En un contexto en el que las presiones inflacionarias empiezan a declinar en Estados Unidos y la Unión Europea, el Reino Unido logra comprender que no puede prescindir de sus relaciones comerciales y económicas con la zona euro, como a la par los trabajadores en Francia se movilizan y paralizan sus labores para evitar que se apruebe el aumento de la edad de jubilación.

Los problemas que afligen a Europa y Estados Unidos ciertamente son marcados por la invasión de Rusia a Ucrania, la crisis humanitaria, la provisión de armas al gobierno ucraniano y el aumento del costo de la energía. La Unión Europea no ha sido capaz de asegurar la paz porque no comprendió que Rusia apoyada en su enorme «arsenal nuclear» solo necesitaba de tiempo para poner en marcha una invasión sobre territorios, que hasta hace un poco más de treinta años formaron parte de la URSS.

Los nacionalismos ni los militarismos han cesado, más aún en una sociedad que pasó del zarismo monárquico al totalitarismo impuesto por los bolcheviques. Rusia y su enorme territorio no puede ser desdeñada, ni subestimada, por un lado; pero tampoco la comunidad internacional puede ser tolerante e indiferente frente al accionar militar puesto en marcha bajo el eufemismo de «operación militar especial». Ni Estados Unidos, ni el presidente Biden tienen el liderazgo suficiente a nivel global. Por otro lado, en un escenario internacional cambiante, han surgido actores nuevos como la República Popular China y la India que con sutileza y cierta discreción observan los acontecimientos.

En América Latina, el gobierno de Brasil bajo la presidencia de Lula propone la formación de un grupo de países mediadores. Brasil tiene una mirada extracontinental, con un vasto territorio, con más de 210 millones de habitantes, su economía representa alrededor de 50% de la economía latinoamericana. Brasil desarrolla una estrategia que no solo mira al Atlántico o al África, sino que se ha propuesto ser un actor en materias como el cambio climático, la defensa de la Amazonía y ser siempre un hábil negociador frente a Estados Unidos y la Unión Europea. Hoy, el presidente Lula parece interesado en revertir el lamentable papel de «gestor de intereses» que cumplió en sus dos primeros gobiernos e incluso posteriormente, cuando promovió que las empresas constructoras más importantes de su país ganaran los concursos y licitaciones de las principales obras de infraestructura en casi toda América Latina.

La «trama de Odebrecht» no puede ser olvidada en el Perú, ni en otros países de la región, por muchas razones. Sobre todo, cuando representó una forma de acción política y empresarial reñida con la transparencia y el buen gobierno. La próxima extradición a nuestro país del expresidente Alejandro Toledo es parte de un largo proceso de lucha contra la corrupción que ha marcado la política peruana en los últimos años. Más allá del papel que pretenda desempeñar Brasil y el presidente Lula en los próximos años, el Perú no puede olvidar que las empresas constructoras brasileñas bajo el liderazgo político del Partido de los Trabajadores y de Lula cumplieron un papel nefasto. Por otro lado, Lula ha expresado una posición más institucionalista frente a la crisis política peruana, respecto a la postura injerencista de otros gobiernos. Considero que, si el presidente Lula aspira a ser actor en el cumplimiento de la agenda global 2030 impulsada por las Naciones Unidas, el presidente López Obrador dedica tiempo y energía a defender a un golpista como Pedro Castillo o a avalar tiranías latinoamericanas como la de Cuba. La demagogia de López Obrador y su obsecuencia con el gobierno de Biden son evidentes, mientras que es notoria la mirada distante de Brasil con respecto a la actual administración norteamericana.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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