La campaña para la elección del candidato unitario con miras al evento electoral presidencial del año que viene, nos ha permitido exponer al país nuestra visión del modelo de sociedad que deseamos construir, unos de forma explícita y sistémica, otros de forma más empírica y desordenada, y otros evidenciando la carencia de un pensamiento político
En mi artículo del pasado 31 de mayo, titulado «La nación soñada», busqué definir las líneas medulares de nuestra visión societaria y de nuestro modelo de organización socio política, con el cual buscaremos alcanzar nuestras metas de rescate del estado de derecho y de reconstrucción material y espiritual de la nación.
El debate político debe cubrir las diversas facetas de lo que la ciencia conductora de la vida social requiere. El tema va más allá de las simpatías y de las motivaciones que impulsan en cada ciudadano su decisión. Se trata de hacer de la campaña un evento pedagógico, reflexivo y motivador respecto de la vida de la ciudad, la región y el país donde vivimos, todo esto a la luz de la forma como el mundo global contemporáneo se está comportando.
El desarrollo de las propuestas, ideas y programas, presentados con ocasión de las primarias, no puede limitarse a una repetición de consignas o lugares comunes en el plano estrictamente emocional, con las cuales despertar los sentimientos básicos de la persona como el odio o el amor. Debemos trascender a lo elemental y trabajar en forma didáctica, los elementos esenciales que nos permitirán superar la tragedia humanitaria y el caos institucional en el cual estamos inmersos.
Para ello es fundamental comprender claramente las características societarias de la Venezuela contemporánea. Constatado el nivel de desintegración social existente, luego de casi un cuarto de siglo de presencia en el poder del Socialismo del Siglo XXI, no podemos menos que admitir la fragilidad, de basar la conducción de todo esta compleja situación en lo estrictamente emocional. El autoritarismo dominante se ha empeñado, con éxito, en destruir el tejido social alcanzado tras cuarenta años de democracia. Pero ha ido más lejos, ha logrado fracturar la familia, creando un clima de angustia, rabia, desafección y anomia sin precedentes en nuestra sociedad.
Esa situación hace más compleja la conducción socio política y abre el camino a una permanente inestabilidad. Las decisiones que se asumen no son fruto de la reflexión y consulta en el seno de las organizaciones de la sociedad. Por el contrario son frecuentemente el resultado de intereses parciales o corrientes emocionales que se forman en su seno. Corrientes de opinión, generalmente efímeras, que ante cualquier circunstancia se desvanecen y terminan abonando más agua al molino de la frustración y la desesperanza.
Esa fragilidad institucional nos obliga con autenticidad y honestidad a tener claro el cuadro político, cultural, social y económico en el que nos desenvolvemos. Solo así podemos trazar la hoja de ruta conductora del rescate de nuestra democracia y de nuestra vida socio económica.
Desmontar el estado autoritario y proceder a la re institucionalización del país no será tarea de un día. Recuperar la economía y devolver la calidad de vida al ciudadano tampoco. Establecer una cultura de la responsabilidad social, de rearme moral y de espíritu creativo societario tampoco se logra de un día para otro. Esa inmensa tarea toma tiempo y requiere superar severos obstáculos.
Lo que está planteado en Venezuela no es un simple cambio de gobierno. Lo que tenemos por delante es una tarea colosal de cambio de sistema político, económico y cultural. Es eso lo que llamamos una transición.
Lograr un rescate del estado de derecho, con todos los elementos que ello conlleva, sentar las bases para establecer una economía social y ecológica de mercado e insuflar un nuevo aliento ético y cultural a la nación constituye de por sí una tarea en la que debemos comprometernos todos los actores políticos de estos tiempos, si de verdad estamos comprometidos con nuestra ciudadanía y con la democracia.
Mi planteamiento de asumir la conducción de una transición, fijando un tiempo para su ejecución, con un acuerdo en los objetivos fundamentales, privilegiando la búsqueda de acuerdos, constituye el eje medular de una tesis política que aún no logra suficiente audiencia en la dirigencia y en la ciudadanía. No por ello dejo de insistir en el tema.
Algunos actores políticos expresan acuerdo, en algunas declaraciones, pero no van más allá de un ejercicio comunicacional. Es decir no avanzan a la fase de diálogo y búsqueda de acuerdos en los puntos que pueden convertirse en objetivos de una acción común de la sociedad, pasando por una reflexión sobre los escenarios y mecanismos capaces de alcanzar ese tránsito de la autocracia a la democracia, de la miseria al bienestar, de la anomia al optimismo social.
En esta hora de contradicciones, de ambiciones subalternas, de emociones encontradas es fundamental insistir en la necesidad de acordarnos en lo que han de ser los cambios, es decir en el modelo de estado, de economía y de sociedad que buscamos construir. Es además fundamental entender el mecanismo a implementar para alcanzar esos cambios. Aceptar que no hay persona, grupo o partido que de forma exclusiva pueda lograr ese cambio. Entender que la construcción de una nueva sociedad es una tarea de todos. El mesianismo ya nos ha demostrado, una y otra vez en nuestra historia, sus límites y sus nefastos resultados. Es hora del compromiso colectivo, es hora del entendimiento nacional, es hora de reconstruir las instituciones. La Venezuela Democrática, moderna, desarrollada y justa del futuro, será posible con sólidas instituciones y con un liderazgo plural.