“Who judges the truth that embodies power? The university«. Ralph Waldo Emerson
Solo pocos creíamos y lo decíamos en 1998; Chávez es la peor de las opciones electorales y además, viene a ultimar la democracia construida sobre la base del consenso. Trae su amargura, sus frustraciones, su resentimiento pero, especialmente, un discurso antipolítico a la medida de un electorado que, por cierto, ya había sido arrastrado en ese sentido.
Nadie nos oyó; incluso aquella advertencia premonitoria y desesperada del presidente Pérez, no se escuchó. El trabajo sistemático de defenestración de la clase política y el mismísimo sistema democrático, constitucional, legal, era expuesto a lo propio y también a lo que no lo era. Me refiero al cuestionamiento crítico sistemático que la insatisfacción y la decepción legítimamente ofrecen a los gobiernos. También, sin embargo, se anudó la demoledora tendencia a presentar la política como una empresa diabólica, venenosa, gravosa y así, vilipendiarla y deshonrarla a raja tablas.
Otras veces he dicho que los pueblos se equivocan, se seducen, se enamoran y pierden la cordura y la sindéresis. No es nuestro país ni el primero, ni el último que prefirió los cantos de la sirena del bajo psiquismo o, la inducción para instrumentalizar, de factores concomitantes al desarrollo democrático y, en este caso, resaltaré uno de varios concurrentes a la fragua de la conducta antipolítica y esquizoide que caracterizó por igual a pobres y ricos; la ambición, el cinismo, el pragmatismo de los medios de comunicación en general, salvo contadas excepciones.
Claro que los partidos políticos y más ampliamente, la dirigencia social, económica e institucional coadyuvaron, víctimas y victimarios de la misma dinámica mediocrisante, enervante, paralizante de la antipolítica que, cegó a tantos que terminaron haciéndose mayorías. Creo acercarme a la verdad cuando afirmo que todos fuimos y somos responsables de lo que nos pasó, de lo que nos pasa y tal vez siga pasándonos.
Chávez y el Estado que construyó, nunca fueron ni serian demócratas. Jamás tampoco hicieron ni harán política, entendida, como la procura común de soluciones a los problemas ínsitos a la vida social y, menos aún, al abordaje con sentido comunitario de los conflictos. Nada de perspectivas agonales entre adversarios.
El chavismo y sus causahabientes, solo ven enemigos en la disensión. Como el nacionalsocialismo o el comunismo incoado como filosofía y práctica desde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en Europa central, no aceptan, ni siquiera la neutralidad de los conciudadanos. Quieren su alma, la alienación misma, la adhesión a la versión oficial que, como nos enseñó Orwell y el deletéreo Goebbels, sustituyen a la verdad y a lo cual, cual contrato de adhesión, hay que suturárselo.
Pero lo afirmado es solo el introito del tema de este artículo que versará sobre el momento álgido, agudo, crucial de las universidades en esta Venezuela, cada día más desrepublicanizada y de lo que habría que hacer al respecto.
En efecto, la turba que se hizo del poder en 1998, de la mano de un militar, con prontuario de sedicente pero sin sincerarse ni ante sí, ni ante los compatriotas devino en socialista. Ello después de haber cultivado, con el ariete crematístico, a la Fuerza Armada Nacional y, después de, a punta de demagogia y populismo, haber tomado como propia y atributo de su personalidad y para empoderarse, la soberanía popular. Como mil veces dijimos y hoy repetimos, constituyéndose en el bloque Ceressoliano de, ejército, caudillo y pueblo, cual pivote hegemónico.
Pero no se trataba de una dictadura que, aun confunde a parte de nuestro cuerpo político sino, de edificar un mundo distinto, irradiado completamente desde el prisma de un credo totalizante. Chávez cedió su independencia de espíritu, al ogro ideologizado y alimentado en sus intereses y aspiraciones por la adulancia marxista, convirtiéndonos en satrapía y como Cuba, quedamos confesos y teniendo como paradigma a la madre del fracaso exponencial de una revolución que podó su país y, lo convirtió en una corriente de zombies políticos, enajenados y ya despojados de sus bríos.
Los osmanlíes, los turcos, los persas colonizaban y dejaban a un vástago local, entrenado como militar, encargado de la administración; entre otros, cabe mencionar a los mamelucos. Los cubanos hicieron otro tanto en Venezuela y nos dejaron a Maduro después que el “patriota” de Sabaneta que nunca quiso esta tierra, cediera nuestras riquezas y nuestra soberanía. Aun recuerdo cuando, el mismísimo Fidel se ufanaba de manejar la chequera del seguro social, haciendo de jefe de compras de los insumos necesarios para nuestros hospitales y servicios médicos. Esto no es maledicencia. Hay constancia de una entrevista en que el líder cubano así lo informaba.
El chavismo, madurismo, castrismo, militarismo se adueñó del país, pero lo más grave no fue el saqueo y el latrocinio que hizo el difunto legítimo, sino la continuidad de la apropiación indebida y calificada que sus espalderos siguen haciéndole al erario público de un lado y a los bienes nacionales de otra parte.
Para eso Maduro, Diosdado, Padrino y sus secuaces, se dieron a la tarea de ocupar todos los espacios posibles, susceptibles de constituir, potencial oposición. Como en Cuba, entre la seudojusticia y la represión minaron, mediatizaron, despersonalizaron a la sociedad civil o la sometieron, bajo el peso de la necesidad o de la corrupción pura y simple.
Por acá, los colegios profesionales han sido anulados, los sindicatos comprados o desmovilizados, las distintas corporaciones sociales y económicas asustadas, medrosas, paralizadas y los partidos políticos colmados de desprestigio y de insolente descrédito. La misma Asamblea Nacional ha sido inficionada de prevaricadores, adquiridos cual subasta pública, las representaciones de varios más y si bien no son la mayoría, la enferma, mórbida y esquizofrénica legión de comentaristas los lincha sin hacer excepciones. La habilidad de los protectores insulares es digna de antología y también manipulan a placer a los que más que opositores a su régimen parecen nihilistas compulsivos.
Penosamente, queda la universidad que no se ha dejado aún mercantilizar. Al contrario, debilitada por la asfixia presupuestaria muestra coraje y determinación, en defensa de la libertad, la pluralidad, la ciudadanía y la cada día más desdibujada república.
Van ahora por la colina de la universidad que tal vez sin saberlo es el último bastión de una república que nos legó Bolívar y los próceres, para cortar la yugular de los valores que sustentan nuestro perfil de hombres libres.
A cada cual le corresponde asumir la defensa de la autonomía y de la dignidad de los miembros integrantes de la comunidad universitaria, contra el miedo a los alegres desacatos con que ablandan a los que constituyen sus dignatarios y representantes. Contra la demagogia que permea en los pusilánimes que abundan. Veremos si no estamos ya cubanizados y queda algo en nuestra genética ciudadana de las generaciones que aparecieron siempre para vencer las sombras.
@nchittylaroche
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