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La teoría del elitismo y el fracaso opositor

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De prevalecer las condiciones políticas actuales, es decir, una oposición incapaz de superar sus propios errores mientras la curva de aprendizaje del gobierno bolivariano crece lentamente, vamos en camino de replicar las seis décadas de fracasos de la oposición cubana, igualmente dividida y fallida, pero fecunda en denuncias y violaciones de derechos humanos. A ninguna de las dos, la cubana y la venezolana, les ha servido de mucho el soporte y la proximidad con Estados Unidos. Ninguna de las dos ha tenido la voluntad política necesaria, el crédito suficiente y el liderazgo para convertirse en una alternativa de poder. El resultado no es coincidencia, años de frustraciones y un masivo éxodo que hoy emulan los  venezolanos hacia las mecas del exilio latino, Miami.

No tiene nada de raro pues que el fenómeno de opositores venezolanos que huyen del país para refugiarse en Florida sea, no sólo una réplica del cubano de los 60s y 70s, sino que muchos venezolanos han terminado por camuflagearse en cubanos de tal manera que ya es difícil distinguirlos idiosincráticamente o por el fervor partidista republicano que los une. Grupos de venezolanos han devenido en Estados Unidos en una suerte de semi-cubanos mayameros que repiten el cubaneo de los sesenta, incluyendo la invasión de bandidos en forma de «marielitos» despachados por los Castro en el famoso barco Mariel. Los «marielitos» venezolanos son del mismo pelaje, pero de cuello blanco, generalmente salidos del vientre de Pdvsa y con una diferencia, los venezolanos han adquirido el dudoso honor de registrar el mayor récord de procesos abiertos y sentencias por corrupción desde que el Congreso de Estados Unidos decidió en los setenta, combatir la corrupción gringa en complicidad con funcionarios extranjeros.

En esta oposición venezolana delirante no ha habido nada parecido a un adeco como Leonardo Ruiz Pineda o un dirigente con el brillo y la personalidad de un Teodoro Petkoff o el copeyano Pedro Pablo Aguilar, recién fallecido después de vivir con una gran dignidad en medio de una gran pobreza, algo raro en nuestro continente. Pese a las enormes distancias con esos y otros prohombres, el país ha tenido que conformarse por un tiempo con dirigentes como Henry Ramos Allup y su anverso socialcristiano, Eduardo Fernández. Ambos son, junto con otros, los residuos de la materia orgánica descompuesta del sistema democrático que fundaron unos demócratas envejecidos a destiempo y que fueron reemplazados a destiempo por unos muchachotes que aún no han aprendido a cambiarse los pañales sucios.

Las crisis sociales son oportunidades para el éxito o para el fracaso, dependiendo de los líderes que el albur reserva para ese momento histórico y por supuesto, el resultado de las instituciones. Lo de Venezuela no fue un fracaso, como estábamos acostumbrados en América Latina, en Venezuela los bolivarianos arrasaron con el país mientras que los boy scouts que los sustituyeron se han tomado dos décadas disputando con el gobierno la mejor salida «pacífica, democrática y constitucional».

Este fin de semana pretenden sorprendernos con la «novedosa» noticia de que en México continúa la búsqueda de esa salida «pacífica, democrática y constitucional», esta vez, para humillar más a la oposición, con la inclusión, en la representacion del gobierno, de la esposa de unos de los personajes más corruptos de la historia del continente.

Elitismo

El postulado general de la teoría del elitismo sostiene que las élites son unidas porque sus intereses son comunes, mientras que los intereses y el poder de los grupos democráticos o no-élites, son dispersas. En Estados Unidos el más destacado proponente de esta teoría fue el sociólogo C. Wright Mills, quien en su obra El poder de la élite, la describe como una amalgama de intereses entretejidos de altos estamentos militares, corporativos y políticos de la sociedad americana que subrepticiamente mueve los hilos del poder cuando es necesario.

Estos modernos templarios de Estados Unidos la integran republicanos, demócratas, independientes y militares, que velan porque la superestructura que le ha dado un contenido sin paralelo al desarrollo económico, militar y democrático de Estados Unidos no se interrumpa ni se desvíe por intereses bastardos o inmorales. Esta élite se asegura de que Estados Unidos sea predominante en el escenario mundial y conserve el mismo poder que sirvió para superar a enemigos del pasado como la Alemania nazi, la Unión Soviética, la China del presente u otro en el futuro.

El tema lo abordamos en este espacio de El Nacional en 2021 para indicar que había señales suficientes de que esta élite no parecía dispuesta a que la elección accidental de un tramoyero como Trump pudiera cambiar el curso histórico de esta nación. Algunos atribuyen a esta “élite americana”, oculta entre las sinuosidades del poder real, la derrota de Trump en 2020 y la ocurrida hace dos semanas, así como la de haber coadyuvado antes a la decisión de liberar los esclavos y enfrentar la Guerra Civil para poner fin a la esclavitud. Una manera de reparar o restablecer uno de los valores morales pendientes de la Declaración de Independencia que proclama «todos los hombres son creados iguales».

En esta concepción de “élite americana”estaría suscrita la participación abierta, por primera vez en la historia de las elecciones de prominentes republicanos y conservadores agrupados en una organización llamada Lincoln Project que apoyaron al demócrata Joe Biden, con el propósito de sacar a Donald Trump de la Casa Blanca e impedir que regrese. El grupo prestó un enorme y cualitativo soporte a la victoria de Joe Biden y actualmente presiona, junto con grupos que encajan en esta definición de élites para que Trump sea llevado a juicio.

La más reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia, en el sentido de aprobar (sin disidencia) la exigencia del Comité de la Cámara Baja del Congreso de que Trump entregue sus declaraciones de impuestos parece suscribirse en esta noción. La Corte Suprema de Justicia, como se sabe, está compuesta por 9 magistrados, 6 de los cuales son conservadores, 3 de los 6 fueron designados por el propio Trump. No obstante, todos los 9 votaron a favor de que Trump entregue sus declaraciones de impuestos al Comité del Congreso después de negarse a entregarlos por 7 años.

Estas consideraciones nos hace preguntarnos ¿dónde estaba la “élite” venezolana, medianamente organizada y pudiente cuando estos facinerosos bolivarianos se adueñaron de la nación en nombre de su héroe para convertirla en tierra arrasada?

¿Qué se hizo esa “élite” venezolana que en los tiempos de la democracia era llamada “las fuerzas vivas de la nación”? ¿Están en Miami? Esa élite venezolana fue la pionera del éxodo que se extiende a todo país. Sí, Miami ha sido el principal refugio de nuestra élite y como los cubanos en su tiempo, llenan ahora sus alforjas de dólares, mientras claman por un nuevo Trump más decidido que les resuelva el «problema» de Venezuela.

¡Qué ironía! Estos venezolanos camuflajeados en cubanizuelos, que huyeron de las hordas bolivarianas fanatizadas, han encontrado en Donald Trump y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, una forma de adoración política prácticamente idéntica a la de los bolivarianos que veneraron a Chávez y ahora a Maduro.

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