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La última jornada

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Hoy me asaltó, hasta mis huesos azufrados, aquel hombre que odiaba el aire frío. Este hombre, al minuto, huyó despavorido. El azufre está cubierto de nieve. Eran unos copos cálidos, como esos que se desprenden de los árboles rojos que bendicen mi casa. Una dama, en traje blanco largo, quiso que viese su rostro, un espejo donde surgió un campo de soledad, mustio collado. Sin embargo, una osamenta le daba sostén,

Escribo, siguiendo la frase esencial, según el gran Carlos Fuentes, de Las memorias póstumas de Blas Cubas, el mayor novelista latinoamericano del siglo XIX: “con la pluma de la risa y la tinta de la melancolía”. Es verdad que esa obra milagrosa se lee muy poco, o nada, entre nosotros, pero ¿no ocurre eso igualmente con Don Quijote, o con el Tristram Shandy, de Sterne, o con Diderot? Desde luego, me refiero a novelistas. Los narradores hispánicos que han olvidado, puesto de lado, o jamás visitado ese jardín “de caminos que se bifurcan”, ese jab a la mandíbula que, con acierto, nos tiró, y pegó, Jorge Luis Borges.

El Popol Vuh, libro sagrado maya, comienza así: “Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el en toda su extensión. No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche”.

¿Alcanzó esta inmovilidad, este silencio, al cercano, por lo lejano, poeta italiano Cesare Pavese, cuando escribió su eterno poema, poema de la inmovilidad y silencio en la obscuridad, “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”?  Cesare Pavese había escrito: «La tensión hacia la poesía es producida al principio por el ansia de realidades espirituales desconocidas, presentidas como posibles». Esta melancolía insonora se lee en su El oficio de vivir. El poeta nació en una pequeña comuna del norte italiano en 1908, y se quitó la vida en Turín, luego de recibir el Premio Strega, en 1950. «Perdono a todos y a todos pido perdón», decía en su nota de despedida.

A continuación, la versión del poema que quizás sea el más célebre de Pavese, tomada del libro digital publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, con traducciones de Guillermo Fernández.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. —esta muerte que nos acompaña/ de la mañana a la noche, insomne, / sorda, como un viejo remordimiento / o un vicio absurdo. / Tus ojos serán una palabra hueca, un grito ahogado, un silencio. /Así los ves cada mañana /cuando a solas te inclinas / hacia el espejo. / Oh querida esperanza, / ese día también sabremos / que eres la vida y la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada. / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos / Será como dejar un vicio, / como mirar en el espejo / asomarse un rostro muerto, como escuchar un labio cerrado. Nos hundiremos en el remolino, mudos.

Un calofrío nos recorre cuando en las filas aparecen los claros, cuando la edad nos empuja, cuando ya estamos en el cenit, cuando el sueño de la nada nos dice: Muestra lo que hay en ti, es el momento ya, es la hora; o vuelve a caer en la nada. El ensueño es el octavo día del pensamiento. Por eso aprendí, o me enseñó la soberana de mi osamenta, que el vagabundeo, tan espiritualmente alabado por el artista, no sólo es delicioso, es un banquete alegre y saludable, el banquete de la mariposa.

¿Cuál es el gesto de la poesía ante el gesto nulo de la muerte? y ¿qué relaciones se descubren en esa proximidad de la poesía con la muerte?

No lo sé. ¡Adiós!

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