Me encuentro con un experimentado dirigente político y le pregunto: ¿Qué pasó? ¿Cómo explicas la situación venezolana? ¿Qué hacer? Y me responde: “No quiero que me llamen, no me pregunten. No tengo respuestas”.
La situación de los venezolanos es trágica, por un lado, un régimen cleptocrático sin escrúpulo alguno, y por el otro una oposición oscura y divagante. En el medio estamos todos los demás perplejos, desorientados, sin explicaciones convincentes, solos en sus meditaciones sobre la incertidumbre de los sucesos que van aconteciendo.
Uno trata de refugiarse en sus lecturas, conversaciones, experiencias y en su cotidianidad se encuentra con un vacío que no da certezas de nada, ni siquiera interpretativas. Estamos en un limbo donde solo la realidad implacable existe y golpea.
O cómo se explica uno que un gobierno interino, cuya razón de ser, la “visión” como se dice, era lograr elecciones libres para elegir de conformidad con la Constitución un nuevo gobierno, que contó con el apoyo más grande jamás soñado, a lo interno y sobre todo a lo externo, con algunos equipos humanos de alta calidad, pudo cometer estupideces como la Operación Gedeón o la intentona “armada” del 30 de abril de 2019.
O cómo administra una serie de activos de la República para preservarlos de la voracidad de la cleptocracia, y dar ejemplos veraces de cómo se debe administrar el patrimonio público, con honestidad y transparencia, con rendición de cuentas claras. Entonces sale con un poco más de lo mismo.
O cómo se explica uno que el sueño de libertad y decencia que inspiraba la oposición unida sale con estas manchas, divisiones, pleitos y trapisondas que dejan sin aliento al más agudo observador. Porque del otro lado la situación es clara como el agua: todos unidos para robar lo más que se pueda, y permanecer allí. Pero de este, del nuestro, soñamos y luchamos por algo decente.
Advertencias existieron, desde la Conferencia Episcopal hasta las Academias Nacionales, distintas agrupaciones y personas de la sociedad civil, expertos nacionales e internacionales, y hasta el pueblo llano señalaron los caminos equivocados. Advirtieron la ceguera y la sordera de una dirigencia que no supo estar a la altura de los desafíos. Y el amplísimo respaldo recibido y manifestado en movilizaciones de calle y en las urnas electorales se fue evaporando hasta caer en esta situación de difícil definición.
Siento una enorme orfandad que se manifiesta en desorientación y desconfianza. Y una actitud de reducirse a los espacios menos expuestos de la familia y los amigos, de los lugares conocidos donde se trabaja para ganarse el pan o donde se anida la esperanza de crear esas “islas de cordura”. El espacio público, propio para la expresión política de la ciudadanía activa, se ha convertido en un erial.
Uno espera y acciona por una reacción sistémica, cuántica, de personas y comunidades que despiertan, reaccionan y producen una causación acumulativa, un “bucle” o salto que devenga en un proceso de transformación profunda. Porque no quisiera una adaptación a estas lamentables realidades. Los pergaminos de Melquíades anunciaban los cien años de soledad que le esperaban a Macondo, en la imaginación de Gabriel García Márquez, solo que Aureliano Babilonia los interpretó cuando llegaba a su fin, sin chance de una segunda oportunidad.
Aquí, desde hace 24 años tenemos descifrado lo que nos venía con el socialismo del siglo XXI, ¿será que estaremos condenados por los 76 años que faltan?
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