En 1994 se activó en México el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). De esa fecha han transcurrido 30 años. El equivalente a una generación. Bajo el liderazgo del subcomandante Marcos el movimiento guerrillero estableció un objetivo principal de la toma del poder que luego en el año 2006 sustituyó por otro mucho más abstracto y vago en el tiempo: la construcción de un mundo nuevo. El movimiento fue en el inicio un batiburrillo conceptual que incluye al zapatismo, al marxismo y al socialismo libertario. Lo sigue siendo.
Durante tres décadas el subcomandante Marcos ataviado militarmente a la manera del Che Guevara, en una cabalgadura bien enjaezada, con una pipa que se convirtió mediáticamente junto con su pasamontaña en una imagen de guerrillero amante de la paz – una vaina que es un contrasentido – y defensor de los derechos de los indígenas en Chiapas. En el imaginario popular se construyó una semiótica para asociar figuras históricas a través de un mito y una épica. Se creó una leyenda. Marcos había sido elevado a los altares de la adoración popular a quien se le reza pero no cumple.
A lo largo de seis lustros San Cristóbal de Las Casas se convirtió en un lugar de peregrinación política y de fe rebelde para México y el resto del mundo. Escritores, intelectuales, periodistas, políticos, académicos, estudiantes y toda laya de curiosos y asomados asistieron a Chiapas a verificar en el sitio, ese acontecimiento inusual. El subcomandante era la estrella, la vedette que concedía autógrafos y posaba para las fotografías, pero nunca alcanzó el poder ni cambió el mundo. Probablemente tampoco le echó un plomazo en combate a las fuerzas oficiales. Todo se diluyó en el espectáculo y las luces.
Con el tiempo el turismo y la inversión económica sustituyeron las zonas de combate, las trincheras y los zafarranchos para incentivar la inversión e impulsar el atractivo para el extranjero. Las divisas necesarias para financiar la revolución. Mientras eso crecía en la zona, el subcomandante nunca logró alcanzar la jerarquía de comandante. Pero por favor, estamos hablando del subcomandante Marcos, su pipa y su caballo, sin olvidar su pasamontaña. Como si estuviéramos escribiendo la letra de un corrido ranchero con tenampa, mariachi y todo.
En 30 años, en Chiapas, San Cristóbal de Las Casas y con Marcos, ahora rebautizado Galeano, pero no ascendido a comandante, crearon el sueño y la quimera del poder y del mundo nuevo a lomos del caballo y detrás del pasamontaña en el guerrillero con la pipa humeante. La gráfica de la epopeya de resistencia, de rebeldía, y de revolucionario forjada gracias a las tecnologías de información, propiciaron la solidaridad internacional y con muchas organizaciones simpatizantes que le dragonearon el acceso a todo tipo de sectores públicos fuera de México; pero al final no tomaron el poder, no construyeron un mundo nuevo y los indígenas se mantienen hoy en el mismo estatus de hace tres décadas cuando se activó el movimiento.
Los zapatistas nunca representaron una amenaza a los distintos gobiernos surgidos desde el año 1994.
El subcomandante Marcos, ahora como Galeano, nunca ha podido ascender a comandante. Y hoy en México es parte de la historia de lo que pudo haber sido y no fue en alcanzar el poder y la construcción de un mundo mejor. Como otros idealistas que se estrellan contra la pared de la realidad, pero consiguen algunos atajos para mantenerse en vigencia.
Algo así está ocurriendo en Venezuela desde hace treinta años. Es una extraña coincidencia en el año. 1994. El año en que el teniente coronel Hugo Chávez fue sobreseído y puesto en libertad. Desde entonces hasta nuestros días, en la defensa y preservación de la democracia, los venezolanos hemos tenido un desfile de subcomandantes que han fracasado en los intentos pero que se mantienen en vigencia a fuerza de fotografías, de discursos, de flash y de la corte que cada cierto tiempo les desempolva la lápida y se la retoca con pintura blanca. Ya ustedes saben eso de los sepulcros blanqueados.
Algunos han alcanzado el poder, pero se han quedado en el mito y la leyenda, otros simplemente se han quedado en la cabalgadura, con el pasamontaña puesto y con la pipa encendida. Humeante.
No alcanzaron el poder ni hicieron algún esfuerzo para que los venezolanos tengan en el futuro un mundo mejor.
Pueden haber tenido una jerarquía de subcomandante en su momento, y desafortunadamente para los venezolanos no hicieron en el país lo que debía hacerse para escalar a comandante después de recuperar y mantener la democracia.
Se quedaron en el mito de las cámaras, en la leyenda de las pantallas, en la épica de los medios, y en la nada de los resultados. Como el subcomandante Marcos en San Cristóbal de Las Casas en México. Ahora rebautizado Galeano en honor a Eduardo Galeano. Ya ustedes deben saber por dónde vienen los tiros.
Hoy, en Venezuela, el liderazgo vigente para revertir el golpe de Estado que desconoció los resultados electorales del 28 de julio próximo, está montado sobre el mito de las cámaras, en la leyenda de las pantallas y en la épica de las redes sociales. Esa subcomandancia debe hacer jugadas en Venezuela, mover sus piezas en Caracas y las principales ciudades del país; y forzar la presión desde la calle en la capital de la república principalmente. Específicamente en el palacio de gobierno. Ese viejo caserón que en algún momento perteneció a doña Jacinta Parejo de Crespo con una fuente en su patio central, que la llaman del pez que escupe el agua. Si es que ha sobrevivido a la revolución.
Hacer esas cosas en Venezuela, las jugadas en Caracas y los movimientos presionando en Miraflores es la única manera de escalar desde la subcomandancia para alcanzar el poder y lograr un mundo mejor para los venezolanos. Para alcanzar el poder de comandante.
La otra opción es quedar como el subcomandante Marcos, ahora Galeano. Arriba del caballo, con la pipa y un pasamontaña; y sin avanzar hasta el siguiente nivel.
Como un atractivo turístico para visitar y saludar cada cierto tiempo. Listo para la fotografía. Como lo que pudo haber sido y no fue.
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