OPINIÓN

La tarea se la comió el perro: una interesante confesión que deseo formular

por Roberto Hung Cavalieri Roberto Hung Cavalieri

Como siempre he referido, me gusta el último viernes de cada mes escribir sobre algún acontecimiento, celebración o conmemoración que haya ocurrido o se verifique es el mes, aunque sea en cualquier año, y más si coincide con el día específico de la publicación, que esta vez corresponde al día viernes 30 de agosto de 2024.

Pues me es forzoso confesar abiertamente que resulta que para esta particular ocasión, si bien tenía muy adelantada la tarea y prácticamente lista la columna correspondiente a este día, repito, 30 de agosto de 2024, por acontecimientos absolutamente sobrevenidos y que estos no puedo por estos momentos divulgar, simplemente no pude terminar de revisar una versión definitiva publicable, lo que así como ocurre como cuando de muchachos no terminabas la tarea que debías entregar a primera hora de la mañana, terminabas resolviéndolo entregando algo más sencillo pero que tuviera la calidad óptima para sustituir la entrega original, incluso aunque se tuviera que incurrir en la muchas veces satanizada pero valiosa y muy utilizada práctica del cortar y pegar.

En mi específico caso de la columna para el 30/08/2024, que en algún momento posterior tal vez pueda publicarla, resulta que buscando sobre qué tema pudiera aplicar la de la tarea apurada, me vino a la mente un tema que me ha apasionado y que como igual se identifica con el mes de agosto, específicamente el día 28, no hay que hablar más, ese es el tema, el Día de San Agustín.

Si bien soy agustiniano, me gradué de bachiller en el Colegio San Agustín de El Marqués, en Caracas, mi interés por este interesante e importante personaje no solo del pensamiento católico, sino de la filosofía, el humanismo y el pensamiento universal, surgió tiempo después de haber salido de las aulas de la edad escolar. Siempre ha llamado mi atención su pensamiento, recurriendo a su lectura rápida para encontrar en ella algunas ideas que casi de manera mágica me dan luces en especiales momentos en los que es necesario asistirse de reflexiones profundas.

Pues es el caso que en la tarde del 28 de agosto, cuando me dirigía a una misa de celebración del  Día de San Agustín, recibí una noticia sobre un acontecimiento que reclamó mi más profundas cavilaciones y reflexión para su comprensión, lo cual me hizo recordar uno de los episodios más importantes en la vida de Agustín de Hipona que fue cuando caminado por la orilla del mar pensaba y se preguntaba sobre muchas de las doctrinas y misterios de Dios y se encuentra a un niño con un balde, que repetidamente tomaba agua del mar y lo vertía en un hoyo que había hecho en la arena; cuando Agustín le pregunta: «Niño, ¿qué haces?». Él le responde: «Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo». Agustín replica: «Pero, eso es imposible», a lo que el niño contesta: «Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito”. Cuando volteó, el niño había desaparecido.

¿Cuántas cosas nos empecinamos en conocer y resolver de manera súbita cuando en realidad muchas cosas tienen su tiempo de maduración, comprensión y ejecución? Así, de manera similar me encontraba yo en ese momento, Día de San Agustín, 28 de agosto de 2024. Al salir de la misa, tomé y leí nuevamente algunos párrafos de su libro Confesiones y encontré algunos pasajes que considero de interés, los cuales copio y pego, y de los que me gustaría tu opinión.

¿Y la tarea que era el trabajo que originariamente iba a publicar? Se la comió el perro… aquí lo que tengo…   (copiado y pegado. Lo confieso).

Nueve años de superstición.

