OPINIÓN

La tragedia de la educación nacional

por David Uzcátegui David Uzcátegui

Si hay algo que resulta aún más angustiante que el desolador presente que los venezolanos vivimos en el momento actual, eso es el futuro. Y es que la peor perspectiva ante este panorama, es la posibilidad de no poder superarlo, o peor aún: la hipótesis de que todo pueda ser aún peor.

Y para emitir este comentario tan fatalista, no estamos simplemente fantaseando o ganados por el pesimismo. Lo hacemos tomando como base un hecho que debería llamar la atención sobre el fracaso del modelo que administra hoy a nuestra nación. Estamos hablando de la deserción escolar.

El pasado jueves 10, especialistas y profesores universitarios presentan la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, referencia informativa y estadística que describe la realidad social y económica de Venezuela.

Anitza Freitez, coordinadora del Proyecto Encovi, aseguró que en Venezuela al menos  millón y medio de niños, niñas y adolescentes permanecieron desescolarizados durante el período que va entre los años 2021 y 2022.

También se agregó que disminuyó en 190.000 la cantidad de estudiantes respecto al periodo 2020-2021. Por si fuera poco, apuntaron que sigue cayendo la cobertura entre la población de 3 a 5 años, ya que casi la mitad de los niños y niñas en esas edades no están contando con el apresto que proporciona la educación inicial para desarrollar sus capacidades de aprendizaje.

Para terminar de dibujar un cuadro sombrío y según datos del Diagnóstico Educativo de Venezuela en el que participó la Universidad Católica Andrés Bello como aliada, entre 2018 y 2021, 25% de los docentes de educación básica y media abandonaron las aulas para dedicarse a otros oficios o para emigrar. Esto significa la salida del sistema de aproximadamente 166.000 maestros. Y no se cuenta aún con los datos de lo que va de 2022.

Como referencia adicional, un estudio realizado por investigadores de la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Andrés Bello de Chile reveló que las instituciones de educación superior del país están perdiendo a sus docentes de relevo: 43% de los que abandonaron la profesión y migraron entre 2015 y 2018 eran profesores con grado de instructor o asistente.

Las preguntas que surgen a raíz de este panorama devastador para el presente y el futuro de la educación venezolana son incontables. ¿Cuál es el futuro de este país? ¿Por qué niños y jóvenes están desertando del sistema educativo? ¿Con qué herramientas contarán nuestros ciudadanos del futuro? ¿Quiénes van a formar a las nuevas generaciones?

Para ir desgranando esta tragedia nacional, empecemos por decir que muchos de nuestros menores no van a la escuela sencillamente porque no tienen los medios que les permitan asistir.

Suministros tan elementales como un buen desayuno que los ayude a acometer las primeras tareas del día son prohibitivos para muchos. Por supuesto, no se puede ni soñar en este momento con un sistema educativo que suministre merienda y almuerzo nutritivos en los planteles escolares.

Eso para no contar con recursos que deberían ser elementales en cualquier país, como ropa para poder asistir a clase, y que, aunque parezca insólito, es un bien fuera del alcance de muchos.

No hablemos de poder acceder a los libros de texto, los cuales alcanzan costos prohibitivos para padres y madres que a duras penas luchan para suministrarle el alimento a sus muchachos.

Quienes pueden sortear todas estas adversidades van a llegar a instituciones escolares que funcionan en plantas físicas maltrechas, sin servicio de agua o electricidad, con condiciones sanitarias insalubres que atentan contra la dignidad de nuestros pequeños.

Y, por si fuera poco, como lo detallamos más arriba, estos planteles hacen esfuerzos más allá de lo humano para poder preservar un cuerpo docente que huye ante las pésimas condiciones laborales y sueldos insultantes, que los obligan a buscar otras maneras de procurarse el sustento.

Más patética aún es la realidad que reafirma a muchos de nuestros jóvenes la inutilidad de luchar por una mejor educación: los sueldos que obtendrán tras tantos años de esfuerzo no alcanzan para satisfacer las necesidades más básicas de un individuo o familia. Así que ¿para qué esforzarse? En el mundo bizarro de la Venezuela actual, alcanzar un título universitario no atrae ninguna satisfacción y arrastra numerosas penurias.

Este es el mismo país donde Simón Bolívar dijo: “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”.

Hasta no hace mucho la educación era la gran igualadora. Los grandes nombres de nuestro intelecto venían del campo y de barriadas populares, cambiaban radicalmente su suerte con esfuerzo y conocimiento, logrando ser fuente de ejemplo e inspiración para los que venían tras ellos. Nada de esto es hoy así.