OPINIÓN

La singular profundidad de Steven Universe

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

En nuestra época, las series animadas se han convertido en una manera de recrear un lenguaje y un concepto sobre la realidad ligeramente más profundo que lo que parece sugerir su apariencia inocente. Steven Universe (Rebecca Sugar para Cartoon Network), con toda su apariencia de dibujo animado al uso, fue también una de las primeras series animadas en asumir su condición de símbolo y reflexionar sobre la naturaleza contemporánea de la sensibilidad espiritual, de una manera por completo novedosa. Cada capítulo no solo analizó una versión sobre la moral, los prejuicios y los pequeños dolores existenciales de nuestra época de una manera por completo insólita, sino que además dotó a la serie de una personalidad que, ahora en su despedida, es mucho más marcada que nunca.

Por supuesto, se trata de un fenómeno en evolución. A principios de los noventa, las series animadas de contenido adulto comenzaron a despuntar como un tipo de producto curioso, arriesgado y de vanguardia que sorprendió a buena parte de la audiencia. Desde el impacto cultural de Los Simpson, cuya primera temporada en 1989 asombró por su combinación de humor negro y extraña sensibilidad, pasando por el controvertido éxito de Beavis and Butt-Head (1993–2011), la serie de culto Daria (1997–2002), la mucho más inofensiva King of the Hill (1997–2010), la cruel y excesiva Ren y Stimpy (1991–1996), el fenómeno mundial de South Park (1997), la retorcida Family Guy (1999) hasta la existencialista y cruel Rick and Morty (2013), la noción de los dibujos animados como un espacio novedoso para narrar historias sin relación con el mundo infantil, se convirtió en una constante dentro de la llamada “era dorada” de la televisión.

Las series se convertían en un vehículo cada vez más profundo y hábil para la narración visual, lo que convirtió a la televisión en una experiencia emocional. Las nuevas versiones de los shows animados, analizaban de forma extrañamente dura, y en ocasiones descarnada, la naturaleza humana en medio de chistes y pequeños trucos argumentales que, bajo la apariencia de una mirada inofensiva, tenían la capacidad de mostrar lo peor y lo mejor de nuestra cultura de una manera insólita.

Con la llegada de The Simpsons, el trayecto simbólico de las animaciones, se aceleró. El retrato inquietante de la familia norteamericana promedio creada por Matt Groening, abrió paso a docenas de nuevos lenguajes, en los que lo grotesco, lo conmovedor y, casi siempre, lo retorcido de nuestra cultura tenía un papel preponderante. Se trató de un experimento exitoso que hilvanó los hilos naturales de la comedia de animación con cierta capacidad para parodiar los grandes temas existenciales. Una cualidad que convirtió a este extraño género híbrido en el favorito de buena parte de la audiencia.

La serie de Netflix BoJack Horseman, creada por Raphael Bob-Waksberg y que recientemente llegó a su capítulo final, es quizás la heredera más directa y digna de toda la lenta evolución de las series animadas en productos sofisticados para una audiencia mucho más compleja que los primeros grandes intentos de hace más de dos décadas. Mientras se acusa a Los Simpson de suavizar su lenguaje y de haber perdido parte de su dinámica interna y al resto de los programas semejantes de evolucionar en sentidos dispares y no siempre del todo coherentes, la historia del BoJack se volvió levemente antológica y también en una colección de aciertos narrativos. Lo que le brindaron a su última temporada un profundo aire de redescubrimiento y un acertado recorrido por su naturaleza como obra reflexiva y casi subversiva sobre la forma en que se analizan diversos temas en la actualidad.

No obstante, Steven Universe recorre un camino por completo distinto. Aunque comparte la perspectiva de lo humano de BoJack Horseman (una síntesis brillante sobre el poder intelectual y emocional del ser humano), el show de Sugar basa su efectividad en la manera en que los personajes se conectan unos a otros, pero más allá de eso, es una reflexión sobre la condición humana basada en la bondad, lo que le permite a la serie mostrar la inocencia e ingenuidad para teorizar sobre cuestiones tan profundamente existencialistas como la cualidad del ser y el hecho fundamental de la personalidad. En Steven Universe, la noción sobre la individualidad contemporánea, se enlazó con la necesidad de la serie de hacerse preguntas más adultas de lo que podría suponerse. Ambiciosa pero sobre todo sincera, la visión de la serie acerca de la forma de dialogar sobre temas usualmente vedados para las caricaturas de forma sencilla, fue uno de los grandes pasos que le brindó su condición como icono televisivo y probablemente cultural que perdurará por décadas.

Una versión multicolor de la realidad

Desde la depresión, los vicios o hasta la simple tristeza del desarraigo moderno, la series animadas actuales, construyen un recorrido impecable por su versión sobre el dolor contemporáneo, a través de una magistral y conmovedora reflexión sobre el desamparo y, al final, la soledad. Todo en medio de un agudo sentido del humor y una notoria autoconsciencia. Para bien o para mal, los argumentos animados contemporáneos abarcan un recorrido amplio a través del complejo espíritu de nuestra época banal.

