Hace dos semanas me encontré a mi amigo Richard Hugles en una de las tantas calles transcurridas de Londres. Como siempre, me saludo como siempre, es decir, con un abrazo y pregúntame por mi familia. El encuentro fue breve, pero nos dio tiempo para ponernos al día con temas personales y de política. Hablamos sobre las elecciones que se asomaban por el puesto de primer ministro en el Reino Unido y sobre la guerra de Ucrania. Y antes de despedirnos me dio un manotazo en el hombre como símbolo de alegría diciéndome: ‘Qué alegría en tu país, se van a hacer elecciones también, por fin van a salir de ese problema que tanto los agobian’ No quería profundizar en el tema, dejándole saber que todo no era tan sencillo como él creía y como estaba acostumbrado a que se resolvieran las crisis políticas y económicas. Luego de despedirme con los códigos correspondientes cuando se ve a un buen amigo, pensé que todavía quedan personas que piensan que en Venezuela todavía queda un poco de democracia y que podemos solucionar las diferencias con votos en vez de creer que, si las cosas salgan mal, venga la bota militar y nos salve de una guerra civil.
¿De verdad estábamos tan mal para que llegaran estas personas al poder? Venezuela es el único país en el mundo donde un militar hace un golpe de estado y además falla, va a la cárcel, sale de la cárcel, no es inhabilitado, se mete en la política y gana unas elecciones. ¿Los venezolanos querían estar en manos de estas personas? Se puede decir que sí y podemos decir perfectamente que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. A menudo un bobo se encuentra con otro bobo que lo siga para desarrollar sus ideas. Estamos en pleno siglo XXI, donde estamos desarrollando la inteligencia artificial, donde ya estamos encontrando algunas vacunas para ciertos cánceres, donde cada vez que pasan los días tenemos comodidades impensables en años pretéritos, donde los derechos de las minorías son tan importantes como de las mayorías y a pesar de todo esto tenemos en Venezuela a un hombre que no representa a ningún venezolano llamado Maduro declarando “las motos piruetas” Un deporte nacional, algo que bordea lo patético y bananero. Pero podemos tener una cierta idea de lo que tiene Maduro en su cabeza y de los deportes que quiere para los venezolanos.
No tengo nada en contra con las motos. Me parecen hermosas y atractivas y además un instrumento útil para moverse con cautela, pero de allí a declarar “las motos piruetas” Como deporte nacional es una locura ligada a mediocridad y populismo. Rápidamente, los guardas nacionales hicieron suyas las palabras de Maduro y ahora vemos por las redes sociales a los funcionarios haciendo “motos piruetas” en cualquier autopista de Caracas. En vez de las motos piruetas, ¿por qué Maduro no declara la lectura, la pintura, el ajedrez y todo lo que tenga que usar el intelecto, pensar? Es muy fácil darse cuenta de que a ellos no les convienen y no quieren personas que piensen, que analicen, que critiquen. Todo lo que sea vulgar, chabacano y mediocre, Maduro lo hace suyo ya que le conviene a él y a su claque más personas con escasos hábitos intelectuales, acostumbrados a hacer receptores de ideas absurdas y así poder seguir en un poder corrompido por la corrupción y el narcotráfico, sencillamente Maduro quiere y desea que Venezuela se convierta en una tribu. Una persona con escasos hábitos intelectuales puede ser muy fácil manipulada, muy fácil manejada para cualquier motivo. Está indefensa, desvalida y vacía y también es un fanático ciego que va detrás de un mesías, un cacique que le brinda bonos sin trabajar. Ahora bien, todo esto es con una sola persona, no lo puedo imaginar con toda una nación.
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