Las izquierdas afirman ser más democráticas que la derecha, respaldando esas afirmaciones con sus “relatos” sobre la justicia social, participación ciudadana, solidaridad y conceptos similares que, según aseveran, no son practicados por los liberales por su tendencia individualista. A modo de ejemplo podemos tomar la solidaridad para analizar si los colectivistas son efectivamente más solidarios que los individualistas.

Isaiah Berlin, uno de los filósofos más destacados del siglo XX, habla de dos tipos de libertad que, para este fin, extrapolaré al concepto de solidaridad. La “libertad positiva” o “libertad para” se identifica con tendencias colectivistas a favor de un Estado Benefactor. En esta perspectiva, la solidaridad se entiende como la contribución para promover el bienestar social y la redistribución de la riqueza. Por otra parte, la “libertad negativa” o “libertad de”, se identifica con las tendencias liberales e individualistas, que conciben la solidaridad como una elección personal basada en la empatía y de ayuda voluntaria.

En esencia, la “Solidaridad” se relaciona con un sentido de apoyo mutuo y responsabilidad entre los miembros de una sociedad, pudiendo manifestarse de diversas formas, desde políticas sociales que protegen a los más vulnerables, hasta esfuerzos comunitarios y privados para ayudar a los necesitados.

Pero la historia de este concepto se inicia en el contexto de las luchas sociales del siglo XIX. La edición del diccionario de la Real Academia de 1851 no contenía este término, el cual se publica por primera vez en 1869. Esto demuestra que este valor se asocia con las luchas obreras y sindicales de la época, donde la solidaridad creaba la sensación de cohesión grupal y ayuda mutua para alcanzar las reivindicaciones por las que luchaban.

Así, el espacio de los sindicatos que ha ido perdiendo vigencia, parece haber sido ocupado por las ONG quienes han ampliado el campo de acción de la “solidaridad” para incluir a grupos marginados, minorías raciales y étnicas, mujeres, personas LGBTQ+ e inmigrantes.

Es importante tener en cuenta que los individuos se relacionan en sociedad en base a símbolos construidos y emociones, mediante los cuales formamos nuestra identidad; sin embargo, estos mismos mecanismos pueden convertirse en dispositivos de control social. Así, la solidaridad despierta emociones como compasión o empatía.

Esta concepción moderna de solidaridad se ofrece para ser consumida en un mercado de “emociones” donde las ONG’s se convierten en agentes que ofrecen opciones adaptadas para satisfacer todo tipo de “buenas intenciones” con distintos niveles de compromiso. Esto logra cohesión grupal, pero también control social, creando un espacio propicio para la solidaridad colectiva.

Por otra parte, aquellos que tienden a una “libertad negativa” y al individualismo, suelen ser emprendedores, creando empresas, empleo y con ello progreso. Ven a los impuestos como una responsabilidad personal y un acto de solidaridad voluntario, aunque en si misma es una forma de redistribución, lo que no significa que se abstengan de participar en iniciativas sociales.

El problema radica en la noción mal enfocada de solidaridad, entendida como la redistribución de una riqueza que los grupos de izquierda no saben cómo generar, lo que se convierte en pobreza cuando ya no queda nada para redistribuir.

Por ello, podemos constatar que la solidaridad, surgida a partir de las luchas obreras, es un valor compartido tanto por las derechas y las izquierdas. Sin embargo, esto no sucede de la misma forma con la democracia, ya que hoy las dictaduras quieren sentirse democráticas, buscando limpiar su imagen con engaños y el aval de agrupaciones como el Foro de Sao Paulo. Una cosa son los matices y otra los engaños, que no nos confundan.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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