Claro está, Steven Universe no fue un éxito inmediato y su evolución fue de hecho, uno de los procesos más fascinantes en una serie que, poco a poco, encontró su identidad hasta convertirse en un discurso ponderado y profundo sobre temas controvertidos, más allá de la dulzura de su sentido del humor y su franqueza. A medida que su creadora encontró una fórmula inteligente para elaborar un discurso a la medida para su personaje, la historia del niño que debía salvar el universo, se volvió más compleja, elocuente, pero sobre todo emocionalmente valioso.

Mientras en Los Simpson, la infelicidad conyugal y el rechazo a la diferencia suelen ser analizados desde cierta redención utópica y Family Guy se decanta por la crueldad y lo obsceno, Steven Universe tomó la complicada decisión de mostrar la ingenuidad como una respuesta directa a planteamientos en ocasiones muy crudos y directamente relacionados con el poder misterioso de valores espirituales abstractos. El argumento comenzó como la historia de un niño (en la voz de Zach Callison) y sus tres guardianes alienígenas: Amethyst (Michaela Dietz), Pearl (Deedee Magno) y Garnet (Estelle), destinados a proteger juntos a la humanidad. La premisa en apariencia sencilla y que ya había sido utilizada con relativo éxito en producciones parecidas como Las Chicas Superpoderosas (Craig McCracken) y más recientemente en She -Ra y Las Princesas del poder ( Noelle Stevenson), evolucionó con rapidez hasta convertirse en una propuesta que configuró una mitología intrincada, en la que las preguntas sobre la naturaleza humana y sobre todo, las convicciones emocionales crearon una gran conversación inusual sobre aspectos de la sociedad y la cultura que sorprendió por su solidez y sobre todo elocuencia.

Bajo la apariencia y el empaque de una serie destinada a un público muy limitado, la producción logró elaborar un lenguaje lo suficientemente amplio y simbólico como para incluir todo tipo de recorridos a través de lo emocional. El miedo, la esperanza y en especial, los pequeños dolores de un argumento creado para sostenerse en las aproximaciones más sutiles sobre la condición del niño y la infancia, encontraron en Steven Universe un discurso complejo que se hizo cada vez más sorprendente. Una conmovedora aproximación sobre la resistencia y la esperanza, en una época en la que el cinismo suele dominar los grandes shows basados las emociones humanas.

La humanidad y sus pequeños objetos silenciosos

El niño de cara redonda se asoma a la ventana y mira el pequeño jardín rodeado de una vulgar cerca blanca, tan común en cualquier serie e imagen sobre el estadounidense promedio que resulta reconocible de inmediato.

“Mi cuerpo está enterrado allí”, dice entonces con tono desabrido y cansado, señalando un promontorio de tierra que destaca sobre la hierba plana. La chica a su lado lo mira entre desconcertada e inquieta. “No hay ningún propósito, ningún objetivo. Todos vivimos y morimos”, continúa. El muchacho mira de nuevo a su hermana, sin expresión, casi con tristeza. “Nada tiene sentido”, culmina.

La anterior es quizás una de las escenas más memorables de la serie Rick y Morty, que con su visión humorística, sardónica y cruel sobre la realidad, la identidad y las pequeñas creencias del mundo, desafía cualquier clasificación sencilla. De la misma manera que BoJack Horseman analiza y puntualiza la versión más profunda de las ideas modernas sobre la identidad, la incertidumbre y el miedo a la simple futilidad de la existencia, pero sin su conmovedora profundidad. Más interesada en el humor absurdo y en la crueldad, Rick y Morty enfocan el dolor y la naturaleza humana de la misma forma que BoJack Horseman, pero carente de su cualidad para comprender el sufrimiento como parte de una meditada cualidad sobre lo moderno.

Todo en clave de comedia y aderezado por una percepción sobre lo perverso muy cercano a lo inquietante, Rick y Morty pondera sobre la simplicidad de la existencia del hombre — y su arrogancia intelectual — desde la perspectiva de viajes en el tiempo, multiversos, inventos imposibles, toda una fauna alienígena en ocasiones por completo inexplicable. Pero, sobre todo, a partir de cierto fatalismo irreverente que intenta asumir la burla y la sátira desde lo fatídico. Para BoJack Horseman la cualidad del sufrimiento tiene un sentido coloquial, fatalista y patético.

Para la serie, el mundo interior de sus personajes es un paisaje que explora con una delicadeza asombrosa y, sobre todo, sin dejar de mostrar lo terriblemente egoísta, pendenciero y autoindulgente que podemos ser en las peores condiciones.

Mientras que en Los Simpson Matt Groening apostó en cientos de ocasiones a la redención de un Homer a menudo mezquino y en Futurama  (la obra distópica que parte de la crítica considera su mejor obra) a exacerbar la condición humana en un matiz malicioso, pero siempre amable, BoJack Horseman hizo lo contrario y quizás, por eso, su recorrido a través de los terrores y dolores sea tan sincero e incluso terrorífico.

