Con el paso de la ciudad-Estado al Estado-nación, se pasó de la democracia directa a la democracia representativa. Ello trajo el problema de cuan representativo es un sistema político, es decir, ¿están los electores debidamente representados por sus elegidos? Esta pregunta ha sido la base de una polémica en la teoría política por siglos.
Solamente hasta mediados de la última década del siglo pasado, se ha logrado empíricamente dar una solución a este problema. Mi profesor en Essex, Ian Budge con su equipo, se dedicó a investigar la relación entre partidos, políticas y representación democrática en 10 países democráticos. Llegaron a la conclusión que efectivamente en estos países, las democracias más avanzadas del mundo, los electores están efectivamente bien representados por sus elegidos (Klingemann, H; Hofferbert, R; Budge, I : Parties, Policies an Democracy, Westwiew Press, Oxford, 1994).
Para ello reelaboraron la teoría clásica del mandato (el elegido ejerce su cargo para satisfacer las órdenes –mandato– de sus electores). Esta idea simple tenía un gran problema: ¿Cuál es el mandato de los electores? Además, presentaba una gran dificultad. No había una medida precisa para evaluar si el elegido cumplía o no ese mandato.
Budge presenta entonces una teoría del mandato adaptada empíricamente a las circunstancias actuales: el nexo entre el elector y el elegido es el partido político, el mandato es la plataforma electoral presentada por los partidos ( “ programa de gobierno”) y la medición de la efectividad de esa representación se realiza a través del énfasis dado por el gobierno en las partidas de gastos del presupuesto: “ nosotros aceptamos la premisa que el dinero gastado es un elemento importante de las políticas públicas, tanto en el contenido, como en el debate sobre las alternativas”.
Es importante revisar tanto las premisas conceptuales que configuran el modelo como su versión empírica del modelo del mandato. En cuanto a lo primero, Budge et al esbozan una teoría de la elaboración democrática de las políticas públicas (capítulo 1 del libro). La pregunta básica es: ¿Hay alguna relación entre lo que los partidos dicen (en sus campañas electorales) y lo que los gobiernos hacen? De entrada, señalan: “Nosotros ofrecemos evidencia que los partidos políticos, elementos integrales a la democracia representativa, actúan mucho mejor que la mayoría de sus críticos podrían llevarnos a pensar”.
Su teoría del mandato parte de la aserción de Key: “Al menos que las opiniones de la masa tengan algún puesto en la elaboración de la política, todo lo que se diga sobre democracia no tiene sentido”. Siguiendo esta premisa: “Nuestra investigación en diez democracias durante el período de la postguerra muestra que la variación en el universo de las políticas públicas, tal como se presenta en los programas oficiales de los partidos, en realidad anticipan una gran parte de las políticas públicas de los gobiernos”.
Empíricamente Budge et al lo que hacen es hacer un análisis de contenido de los programas de gobierno y un análisis cuantitativo del énfasis puesto en las partidas presupuestarias del gobierno. Ellos encuentran una gran correlación entre ambas. Supóngase que un partido de derecha gana, su énfasis en seguridad y orden debe pues reflejarse en un mayor énfasis en esta área en el presupuesto, por el contrario, si es un partido de izquierda, su énfasis en políticas sociales en el programa debe tener su correspondencia en el presupuesto. Por cierto, ellos encuentran que el eje principal de las políticas públicas es el de izquierda-derecha, contrariando el fariseo discurso que la oposición entre izquierda y derecha ya no existe.
Toda esta disquisición teórica tiene como objetivo enfatizar la importancia de la teoría del mandato de Budge y sus colaboradores en la política actual. Solamente en aquellos países donde se cumple este modelo del mandato, se puede hablar propiamente de democracia, de resto como lo aserta Key es un sin sentido hablar de democracia. Los electorados entienden la importancia de esta relación entre las propuestas partidistas y el cumplimiento de estas por los gobiernos, de allí el voto retrospectivo premiando a quienes cumplen y castigando a quienes no. Por eso los conservadores británicos fueron elegidos y Trump será reelecto, cumplen sus promesas.
Trasladando la teoría del mandato al caso colombiano, me entristece profundamente ver que en Colombia ni siquiera hay partidos, los llamados así son simples cajas de resonancia de líderes caudillistas, de clanes familiares o simple agencias de dar avales. Ningún partido colombiano tiene una plataforma ideológica propiamente dicha, ni centros de formación ni mucho menos centro de pensamiento, cuya labor es precisamente liderar la elaboración de esas plataformas programáticas a las que hacen referencia Budge et al.
Por ello, de hacerse un estudio sobre la teoría del mandato en Colombia, con toda seguridad, se validaría la hipótesis que esta no se cumple. Basta ver por encima lo que está pasando con el gobierno Duque, prometió detener la impunidad las extravagantes ventajas dadas por el acuerdo de entrega del país a las FARC de Santos-Timochenko, y en 2 años se ha volcado a complacer las pretensiones totalitarias del narcoterrorismo comunista, con gran parte del presupuesto complaciendo las canonjías de las FARC, la más aberrante el presuntuoso presupuesto de la JEP, justicia especial para la impunidad de las FARC y la persecución de los demócratas, incluyendo una perversa campaña de adoctrinación de las bondades de esta aberración en televisión.
La restauración de la democracia colombiana pasa por instaurar un efectivo modelo de mandato, en el que los gobernantes cumplan en su mayor parte, dadas las circunstancias, sus promesas electorales, para así tener una verdadera y efectiva democracia, ganándose así la legitimidad y la aprobación de su pueblo.