1. En este período de nueve años, que abarca desde los diecinueve hasta los veintiocho, fuimos seducidos y seductores, engañados y engañadores, como juguetes de nuestros apetitos contradictorios. En público, a través de aquellas disciplinas que se llaman liberales. A escondidas a nombre de una seudo religión. En un sitio éramos orgullosos, en otro, supersticiosos, y en todos, estábamos vacíos. Por un lado, andábamos a la caza de fama popular vacía, de los aplausos del teatro, de los certámenes poéticos, de la lucha por coronas de paja, de los espectáculos, de las frivolidades y del desborde de las pasiones. Por otro, deseábamos la purificación de semejantes inmundicias llevando alimentos a los llamados electos y santos para que fabricaran ángeles en sus estómagos y dioses que nos liberaran. También yo iba detrás de esas aberraciones maniqueas y las practicaba con mis amigos, engañados conmigo y por mí.

(…)

2. Los amores de un profesor de retórica y oratoria. Víctima 2. Por aquellos años enseñaba yo ambición, vendía palabrerías destinadas a cosechar laureles. Sin embargo, Tú sabes Señor, que prefería tener buenos discípulos, pero buenos de verdad. Y yo sin engaño les enseñaba el arte de engañar, no para que se empleara contra los inocentes, sino para valerse de esas técnicas de modo eventual en favor de algún culpado.

(…)

3. Recuerdo también que, habiendo acariciado el proyecto de tomar parte en un concurso de poesía dramática no sé qué adivino me mandó un mensaje preguntándome qué le daría si me hacía ganar el primer premio. Yo, que siempre he odiado este tipo de sucias brujerías, le contesté que aunque la corona fuera de oro macizo, no permitiría que se matase ni una mosca siquiera para obtener una victoria. Efectivamente, aquel brujo proyectaba sacrificar vidas de animales, y con esta clase de ofrendas parecía o no invitar a los demonios a que me favorecieren en el concurso.

(…)

12. Un dilema: El matrimonio o la filosofía

21. Alipio me desaconsejaba tomar mujer, repitiéndome con insistencia que si me casaba, ya no habría manera de poder vivir juntos, dedicados al ocio tranquilo y al amor de la sabiduría, como hacía mucho tiempo anhelábamos. Alipio era íntegro a carta cabal en esta materia. Esto era algo sorprendente, dado que había iniciado sus experiencias sexuales en los comienzos de la adolescencia. No se había hecho un adicto de ellas, sino, al contrario, las había deplorado y desaprobado, viviendo en lo sucesivo en continencia total.

(…) 

22. Se sorprendía Alipio de que un hombre como yo, una persona a la que él tenía tanta estima, estuviera tan apegado a la masa pegajosa de los deleites carnales. Estaba tan apegado que siempre que salía este tema en la conversación, llegaba a afirmar que yo era completamente incapaz de llevar una vida célibe.

Ante sus muestras de estupor, o para defenderme aducía la gran diferencia existente entre sus experiencias sexuales, momentáneas y a escondidas, de las que ya ni siquiera se acordaba, y que actualmente eran para él algo inofensivo y fácilmente despreciable, y los placeres de mis experiencias que eran ya una costumbre. Si a éstas les daba el respetable nombre del matrimonio, ya no había razón para admirarse de por qué yo no podía despreciar aquel sistema de vida.

Y ahora uno de los pensamientos de Agustín que siempre me ha gustado.

… ¿Qué es pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me pregunta, no lo sé. Sin embargo, puedo garantizar que si no pasara nada no habría tiempo pasado; si no hubiera algo que va a ocurrir no habría futuro, si no existiera nada, no habría tiempo presente.

Según eso, ¿cómo es que existen esos dos tiempos, pasado y futuro, si el pasado ha dejado de existir y el futuro no existe aún? Y en cuanto al presente, si siempre fuera presente y no pasara a pasado, ya no sería tiempo sino eternidad. Si pues, el presente, para ser tiempo, es preciso que pase a ser pretérito, ¿cómo podemos decir de él que existe si la razón por la que existe es que va a dejar de existir? Según esto, no podemos hablar propiamente de existencia del tiempo sino en cuanto tiende a no existir.