Ya es casi una perogrullada decir que lo que le viene encima a América Latina, y al resto del tercer mundo, no es exagerado llamarlo apocalíptico. Baste la simpleza de repetir que lo que ha sucedido en el primer mundo ha de suceder de manera exponencial en los países que no tienen sus riquezas, instalaciones sanitarias, personal capacitado y saberes. En especial en este hueco que llaman Venezuela, que la Organización Mundial de la Salud ha considerado junto con Haití y Guyana los países más menesterosos y necesitados de ayuda de la región.
Vivimos en el más infernal círculo vicioso: si no nos aislamos, y que otra cosa podemos hacer con hospitales sin agua y sin jabón y con militares disponiendo, nos masacra el virus y si nos encerramos en casa se nos cae la pútrida economía que ya teníamos y nos matará el hambre y la falta de medicinas. Los precios del petróleo o lo que queda de este son inferiores a sus costos de producción y no hay gasolina. Dato que lo dice todo del país secular y exclusivamente petrolero. Si esto va a ser así, pronto, habría que tratar de hacer los mayores esfuerzos, aunque puedan ser vanos, para prevenir la hecatombe.
La más deseable posibilidad es esperar que la tragedia comience por llevarse en sus oscuras alforjas esta maldición que nos posee desde hace más de veinte años y nos ha convertido en un país zombi. Pero a falta de una estrategia precisa esa es una apuesta insensata, a nuestro entender. No puedo concebir ese escenario sino como una batalla en que no solo los hambrientos se enfrentan a gorilas y sicarios bien armados y sedientos de disparar, se saquea todo lo saqueable, y el virus hace de las suyas cobrando a diestra y siniestra víctimas de todos los colores. El grabado que faltó en los “horrores de la guerra”. Que pueda haber golpe, dígalo usted, no tengo la menor idea, ¿lo excita la ruleta? Y se entenderá que nadie va a invadir cuando todo el mundo anda lavándose las manos y dejando un metro de por medio con sus seres queridos.
Si no podemos esto, luchar a un tiempo contra criminales visibles e invisibles en un desierto sin formas ni banderas en que solo se querrá sobrevivir, pues hay que buscar maneras para tratar de aminorar los dolores y las muertes que nos acechan. Y yo no veo otra, ya varios lo han dicho o insinuado, que quienes mandan en el país, Guaidó y Maduro, acuerden una fórmula que permita unificar esfuerzos para ver cuánto horror podemos evitar. Ya sé que no suena simpático, pero peor sonarán los gritos de los condenados.
Yo de eso no sé, pero imagino que no debe ser demasiado complicado armar una junta más o menos paritaria de gente capacitada, no Delcy ni los ágrafos de charreteras, que puedan diseñar políticas para las principales áreas concernidas. Maduro manda en el país, pero Guaidó tiene una indiscutible influencia internacional y una notable presencia en el sentimiento de la mayoría nacional. Esa junta, más o menos formalizada, que debería tener pocos políticos (los de la mesita andan ávidos), civiles de diversos orígenes y no más de un militar tendrá que potenciar la imprescindible ayuda humanitaria; buscar fuentes de financiamiento exterior; que gente especializada y universidades y academias diseñen e instrumenten el frente contra el virus; que verdaderos economistas encuentren la fórmula económica y social que equilibre la cuarentena con la productividad… entre muchas tareas. Que haya gente de entidades externas (la OMS, OPS…) que garanticen el manejo de los recursos y el equilibrio de las partes. Y una tarea imprescindible es suprimir, aunque sea temporalmente, las sanciones colectivas de Trump como ha pedido la muy respetable doctora Bachelet. A cambio de que Maduro, si fuese posible, gobierne tratando de reponer la constitucionalidad, al menos que acate la Asamblea y libere los presos políticos, como pide la misma Bachelet y muchísimos otros. Y que se disminuya la política hasta que vuelva el tiempo bueno, si es que vuelve y se arme de nuevo la lucha permanente e inevitable por recobrar la democracia, elecciones libres.
Es posible que haya que posponer las parlamentarias y otras eventualidades de nuestra lamentable vida política. Nadie se dará mucha cuenta ante el desafío de esa espantosa criatura que no se deja ver y que puede estar trepando ahora por su chaqueta mientras usted compra berenjenas o sardinas. La apuesta es mayor y lo de cada quien es nimio. Por ahora sobre todo somos cuerpos expuestos, indefensos, más allá de cualquier otra determinación. Lo que siempre hemos sido y tanto hacemos por ocultar, que no somos sino seres efímeros, muy frágiles.