OPINIÓN

La soledad y la apatía

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Se repite muy a menudo que las mayorías se han apartado de la vida política a causa de los errores y desaciertos de los políticos. Las cifras que dan las encuestas son abrumadoras tanto sobre el gobierno como sobre la oposición. Y esto, tanto más grave, en vísperas de elecciones de indudable importancia, tanto por los poderes a elegir cuanto, y acaso más decisivo, para medir el poder de las partes en un tiempo terriblemente polarizado de la república y de naturaleza obviamente despótico.

La verdad es que las encuestas dicen muy poco sobre la naturaleza del fenómeno que no sean afirmaciones presumibles y reiterativas: ojalá saliera Maduro, hay que ir a elecciones (¿adónde más?), los partidos son malos y los curas y los empresarios buenos o digeribles, se necesita un nuevo liderazgo, etc. Ecos menores del fenómeno de escisión señalado.

Habría que preguntarse si realmente son solo los tales traspiés de los políticos la causa del fenómeno o algo sucede en el seno mismo de la sociedad que facilita esta desatención a lo público que, no cuesta demasiado, llamar antipolítica. En otras palabras, que por lo menos hay una retroalimentación entre la discapacidad y desatino de los dirigentes o partidos y algún revulsivo esencial muy difuminado en todo el cuerpo social, con el cual se podría hablar de una interacción sincrónica.

Sin duda hay que contar con la necesidad que lleva a muy amplios sectores a dedicarse en exclusiva a la sobrevivencia inventando de la nada unas migajas, bien producto del propio y denodado esfuerzo, bien de las míseras dádivas estatales. Pero aun en este caso uno podría preguntarse por la ausencia o ineficacia de instancias colectivas, tales como sindicatos, gremios, agrupaciones ad hoc, protestas encendidas o no…Y en el reducido resto del cuerpo social, es decir, desde los corruptos y ricachones (algunos corruptos de ayer) hasta los que al menos consumen un número suficiente de proteínas diarias uno podría suponer que han caído en una apatía personalista muy patológica.

El rasgo común de todo ello es el individualismo extremo. Es decir, el neoliberalismo que de formas muy diversas se ha extendido en las últimas décadas por el planeta. Hasta el punto de que Lipovetsky (La era del vacío) habla de un individualismo inédito en la historia humana y Byung-Chul Han, de que en esta etapa del capitalismo en que el neoliberalismo “no se apodera directamente del individuo. Por el contrario, se ocupa de que el individuo actúe de tal modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad”. El individuo, dice en otra parte, es “el empresario de sí mismo” (Psicopolítica), no hay coerción externa sino un yo alienado y ajeno a cualquier vínculo real con la otredad. Si algo como esto es veraz no es de extrañar que con nuestras peculiaridades tercermundistas o de país petrolero, de desigualdades abismales, en caída libre hacia el averno por culpa inmediata de una banda de facinerosos, nos refugiemos en esta historia congelada, inmóvil, de solitarios por dos décadas, y que ha sido incapaz de generar ni formas organizativas ni líderes efectivos.

Por supuesto que nuestras circunstancias son únicas, que lo digan sociólogos y politólogos, y nuestra personalidad histórica y social es también una clave a desentrañar, país rentista y tristemente atado al subdesarrollo, pero no podemos escapar al momento del mundo globalizado, como no podemos evitar la peste y el siniestro cambio climático que ha azotado en estos días al estado Mérida.

Es muy fácil y primitivo pedir la cabeza de los dirigentes nuestros ciertamente erráticos, sin mayores ideales (¿pero ¿dónde los hay?), sin brújulas (¿quién se la habrá robado?, ¿los talibanes han completado la tarea de esconderla?). Pero nosotros somos también un engendro y engendradores de todo ello. Tú también tienes la culpa, venezolanito criticón y sobrado, de estos días oscuros y de lluvias apocalípticas.