La serie tuvo un final agridulce que dividió a los fans e hizo reflexionar a la audiencia sobre la culpa expeditiva y la forma en cómo el argumento resolvió con cierta facilidad el hecho que BoJack había herido — y en más de una ocasión — a la mayoría de los personajes con los que interactuó. Pero de la misma manera que Breaking Bad, Better Call Saul e incluso Los Soprano encarnaron la versión de los antihéroes convertidos en símbolos de algo más frágil sobre nuestra cultura, la serie de Netflix completó su recorrido en pantalla recordando el poder de un buen argumento para dialogar de manera eficaz sobre temas controvertidos de manera honesta y en apariencia inofensiva.

En el caso de Steven Universe, el recorrido es en una dirección por completo nueva: invita a la reflexión general sobre si las series animadas tienen la capacidad para ser lo suficientemente adultas, al menos como para convertirse en herramientas efectivas para discusión y diálogo. El intrincado concepto de la esperanza y la delicadeza de la inspiración emocional que la serie consiguió elaborar, crean una percepción sobre la amplitud de la belleza creativa, sin alejase de la noción sobre el hecho Steven Universe, como planteamiento, se cuestiona sobre lo poderoso que sostiene lo sencillo.

El éxito de la complicada fórmula, tal vez se deba a que, a diferencia de otras series al estilo, Steven Universe no está pensada para brindar respuestas sobre cuestiones existencialistas trascendentales, sino para ampliar desde su universo las convicciones íntimas de sus personajes. Desde la decisión de subvertir el típico binomio del bien y el mal hasta meditar sobre las franjas oscuras emocionales con cuidadosa sofisticación, la serie es un recorrido brillante a través de escenarios mucho más amplios que las batallas singulares entre personajes antagónicos. Quizás lo más sorprendente de Steven Universe es que su núcleo narrativo se basa en la bondad y la compasión, a diferencia de otros tantos shows y argumentos que se reflejan en un nihilismo cristalizado en la idea del matiz antagónico. El camino del héroe en Steven Universe está emparentado muchísimo más con las decisiones basadas en el amor, que con la que están relacionadas al rencor, la rabia, la venganza y otras tantas percepciones sobre la naturaleza humana que suelen ser comunes en el lenguaje televisivo y cinematográfico actual. En medio de un tenebroso recorrido por la noción colectiva sobre lo incómodo, la serie brilla en su inocencia. Y quizá su mayor atributo es no solamente esa profunda capacidad para asumir su identidad como producto poco usual, sino también como una alegoría dulce y franca sobre lo que somos y podemos ser como individuos.

El discurso de la heroicidad en la serie, está basado en la capacidad de Steven para vencer sus propios fallos y sus pequeños dolores. Este es un héroe que se hace a sí mismo y se construye a través de pequeñas luchas cotidianas que le transforman no sólo es la mejor versión de sí mismo, sino a la vez en una poderosa convicción sobre la metáfora de lo que representa como personaje. Steven es la cara más visible del mundo intrincado creado a su alrededor para justificar su existencia, a la vez que demuestra la potencia de las emociones con una sinceridad inusitada.

Por extraño que parezca, el heroísmo en la serie, tiene una relación más estrecha con la debilidad que con la fortaleza. Steven atraviesa todo tipo de dolores y pruebas que ponen en relieve que su capacidad y poder es una muestra de sus heridas emocionales más privadas. Un planteamiento que resulta novedoso en medio de todo tipo de argumentos, que asumen el hecho que el Héroe jamás debe flaquear. Hace menos de dos años, la película Avengers Endgame (Hermanos Russo) mostró la debilidad de los héroes: lo hizo al recorrer todos los estadios del duelo y el luto a través de personajes considerados tradicionalmente invencibles. El guion no solo les mostró desde la fragilidad, sino incluso físicamente disminuidos. En el caso de Thor de Asgard (Chris Hemsworth) el paralelismo entre el sufrimiento y los matices del poder es incluso más obvio. Luego de atravesar el dolor, la angustia y la pérdida de una forma muy semejante a un cuadro depresivo de enorme envergadura, la nueva percepción del héroe con unos kilos de más y una conducta errática, incomodó a la mayoría de los fanáticos, pero también abrió una discusión pública sobre los trastornos psiquiátricos asociados a la depresión, lo que cuestionó la capacidad de nuestra cultura para aceptar la debilidad de sus personajes emblemáticos. Steven Universe retomó el tema y lo hizo con la habilidad de crear una construcción alrededor de la tristeza, el trauma y la recuperación que no sólo dialogó sobre la percepción del bien y del mal, sino también del hecho de las emociones como una herramienta para la mirada cristalina y poderosa sobre lo que somos y quiénes somos.

Claro está, Steven Universe es una serie basada en la amplitud mental y en especial, en la capacidad del argumento para extender los límites de nuestros planteamientos sobre el prejuicio y el miedo. Y es allí en donde Steven Universe deslumbra, gracias a la elocuencia para asimilar, reconstruir y deliberar sobre la sutileza espiritual de nuestra cultura. La esperanza como algo más que una idea abstracta: una convicción que le sostienen en los momentos más oscuros y sobre todo, permite a la serie construir ideas mucho más poderosas de lo evidente.