I. El desarrollo y poder económico de las corporaciones digitales: ¿Cuál es el rol de América Latina?
La tecnología ha sobrevenido de manera constante en cada espacio de la sociedad, algo prácticamente impensable desde los orígenes de las redes de comunicación entre universidades norteamericanas hacia finales de los años sesenta, y el inicio de la denominada World Wide Web (www) en 1991, el cual marcó un antes y un después, sobre lo que ha originado que cada vez sea más común, no solo la conexión hasta los lugares más apartados del planeta, sino que la denominada robótica e inteligencia artificial comiencen a ser parte de las (de)construcciones educativas, investigativas y laborales de los países que cuentan con tales recursos y adelantos científicos.
Es decir, que de un mundo prácticamente virginal en los procesos de comunicaciones digitales y, sin generar ingresos exorbitantes, en tres décadas se han creado y consolidado gigantes de la informática como Microsoft que adquieren por inmensas fortunas empresas de videojuegos, y con un impacto directo, reconocido por cifras de semejante compañía, sobre “3.000 millones de personas”, de las cuales, por el tipo de mercado son fundamentalmente niños, adolescentes y jóvenes {1}, o que la multinacional Google desde su empresa matriz Alphabet obtenga sólo en 2021, ganancias netas sobre los 76.000 millones de dólares {2}, lo cual en ambos casos, puede superar la deuda externa de cualquier país de América Latina {3}, y cuyos montos de semejantes operaciones y resultados de utilidades, incluso también es superior a la cantidad de 66.500 millones de dólares que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha destinado para América Latina y las naciones del Caribe, que contrario sobre tales empresas, los países de la región siguen aumentando sus niveles de endeudamiento, y con ello, también se multiplican los problemas sociales, entre ellos, la pobreza, la exclusión, el deterioro de los servicios públicos, así como la destrucción de sus espacios naturales, situación agravada por la pandemia del covid-19, y cuyos efectos han sido muy negativos sobre las economías del continente durante los años 2020 y 2021; al punto que en una medida equivocada, México desde este 2022 está exigiendo visa a naciones como Venezuela para el ingreso a su territorio, buscando con ello “frenar” la emigración de latinoamericanos pobres hacia Estados Unidos que deben cruzar obligatoriamente –en su mayoría– el territorio azteca caminando hasta llegar al río Bravo como zona fronteriza.
Y ante una realidad en donde las corporaciones digitales tienen más recursos económicos y herramientas tecnológicas que una nación de América Latina, y cuya región está sacudida por enormes diferencias políticas y económicas, a pesar de ser un continente con ingentes recursos naturales, los problemas en vez de ser resueltos conforme sean las posibilidades de una acertada y asertiva planificación de políticas públicas, pareciera que los Estados se encuentran sumidos y desorientados ante un quehacer de confrontaciones políticas o protagonismo precisamente de redes, mientras irónicamente, vemos cómo un expresidente de Estados Unidos es vetado de una “red social”, por supuestamente usarla para fines contrarios a la “filosofía” de tal industria, o en Venezuela, un presidente que hasta decide a cuál ciudadano se debe entregar un pasaporte, reclama al presidente de la industria digital Meta porque lo suspende de su plataforma Facebook, acusándolo de “totalitarismo digital” {4}, lo que independientemente de los argumentos de las partes, la conclusión ineludible está en el desarrollo, influencia y poder económico de las corporaciones digitales, que hasta individuos muy poderosos desde las máximas tribunas políticas de naciones con máximo desarrollo o en vías de desarrollo sucumben ante las decisiones de las industrias que controlan el neocapitalismo que emerge desde el mundo de la denominada virtualidad, es decir, la suprageocomunicacionalidad, la cual hasta puede someter a los Estados que dicen tener “soberanías inviolables” o que son ellos quienes ejecutan sus propias decisiones sin influencia externa.
En este contexto, ¿cuál es el rol que debe enfrentar una América Latina dispersa en lo geopolítico, con severos problemas económicos y sociales, y una educación que parece estancada en antiguas teorías de una realidad que ha sido avasallada por una neorrealidad que la carcome desde el pensamiento individual hasta el colectivo? ¿Por qué América Latina, en vez de estudiar en profundidad el fenómeno de los cambios que tan trascendido en el siglo XXI con la revolución tecnológica, en todos los aspectos por la (de)construcción de nuevos enfoques curriculares que vayan a las aulas y los centros de investigación, se empeña con un marcado pragmatismo del dejar hacer, dejar pasar, quizás, pensando que con ello, en algún momento, habrá la influencia de algún mensaje de quienes ostentan el poder político por cambiar positivamente una realidad que supone que los problemas serán resueltos con unas simples palabras, cuando seguimos sin comprender que definitivamente el mundo y sus relaciones han cambiado y seguirán cambiando como fueron conocidas en el siglo XX.
