El sábado pasado, una señora de la tercera edad entró a una charcutería en San Antonio de los Altos, en el estado Miranda y se detuvo justo a mi lado frente al mostrador; yo esperaba mi turno para ser atendido y no pude evitar detallarla: no era muy mayor y su ropa lucía medianamente bien, aunque se notaba que no era nueva. Me hizo una seña amablemente con su mano como pidiendo permiso para hacer una consulta y entonces preguntó a quienes despachaban los productos cuánto costarían tres lonjas de queso amarillo. El joven que atendía en ese momento, con educación, le respondió que solamente podía vender cualquier producto desde cien gramos. La señora sonrió con un dejo de amargura y abrió su cartera, sacó su tarjeta de débito, miró al joven tras el mostrador, luego a mí y dijo como para todos con un tono apenado: “Ojalá que me alcance con lo que tengo”. Tragué grueso y mordí el llanto.
Cuántas cosas pensé en ese momento. No supe realmente qué hacer o cómo reaccionar. Ofrecí mi ayuda, pero me rechazó amablemente, quizás lo tomó como una dádiva y muchas veces intentamos que nuestra dignidad no sea vulnerada en público. Se lo respeté.
Me dolió saber que esa señora, aquella señora, podía ser mis padres, algún familiar o conocido. Ella, en su gallarda postura que le permitía seguir, literalmente, mamando gallo a todos en la charcutería, era el reflejo de tantos venezolanos, de tantas personas que justo en este momento no pueden siquiera adquirir productos para alimentarse, para saciar una necesidad tan básica. Aquella mujer era una pequeña e inmensa muestra del resultado de esta revolución nefasta, inhumana, insensible, abyecta. Una revolución de mentira que es capaz de permitir la muerte lenta y dolorosa de tantas personas simplemente por un ansia de poder y una ambición desmedida que sobrepasa todo entendimiento.
Sentí vergüenza por ver la indiferencia de tantas personas que, teniendo la oportunidad de hacer algo por cambiar esta situación, se han hecho iguales a los criminales que gobiernan el país, si es que no lo eran desde un principio. Se mimetizaron con aquellos que, vestidos de rojo, ebrios de poder, saturados de codicia, de resentimiento y falta de sentido de pertenencia, deambulan inclementes pisando todo lo que consiguen delante de ellos.
Hoy solamente pido a Dios que lleguen momentos de paz y el renacer que tanto necesita y anhela Venezuela. Hoy, cuando se habla de primarias, presidenciales o megaelecciones; hago un llamado a cada persona que hace parte de estos entramados políticos para que se pongan la mano en el corazón, para que, por una vez en su vida, piensen que en dichas elecciones simplemente no se elige un cargo de poder, un estatus, una oportunidad de robar; se sortea el destino y la vida de millones de personas, su felicidad, paz y tranquilidad o la extensión de un drama generalizado, insostenible e insoportable. No estamos jugando, Venezuela y las 28.199.867 personas y contando que hacen vida en este país, precisamos un giro total a la situación que padecemos desde hace más de dos décadas.
Sonará exagerado, pero clamamos piedad. Exigimos respeto y responsabilidad. Es contigo, que te haces llamar político, que deberías ser un servidor público, no importa el color que prefieras o la bandera que enarboles, al final, la única que importa es la de Venezuela.
@fmpinilla
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