OPINIÓN

La simonía de Nicolás

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

«Estoy limpio, proclamaba el líder; el maletín lo llevaba el asistente». Estas palabras, pertenecientes al fumeto de una viñeta de Andrés Rábago García, El Roto, aparecida a inicios de semana en el diario español El País, coincidiendo con la movida de mata petrolera y la purga de corte estalinista o maoísta desatada —conjeturalmente— a raíz del vislumbre de un quítate tú pa’ ponerme yo, promovido por el vértice principal del pentágono del poder detrás del trono, el Alí Babá petrolero, Tareck Zaidan el Aissami Maddah, y su banda de 40 ladrones, 19 de ellos ya encanados en una cueva sin Ábrete Sésamo —los otros 4 integrantes del quinteto mortal son Padrino, Rodríguez & Rodríguez y en menor medida el bellaco mayordomo del PSUV—, iban a ser el motor de mis travesuras, fechorías y descargas de hoy. Pero, es Domingo de Ramos, comienza la festividad mayor de la cristiandad, y en atención al berenjenal nacional refloto un viejo artículo, actualizado, eso sí, referente a un Simón, mas no al caraqueño objeto del amor y devoción chavistas, sino a un truhan de altos vuelos, a quienes hagiógrafos y acaso algún evangelista pararon bola en razón de sus pretensiones de rivalizar con Jesús de Nazaret y ganarse las adhesiones de los seguidores del autoproclamado hijo de Dios y rey extra mundo. Se llamaba Simón y lo apellidaban el Mago. La primera noticia de su existencia la debo a una película de 1954, dirigida por Victor Saville con actuaciones de Virginia Mayo, Pier Angeli, Jack Palance y Paul Newman.

El Cáliz de Plata es el nombre de esa deplorable cinta, cuyos decorados hubiesen encajado a la perfección en una cinta de ciencia ficción, pero desentonan en el bíblico péplum. A pesar de tratarse de su debut cinematográfico, Newman se sintió verdaderamente avergonzado de haber participado en el despropósito de Saville y lo demostró disculpándose públicamente por esa performance en un aviso de prensa; sin embargo, su debut le mereció ser considerado revelación actoral del año. El filme era incluido, diríamos religiosamente, en la programación de Semana Santa de los canales de televisión públicos y privados. Lo traemos a colación a propósito de varios eventos acaecidos durante estos días en esta mancillada República, cuando aún no se habían encendido las velas del fervor litúrgico, pero sí la hoguera inquisitorial de la caza de brujas padrino-madurista, empresa vindicativa capaz de transformar lo cotidiano en realidad alterna, mediante acusaciones y defensas de prodigiosos y milagrosos no recuerdo, yo no fui.

Simón de Gitta, Simón el Hechicero o Simón el Mago puede ser considerado como el más serio de los émulos o remedos contemporáneos de Jesús. Sus habilidades y conocimientos de ciertas artes no tan oscuras como pretende la leyenda (trucos. máquinas y prestidigitación, tal vez, pero también verbo, presencia, carisma) le permitían maravillar y cautivar a las masas tal hacía quien sería Cristo. Si éste resucitaba un muerto, aquél hacía caminar a las estatuas. En Samaria intentó sobornar a los apóstoles Pedro y Juan a fin de obtener de ellos la facultad o el secreto de transmitir la gracia del Espíritu Santo (de allí la palabra simonía). Se propuso volar e instaló, en lo alto de una torre, un artilugio diseñado a tal efecto. Cuando llegó el momento de despegar, juzgó superfluos o innecesarios los trucos: creyéndose Dios redivivo, pero sin las alas de Ícaro o de la paloma celestial, se precipitó al vacío estrellándose a los pies del emperador Claudio y decepcionando a la multitud congregada en torno a la edificación para contemplar el frustrado portento.

La performance de Simón fue un fiasco. A pesar de sus dones histriónicos y su sentido del espectáculo, su competidor lo aventajaba en poder divino: se levantó de entre los muertos y ascendió al cielo, mientras él no pasó del suelo. Esta historia y sus circunstancias han sido motivo de diversas versiones literarias y cinematográficas. Asimismo, podría ser recreada en un Auto Sacramental, tal se evidenció en estos días terminales de la cuaresma, cuando el gobierno de facto pretendió alzar hipócritamente la voz contra su intrínseca corrupción, como base de su campaña orientada a la perpetración de un nuevo fraude comicial, colocando a Tarek el Aissami en rol protagónico, en una muy peculiar representación sagrada, no a la manera de los alegóricos e historiales autos sacramentales  de Pedro Calderón de la Barca, sino improvisando —proceder característico de la narrativa bolivariana— una historieta maniquea de buenos y malos, apelando a su manido recurso  de reinventar el pasado y ocultar presente y  futuro tras un gerundio perpetuo.  Valiéndose de su hegemonía mediática, el alquimista capaz de transformar   en heces el oro negro, regalándolo, cual, si fuese suyo, a Cuba y a quién sabe cuál fucking banana republic dispuesta a servir de peón de la Venezuela roja-rojita en el tablero geopolítico, protagonizó un unipersonal repleto de realismo mágico y religiosidad.

Como por arte de magia, el brujo bigotón  cambió la gesta independentista, a la cual son tan afectos los socialistas del siglo XXI,  por la pasión redentora, reclamando para sí la cruz, la sangre y la corona  de espinas, símbolos del  martirio de Cristo, en un acto de suprema manipulación dirigido a sacarle partido a la compasión, el altruismo, la lástima, y a  todos esos sentimientos  asociados a la beneficencia y el asistencialismo mediante la cual el régimen ha hecho de los estratos socioeconómicos menos favorecidos un colectivo de mendicantes, pedigüeños y tírame algo cuyo sufragio se  intenta comprar con exiguas dadivas misioneras: en el fondo, migajas, limosna pura. Como ocurrió con el falso mesías de Sabaneta, circula un rumor sobre una presunta enfermedad del heredero tenido por apostata entre el chavismo ortodoxo (a cuya cabeza se encuentra mostrando agallas presidencialistas, el también corrupto, ¡y de los grandes!,   Rafael Ramírez). El fantasma del mal de Chávez afecta presuntamente a su principal agente transmisor. Así, nuestro (a)mago de la nada por aquí, nada por allá procura transformar un auto sacramental en meloso acto sentimental. Y por ahí salió Padrino, dando fe de sus dolores de parto (de su muñeco de ventrílocuo, no de él) en la búsqueda de cobres destinados al pago de docentes y empleados públicos y, ¡ojo!, al de los militares de graduación media. Por lo demás, Nico ni encanta ni hechiza: reprime.