II. La suprageocomunicacionalidad: ¿Aliada o contraria con el desarrollo de América Latina?
América Latina, sus Estados y sociedades deben comprender que mientras el fenómeno de la suprageocomunicacionalidad no sea comprendido en su dimensionalidad de poder económico, e influencias directas sobre las conductas de los seres humanos, y el continente no actúe en cambiar drásticamente su concepción de estructura de nación como aún es mantenida por el conjunto de países que la integran, la neorrealidad que imponen las corporaciones digitales continuará su avance hasta finalmente apoderarse no solo de su territorialidad (en el mundo de esa neorrealidad desde la virtualidad) estableciendo sus propios parámetros y reglas, sino que finalmente, los nuevos estilos y formas de vida, ampliados por una neocultura basada en la inmediatez, los “influencers”, y las connotaciones de lo que representan las corporaciones digitales en sus avances, las brechas entre naciones desarrolladas y en “vías de desarrollo”, no solo serán cada vez más amplias y extensas, sino que así como en tres décadas se ha consolidado, y expandido un poder desigual en lo económico, no tardará mucho tiempo para que una vez consumado el dominio social, se extrapole al poder político.
La suprageocomunicacionalidad es un mundo que apenas se deja entrever desde sus puertas y ventanas de la neorrealidad, pero que requiere –y más en América Latina– ser abordada en todos sus componentes creados, y por crear, con el propósito que sus espacios y propósitos sean aliados del continente, y no sean contrarios ante las causas que deberían ayudar a solucionar los problemas básicos y complejos que confrontan nuestros pueblos. O sea, si los Estados en sus conjuntos de políticas y proyectos no permean sus decisiones hacia la neorrealidad que los está impregnando en sus condiciones de vida, y formas de influir sobre la población, poco será lo que podrá la región lograr en beneficio de sus ciudadanos y su propio desarrollo, porque será un marcado individualismo el que podrá sobrevivir ante los embates de una indetenible tecnología, que probablemente tendrá todas las respuestas para vivir en esa neorrealidad, pero que obviando desde el poder de sus mensajes atribuidos en sus corporaciones digitales, en el cómo evitar la contaminación de mares, ríos, amazonia, bosques y hasta desiertos o polos, es decir, solo ver su propia “realidad virtual”, América Latina terminará sus “vías de desarrollo” en una digitalización.
III. Alternativas para encontrar el equilibrio en América Latina desde los avances de la suprageocomunicacionalidad
Encontrar alternativas que sean positivas para América Latina desde el contexto de la suprageocomunicacionalidad, también requiere que la educación y la investigación sean transformadas en sus dominios y especificidades. Hay que regenerar el pensar desde lo axiológico, biológico, complejo, desconocido y emocional (A-B-C-D-E del pensar), y esa es una tarea que tienen los investigadores antes que los políticos y empresarios, porque estos en su mayoría tienen la dimensión de sus intereses en América Latina parcelados en contextos de poder que, irónicamente, no los trastoca y les hace ignorar por acción u omisión, un poder superior al que ellos poseen, y que se encuentra generado desde la suprageocomunicacionalidad.
Desde esta perspectiva, conviene repasar a Machado (2008) cuando señala:
Antes de resolver el problema hay que ver el problema ya resuelto. Por eso, los pasos de la ciencia son las hipótesis.
El científico es un hombre cargado de audacia para formular conjeturas y de paciencia para someterlas a un riguroso estudio.
Todo descubrimiento no es sino una suposición comprobada. Y las experiencias, demostraciones de un pensamiento previo. Ellas no guían el pensamiento del científico, lo que hacen es confirmar lo que anteriormente se ha pensado, o demostrar que es necesario comenzar a pensar de nuevo.
Descubrir es un juego de azar en el que hay que apostar muchas veces. Siempre hay que estar dispuesto a dar otra vuelta. (p. 55).
Por ahora, América Latina necesita de una conjunción de factores políticos, económicos y sociales que articulados con la investigación científica y académica que se extrapole hacia nuevos estadios y condiciones de la educación como la conocemos en nuestros países, pueda enfrentar los embates de la suprageocomunicacionalidad para (de)construir criterios de pensar y pensamientos, que sobre este siglo XXI solo nos ha conducido por caminos equivocados. ¿Vencerá la neorrealidad de la suprageocomunicacionalidad la realidad de América Latina?
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Referencias
Machado, L (2008). La revolución de la inteligencia. Trillas
Vivas, J (2017). La regeneración del pensar y las texturas del pensamiento generadas por la epistemología de la trans-onto-complejidad. Apeiron
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