A pesar de que nuestro horizonte de vida se ha ampliado, parece que la globalización nos ha introducido en una especie de carrera contra el tiempo, donde la paciencia no tiene cabida, y el cortoplacismo hegemoniza prácticamente todas las decisiones importantes.
La intensidad de nuestros tiempos, abarrotados de estímulos, propios de la era de la hipercomunicación y la hiperinformación, ajenos al sosiego y enemigos de la mediatez, atenta contra la posibilidad de proyectar escenarios a largo plazo. El espacio y el tiempo son categorías difícilmente separables, lo aprendimos de Kant y nos lo demostró Einstein; quizá por eso nuestro enfoque de corto alcance no solo se refiere a nuestra cercanía espacial sino también a nuestro presente temporal.
No hay una percepción clara de las amenazas que escapan de nuestro alcance inmediato. Muchos de nuestros problemas actuales exigen una coordinación global que no solo trasciende el tiempo que habitamos sino también el espacio que ocupamos. La concientización sobre los problemas globales debe ser un imperativo categórico de todos los gobiernos del mundo, con estrategias claras y fuertes que resistan el sesgo de proximidad. Que la lucha contra el cambio climático esté pálidamente diluida en las agendas nacionales de los gobiernos es precisamente una subestimación típica de esta hegemonía espacio/temporal.
Debemos saber que muchas veces la espera no es mala, hay que superar el esquema de la linealidad, la relación causa-efecto casi nunca es singular; para la mayoría de los problemas complejos se requiere más tiempo en planificar una solución consensuada que en ejecutarla. La “improvisación” podría justificarse ante la irrupción de situaciones inesperadas, pero la mayoría de los problemas importantes (y comunes) se han gestado y advertido con el tiempo suficiente para elaborar una respuesta deliberada.
La solidaridad es un sentimiento que se desvanece a medida que se aleja de nuestro centro de vida. La estrecha visión de nuestras acciones no permite un seguimiento muy extenso sobre las consecuencias finales de estas. La tiranía del “aquí”, así como la tiranía del ”presente”, es un fenómeno sociológico transversal que atraviesa a casi todas las disciplinas, pero quizá la más afectada es la política, porque el discurso populista no acepta escenarios que trasciendan nuestro horizonte vital. Este tema ha sido tratado por muchos autores, Daniel Innerarity lo aborda en su libro El futuro y sus enemigos, y Joseba Arregi dice en un artículo reciente: “…pues si el futuro no llega a ser presente, el presente no llega a ser pasado, y entonces nos quedamos sin nada, ni pasado, ni presente, ni futuro”.
Ciertamente la globalización ha acortado las distancias espaciales, pero esta “proximidad” ha sido mejor aprovechada por los intereses económicos supranacionales y no tanto por el enfoque geoestratégico que exigen los problemas globales/comunes.
Debemos insistir en el fortalecimiento de instituciones que superen las agendas políticas locales y darles la envergadura necesaria para que puedan incidir realmente en la constitución de soluciones efectivas y sostenibles a largo plazo, más allá de los ciclos electorales de cada país y fundamentadas en intereses comunes que trasciendan nuestro “aquí y ahora”.