Estos se acaban llevando hasta la tarta. Espero que mis queridas monjas del Sagrado Corazón no se enfaden en exceso. Hace muchos años, narré el suceso que sigue en un artículo de ABC, y me llovieron palos por todos lados. Mi madre y sus hermanas estudiaron en el Sagrado Corazón. Mi mujer, también. Asimismo mis hermanas, y teníamos tres tías monjas. También mi mujer, la Madre Hornedo. Dos de mis tías Vega de Seoane, primas hermanas de mi madre, nos prepararon a mi hermano Jaime y a mí para hacer la Primera Comunión, que recibimos en la capilla del Colegio del Sagrado Corazón en la calle del Caballero de Gracia. Para mí fue un día nublado. Recibí el Cuerpo de Cristo, pero mi Renuncia a Satanás originó grandes carcajadas en mis seres queridos. Me llamaban en casa «Zópaz», porque no era capaz de pronunciar las eses. Y renuncié a Satanás con gallardía, convicción y firmeza, pero se rieron de mí. «Renuncio a Zatanaz, a zuz pompaz y a zuz obraz, y prometo zeguir a Jezucrizto por siempre jamáz, amén». Y toda mi familia, entregada a la risa.
Estos se acaban llevando hasta la tarta. Me explico.
Una tarde llegaron mis hermanas muy nerviosas y dicharacheras. Y hablaron con nuestra madre: –El viernes es el día de la ‘Máter’, y la Madre Enríquez –era la directora del Colegio, más seca que un tejado de brezo–, nos ha pedido que llevemos un kilo de azúcar, un par de huevos, y un kilo de harina para hacer una tarta que se rifará durante la fiesta. Estudiaban en el Sagrado Corazón en torno a las mil niñas. Y al día siguiente, todas cumplieron y depositaron los productos en el recibidor del colegio. Dos mil huevos, una tonelada de azúcar y otra tonelada de harina.
La fiesta era el viernes. –Espero que vuestros padres os acompañen. Las papeletas de la rifa costarán una peseta y la voluntad–. La madre ecónoma no cabía en sí de gozo. Hicieron la tarta, bastante pequeña, y se vendieron miles de papeletas. Le tocó la tarta en la rifa a una niña, Sonsolitas, que se sintió feliz por su extraordinaria suerte. Cuando Sonsolitas acudió a recibir su premio, la Madre Enríquez le dedicó unas palabras mediante susurros.
–Sonsoles, a la ‘Máter’ le encantaría que le ofrecieras la tarta a la Virgen en prueba de sacrificio–. Y Sonsolitas le entregó a la Madre Enríquez la tarta.
Y se quedaron con el dinero de la rifa, dos mil huevos, una tonelada de harina, una tonelada de azúcar… y la tarta. Posteriormente se supo que sólo se quedaron con la tarta, porque los huevos, la harina y el azúcar lo repartieron entre las Hermanitas de los Pobres y otras organizaciones benéficas de la Iglesia. Como ahora que, de no ser por el voluntariado cristiano, miles de valencianos afligidos y arruinados no habrían tenido nada que llevarse a la boca. Pero Sonsolitas, que a punto está de cumplir 80 años, sigue erre que erre. «Me quitaron la tarta». Y esa tragedia le ha acompañado durante toda su vida. Hasta tal punto, que se hizo de izquierdas.
Esto que he escrito no es una fábula. Sucedió como lo cuento y escribo. La diferencia se resume en que, aquellas monjas del Sagrado Corazón fallaron en la comunicación, pero no en lo fundamental. Los peor pensados pueden seguir asegurando que se quedaron con todo, cuando en realidad, lo repartieron entre los más necesitados. Eso sí, Sonsolitas se quedó sin la tarta, y crearon a una comunista resentida e incapaz de perdonar aquella travesura monjil. Intentaron en varias ocasiones remediar el mal causado a Sonsolitas ofreciéndole otra tarta, pero ella rechazó la oferta «porque no era su tarta». Y siendo de una familia bien venida a menos, se casó y formó una familia mal ida a peor. Un nieto es de Sumar.
Los de ahora no son como aquellas monjas. Se han llevado la tarta, pero no se la han comido. Está invertida en paraísos fiscales.
Ni fábula, ni metáfora. Hechos.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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