Hace casi un año, durante las celebraciones del 230.o aniversario de la Constitución polaca del 3 de Mayo, recibimos en Varsovia a los presidentes de Ucrania, Estonia, Letonia y Lituania. Nuestros países comparten lazos de vecindad, así como valores comunes, la cultura, la historia y los retos actuales. El símbolo de estos lazos es la segunda en el mundo constitución moderna, que transforma la noble democracia polaca en una monarquía constitucional más eficaz. Desgraciadamente, este acto se ha retrasado.
Tres absolutismos aliados, el ruso, el prusiano y el austriaco, destruyeron el proyecto político y de civilización único que fue la Primera República libre, multiétnica y multiconfesional. Los antepasados de los actuales ciudadanos de los países de Europa Central y Oriental eran, en su mayoría, súbditos del zar. Se vieron obligados a apoyar la expansión del Imperio Ruso con su propia sangre, con sus propiedades y su trabajo.
Teniendo en cuenta esta lección de la historia sobre el saqueo, la persecución, la destrucción del patrimonio cultural y los actos de genocidio perpetrados contra nuestros pueblos por Rusia y la Unión Soviética, y en vista de la ocupación de facto de parte del territorio de Ucrania por las tropas de la Federación Rusa desde 2014, como presidentes de los Estados de nuestra región, firmamos entonces una declaración solemne. En ella destacamos que la Europa unificadora debe estar abierta a todos los países y naciones que compartan sus valores, y que para todos nosotros la solidaridad entre las naciones, especialmente ante las actuales amenazas a nuestra seguridad común, es una de las piedras angulares para la paz, la estabilidad y el desarrollo (…).
Estas declaraciones tuvieron la misma resonancia casi un año después, cuando los presidentes de Polonia, Ucrania, Lituania, Letonia y Estonia volvieron a reunirse. Esta vez, el 13 de abril de este año, el presidente Wołodymyr Zełenski fue el anfitrión. La reunión tuvo lugar en Kiev, bajo el fuego de los invasores rusos.
Los dramáticos llamamientos, repetidos a lo largo de los años, para que Europa se mantenga firme y solidaria frente al neoimperialismo ruso no han logrado convencer a parte de la élite política de nuestro continente.
La voluntad declarada abiertamente del régimen de Putin de recrear, de una forma u otra, la «prisión de naciones» que fue en su momento la Unión Soviética y las esferas de influencia en los antiguos países del bloque oriental; la glorificación del comunismo y de Stalin; la creación de un espíritu de división entre la familia europea de naciones; los intentos de interferir en los procedimientos democráticos de los Estados de la OTAN y de la UE; la represión contra los disidentes rusos y los ataques encubiertos contra ellos; la violación regular del espacio aéreo y marítimo de los países europeos por parte de las fuerzas armadas rusas, y las acciones hostiles en el ciberespacio; la invasión de Georgia en 2008 y la guerra híbrida contra Ucrania en 2014; el ataque híbrido de 2021, cuando el régimen de Łukaszenko, subordinado a Moscú, transportó a personas migrantes de Oriente Medio a Bielorrusia y luego los obligó a cruzar a empujones la frontera oriental de Polonia, que es también la frontera de la UE y la OTAN; todas estas «campanas de alarma» no han impedido que algunos políticos y líderes de opinión hablen de la necesidad de «entender a Rusia y sus sensibilidades». No se confió en los representantes de los países de nuestra región cuando advirtieron que las nuevas inversiones en infraestructuras y los contratos relativos al suministro de fuentes de energía rusas serían utilizados tarde o temprano por Moscú como una herramienta de chantaje brutal. Los últimos acontecimientos han demostrado que no nos equivocamos.
El 24 de febrero de 2022 se ha convertido en un momento decisivo en la historia del mundo. Tras el trágico conflicto en Bosnia y Herzegovina de hace 30 años, la guerra ha vuelto a estallar en Europa. Vuelven a producirse acontecimientos que no se veían aquí desde 1945. Miles de soldados y civiles están muriendo.
Pueblos y ciudades bombardeados desaparecen de la faz de la tierra. Los agresores rusos no permiten la evacuación de sus habitantes. Utilizan el terror y las tácticas de tierra quemada. Cometen saqueos, violaciones y torturas ―incluso de mujeres y niños― y ejecuciones masivas genocidas.
Las investigaciones en curso de los fiscales de la Corte Penal Internacional deben conducir a la condena de aquellos que han ordenado y cometido estos atroces crímenes contra la humanidad.
Las autoridades polacas, los voluntarios y millones de polacos están ayudando a los refugiados de la Ucrania en llamas desde los primeros momentos de la guerra. Ayudamos a ciudadanos de más de 150 países de todo el mundo a volver a casa. Casi 3 millones de personas han entrado en el territorio de Polonia, de las cuales casi 2 millones han permanecido en nuestro país. Se trata principalmente de mujeres, niños y ancianos. Aunque los llamamos huéspedes y no refugiados, aunque aquí encuentran refugio no en campos de tránsito sino en casas particulares, en edificios parroquiales y religiosos, en centros de salud y en edificios públicos, esto supone un gran reto para nosotros. En comparación, poco más de 1,8 millones de personas llegaron a Europa durante la crisis migratoria de 2015. Necesitamos urgentemente ayuda financiera, al menos la misma que recibió Turquía tras acoger a 3 millones de refugiados procedentes de Oriente Medio.
Pero, sobre todo, son los ucranianos que se defienden de esta agresión criminal los que necesitan ayuda. Necesitan equipamiento militar y una presión económica constante sobre Rusia, para debilitar su maquinaria bélica.
El destino de nuestro continente se decide hoy en las llanuras de Ucrania. En ese lugar se está librando una lucha extremadamente dramática por un futuro seguro, por la libertad, la identidad y el buen nombre de toda Europa. El tiempo de la discusión ya se ha acabado. Es hora de actuar con solidaridad y determinación.
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión Wszystko Co Najważniejsze [Lo Más Importante] en el marco del proyecto realizado con el Banco Central de Polonia, Narodowy Bank Polski (NBP) y el Instituto de Memoria Nacional.