Somos firmes, consecuentes y fieles a la causa del cese de la usurpación que deriva de un claro clamor y mandato popular. La causa es la restauración de la democracia, la libertad y la justicia.
Hace 22 años se inauguró la ignominia y fue imponiendo a la fuerza y violando la Constitución desde la primera hora, al ir estableciendo en secuencia atrabiliaria y perversa el comunismo empobrecedor, la destrucción del país, las instituciones y el tejido social, y el latrocinio obsceno de los bienes públicos. Los peores asaltaron el poder y lo tomaron para jamás entregarlo, a costa de la muerte, la desolación, la desnutrición infantil, y las detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, homicidios y las torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes.
En medio del ruido ensordecedor predomina hoy la incertidumbre con su paquete de desesperanza incluido y notamos al zigzagueante G4 pretendiendo, en virtud de la confusión, sepultar en sus fauces al liderazgo emergente.
La mayoría del país sufre, lucha y espera, y su causa es la que hemos descrito y no renunciará a ella por el canto de sirenas que conducen a atajos de cohabitación y celebración de elecciones con el usurpador en el poder, generando a la postre mayores frustraciones y retrocesos.
El hombre auténtico se caracteriza por su extraordinaria fidelidad al compromiso fundamental asumido que lo impulsa a renunciar a salidas vergonzantes y al confort personal. Su compromiso se sustenta en firmes principios y sólidos valores republicanos.
La lucha por los principios aquilata el coraje para expulsar la usurpación. Los principios son luces que alumbran el camino libertario y no hay oscuridad sobrevenida que los arredre, tales despropósitos se desvanecen y dejan al descubierto los entramados tergiversadores de la causa nacional. Quienes de la boca para afuera preconizan que la lucha se sostiene en esos principios y valores, no tardan en mostrar su calidad de falsa moneda al caer fácilmente –no aguantan dos pedidas– en las redes oscuras del diálogo de trastienda; al final del día terminan mintiendo impenitentemente y sus acciones paran en fracasos por ser contrarias a la verdad.
Cuando permanecemos fieles a la luz –a los principios proclamados y practicados– adquirimos la fuerza moral para amalgamarnos en una potente mayoría alrededor de la causa compartida.
Si aplicamos fiel y consistentemente en nuestras actuaciones públicas los principios y valores republicanos constituye la mejor prueba de que somos políticos auténticos. Quienes los utilizan como decorado demagógico para adornar un discurso hueco de otra manera, que carece de sentido y significado, son unos mentirosos y la verdad no está con ellos.
Denunciamos un esfuerzo continuo por suprimir la verdad. Cualquier desviación de la ruta será purificada por el fuego de la verdad y dejará desnudo al inconsecuente liderazgo. Ninguna mentira viene de la verdad. Entramos en la última hora.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!