En días pasados el presidente Maduro se quejaba porque le decían dictador; según él, Venezuela es una democracia. Pero se equivocaba o no, como de costumbre, nos mentía y se mentía a sí mismo.
Es bueno recordarle a Maduro que en las democracias no debería haber presos políticos y, mucho menos, muertos por torturas. En ella no hay circunstancias ni fines que justifiquen o que hagan legítimo el quebrantamiento de los límites ordinariamente impuestos a las acciones humanas. Es que la tortura, sin lugar a dudas, es la más aberrante práctica que se ejerce desde el poder y es el resultado fatal, entre otras cosas, pero de manera fundamental, de la militarización de la política y de la imposición de la lógica de la guerra por encima de la lógica política.
Hoy nos encontramos frente a un crimen horrendo: ha sido asesinado un capitán de la Armada, Rafael Acosta Arévalo. El régimen ha tratado y hace esfuerzo por desplazar el asesinato hacia un homicidio, un delito común. Solo que el crimen no ha sido producto de un par de balazos o de unas puñaladas en una refriega callejera. Se trata del asesinato ocasionado mediante la tortura en prisión a manos de los servicios de seguridad del Estado, en este caso de la Dgcim. Es decir: un crimen en el que la responsabilidad del Estado es total.
La muerte de Acosta Arévalo no se debió a que a los señalados por Tarek William Saab, el teniente Ascanio Tarascio y el sargento segundo Estiben Zárate, se les pasó la mano, que su intención no era matarlo, porque, ¡caramba!, los venezolanos no somos así, tan crueles y despiadados. Esto me lo dijo un amigo; esto tiene que ser fruto de los cubanos. Bueno, una sorpresa, amigo, somos así, hemos tenido torturadores crueles muy adictos a la maldad por pura maldad, aunque en este caso, después de instalar tempranamente, desde los días de euforia por parte de Hugo Chávez, una lógica de guerra como forma de hacer política, la tortura ha formado parte de esa lógica. Y para eso el gobierno, eso sí es verdad, ha contado con la asesoría terriblemente valiosa de los cubanos.
Es decir, el régimen ha quebrantado ciertos límites: ha allanado, ha detenido sin orden judicial y por tiempo indefinido; ha causado, en este caso y en otros, la muerte por tortura a manos de los cuerpos de seguridad del Estado, incluso de organizaciones paramilitares; ha desaparecido gente, ha intimidado y ahora pretende que vivamos con miedo. Todo realizado sin pudor y de manera impune.
Hemos visto y escuchado a Maduro, Diosdado Cabello, Padrino López y al fiscal designado por la ANC, Tarek William Saab, contradecirse, tratando de aminorar el impacto de la responsabilidad del gobierno en lo que ya parece una práctica normal en su hacer del poder, y uno llega a la conclusión, lamentable, de que han sobrepasado los límites de la acción humana y de que han convertido los antagonismos irreductibles con otros, tanto explícitos como implícitos y en casos extremos la “muerte del otro”, como manera de hacer política.
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