imperialista, que dejó una Europa ya en un segundo lugar en el mundo, detrás de Estados Unidos, y como protectorado de éstos, como se vio con el Plan Marshall (1948-1952), y la configuración de la OTAN (1949).

Cierto que a ello se unió el proceso de integración económica, que hoy tiene su expresión en la Unión Europea de 27 países, con moneda propia y órganos de gobierno de no poca eficiencia histórica. En un renacimiento casi general que, con la disolución de la URSS en 1991, pareció que llegaba la mayor ventura para todos: fin de la Guerra Fría, y Rusia que iba a ser democrática, incluso pidiendo, en tiempos de Boris Yeltsin, su ingreso en la Unión Europea y en la propia OTAN. Además de formar parte del G-7.

Pero esa situación tan promisoria se vio truncada, desde 2014, con nuevas tensiones que sustituyeron el tal horizonte de paz, cuyas responsabilidades hay que repartir entre todos. Y no son las menores las del bloque occidental, que trató con desconfianza a la Federación de Rusia, como se reconoce casi unánimemente, en pro de una casi simbiosis China/Rusia, cada día más potentes.

No, no podemos hacer el elogio de la actual locura europea belicista como si lo dijera un nuevo Erasmo de Rotterdam, que pretendiera resolver el problema de Ucrania con más armamentismo que nunca, con la locura de una posible guerra con Rusia. En ese sentido, hace pocos días, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, propuso ya un plan de 4 años, bien recibido por 26 países de la Unión, de 800.000 millones de euros.

Para dotarnos, se dice, de un gran ejército europeo capaz de derrotar a Rusia, en contra de lo que sucedió con el general Kutúzov contra Napoleón en el siglo XIX, y el general Zhúkov en 1945 para acabar con Adolf Hitler. Pero más bien se daría la razón al propio Vladímir Putin y a Donald Trump: la Tercera Guerra Mundial, sobre todo si se confirmara la oferta francesa de poner su muy limitada arma nuclear al servicio de la Unión Europea.

No se va a resolver así el problema rearmándonos hasta los dientes, sino que como dice la teoría de la navaja de Ockham, la solución en principio tendría que ser la más sencilla que se presenta: replantear el papel de Rusia, al lado de Norteamérica y Europa en el G-8, una idea que se abandonó por una serie de circunstancias que no se quisieron evitar, sobre todo desde Bruselas. En contra de la «doctrina Kissinger» de dejar en paz el entorno de Rusia.

Hay que recordar aquí y ahora a la alemana presidenta de la Comisión Europea, y también al portugués presidente del Consejo Europeo, que están ante una auténtica locura de sumirnos en un fango del belicismo y guerra. Dedicando ingentes fondos, con una presión fiscal que sería insoportable, que no se habilitarían ni para el mayor bienestar de los ciudadanos de la Unión Europea, ni para ayudar a los países menos desarrollados ni para trabajar por la seguridad de todos desde las Naciones Unidas, en busca de la paz perpetua. Por cierto, todo esto sucede en el tercer centenario del nacimiento del gran filósofo Inmanuel Kant, que en 1795 ya planteó ese objetivo como posible, a base de proyectos cosmopolitas de concordia. Como ya fueron, en parte, la Sociedad de las Naciones, auspiciada por el presidente Wilson de Estados Unidos en Versalles 1919; y las Naciones Unidas, la propuesta de Roosevelt en 1941 con la Carta del Atlántico a Churchill, tras entrar Estados Unidos en guerra por el ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941.

Lo que nos ofrece la locura, según Bruselas, Londres y París, es prepararse para un superejército de gran envergadura en muy poco tiempo: pero incluso, es imposible, demasiado tarde y con demasiado poco, «to little, to late (TL2)». Hay que decirlo bien alto y claro, y también a ustedes, Ursula von der Leyen y António Costa, que se les paga para que busquen la paz y no la guerra.

En vez de la quimera de vencer a Rusia (a la tercera va la vencida, dicen algunos fantasiosos), es preciso un acuerdo global, llegando el raciocinio de paz al propio Donald Trump, a meditar en Bruselas sobre formas distintas, vía un acuerdo con Rusia, un modo de transformar el nacionalismo a ultranza en una apuesta por el progreso social de los sufridos ciudadanos del Volga siempre preteridos. A la postre, lo que se preconiza es que las tres superpotencias –Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia, además de China y la India, y alguna representación más de otras grandes áreas–, busquen la verdadera concordia de un mundo multipolar, con un arreglo definitivo de europeizar Rusia, en vez de abocarla a ser la gran reserva del posible poderío asiático.

Este llamamiento-artículo parecerá una especie de fantasía onírica del autor, pero los problemas que nos ocupan sólo tienen solución real cuando se aplican métodos que definitivamente lleven a la humanidad al acuerdo global. Que tanto se necesita, refundando las Naciones Unidas como una fuerza de cohesión mundial, pues en la nueva era espacial no cabe otra visión razonable.

Artículo publicado en el diario ABC de España

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