Inmejorable debut el de Washington Abdala, flamante embajador de Uruguay en la OEA. Despejó cualquier duda al fundamentar el voto uruguayo a favor de la resolución que impone «condiciones” a Nicolás Maduro para las elecciones legislativas de diciembre.
Advirtió que cuando las opciones son de naturaleza binaria o se está de un lado o se está del otro: «Y aquí no hay mucho margen, ni siquiera hay margen para el matiz. O se está del lado de la defensa de los derechos humanos y la recuperación de la democracia en Venezuela o se está del lado de la oscuridad y la tiranía. No hay punto medio».
Abdala señaló además que, si se piensa en términos de legitimidad, «lo legítimo es la democracia y lo ilegítimo es Maduro», y si se piensa en términos de legalidad, «lo legal es el camino hacia la democracia de verdad y lo ilegal es Maduro».
Quien quiera oír que oiga, pero no vale hacerse los tontos ni dar vuelta la cara refugiándose en lo políticamente correcto –y cómodo– por temor a las críticas y las arremetidas del Foro de Sao Paulo.
Este, increíblemente, marca la cancha y se vale de los que llama “cretinos útiles” para buscar atajos hacia el poder e imponer su relato.
En tanto, otro uruguayo, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, es ahora el blanco elegido por el progresismo bolivariano. Ya Evo Morales pidió su renuncia.
Lo que son las cosas y los relatos. En mayo del año pasado Almagro y Evo se fotografiaron juntos y sonrientes en La Paz. Fue cuando Almagro sostuvo que “sería absolutamente discriminatorio” que Evo no pudiera participar en las elecciones de octubre del año pasado, en las cuales iba por su cuarta reelección. Evo lo recibió con un abrazo y “un bienvenido hermano”, la oposición lo menos que le dijo fue “traidor”.
Es que Evo para llegar a ser candidato ignoró el resultado de un referéndum popular que rechazó su posibilidad de ser reelecto una vez más. Amparándose en una resolución de un Tribunal Constitucional –a su servicio y bajo sus ordenes– Evo se burló de aquella decisión de los bolivianos.
Almagro lo apoyó pero, eso sí, aseguró la presencia de veedores de la OEA. Y apuntó bien: en las elecciones el gobierno de Morales quiso hacer trampa, lo que desató movilizaciones populares denunciando el fraude, las que trataron de ser frenadas por los grupos armados de cocaleros que apoyan a Evo. Intervinieron la policía y las Fuerzas Armadas, hubo muertos, y Evo renunció y huyó con premura y tembloroso, primero a México y luego a Argentina.
Asumió la presidencia la legisladora Jeanine Áñez. Fue una brasa ardiendo, a lo que se sumó la pandemia. Nada fácil su gestión y hoy también es blanco de las criticas izquierdistas. Sin embargo, la señora Áñez se comprometió a llamar a elecciones libres y antes de un año cumplió. Hubo elecciones y ganó el candidato de Evo, Luis Arce, quien fuera su ministro de Economía y Finanzas y de quien se dice que fue el artífice del milagro económico boliviano. Eso debe de haber pesado en los votantes, pero quizás no tuvieron en cuenta que durante su gestión los precios de las materias primas estaban por las nubes. Ahora, con los precios por el piso y la peste, deberá demostrar si es capaz de hacer un verdadero milagro.
En eso se está; mientras, se sigue en la búsqueda y en la aspiración para que aparezca una señora Áñez en Venezuela y otra en Nicaragua, que en menos de un año y aun con pandemia, convoque a elecciones libres y con toda las garantías. Sería bueno ¿no?